A las niñas les gustaba su cabello, porque decían que era muy suave y tenía un color especial. Muchas comentaban lo mucho que les gustaría tener sus cabellos así, como el pelirrojo del salón.
Era un color cambiante, pues algunas veces se veía como las monedas de cincuenta centavos, en otras se asemejaba a las piedras que adornaban las jardineras del preescolar, aunque la mayor parte del tiempo eran del color de los pastelitos de zanahoria que la señora Palacios les regalaba.
Las niñas adoraban su cabello, pero los niños no sentían la misma admiración. Ellos se burlaban de él. Le ponían apodos, le decían que era un color para maricas, que eso lo hacía una niña más. Como si burlarse de su pelo no fuera suficiente, se mofaban también de las pecas de su cara, de sus cejas casi transparentes y de su piel que se ponía roja cuando jugaba mucho tiempo bajo el sol.
De vez en cuando, los adultos elogiaban su cabello, le decían a su madre que era un color único y bonito. El creí que ser pelirrojo no era único, tampoco bonito, ni siquiera le gustaba. Los niños no jugaban con él y las niñas lo obligaban a dejarse peinar con moñitos y listones, entonces, ¿qué de genial tenía ser pelirrojo?
Poseer características que te hagan “diferente” en ocasiones no son aceptadas por la gente que nos rodea, lo que genera rechazo o hasta marginación. Una vez que uno empieza, los demás le siguen el juego y aumentan las burlas, sin medir la consecuencia real de sus actos. Porque nadie piensa en la víctima. Fue lo que ocurrió con Adrián. Si al principio uno podría creer que sólo eran bromas de pequeños niños de preescolar, no significaba que no le afectaba.
Era como un patrón que se repetía sin importar cuanto tiempo pasara, en cada etapa de su vida, siguiéndolo en la primaria e incluso parte de la secundaria. Era como si ese cabello rojo y pecas fueran una condena.
Como los demás varoncitos se alejaban de él, no había tenido oportunidad de tomar conciencia sobre sus gustos. Fue en la secundaria, donde el tema de su cabello parecía no importarle mucho a los demás, donde fue tratado como uno más, común y ordinario. Descubrió que las chicas no le gustaban, pero los chicos sí. No se sentía avergonzado por ser gay, pero tampoco era algo que quisiera difundir.
Ahí iba de nuevo esa individualidad, otra vez con un rasgo particular que lo hacía diferente. Entonces, supo, por la boca de los alumnos en su colegio, sobre el chico gay. Y no, no era su propio nombre el que se escuchaba, sino el de su compañero de clase. Iván se llamaba.
¡Era alguien como él! Quizás lo comprendería, sabría lo que era ser diferente. Pero no, las cosas no salieron como creía, pues aquel se ofendió con la amistad que Adrián le ofrecía. El pecoso no entendía porque Iván lo odiaba, porque lo miraba siempre con mala cara como si le fastidiara el día con solo verlo. Después de todo, aunque ambos fueran gay no significaba que debían ser amigos. Pasaron meses de enemistad, hasta que Iván le respondió el porqué de su odio infundado hacia él. La razón, sin sentido y quizás tonta, «por tu cabello».
Esa mañana, como todas las demás mañanas, el pecoso cepillaba su cabello, cuidando que no quedara ni un solo nudo. Mientras lo hacías, recordó como ese peculiar color le había traído problemas en el pasado. Esos malos recuerdos, fueron reemplazados por una persona muy especial para él, el chico de ojos ámbar.
— Tanto odiaba este color, y él dice que le gusta— Sonrió tontamente.
Más tarde, recién había llegado al instituto y ya se encontraba buscando a Sebastián con la mirada.
— ¡Pecoso! — Alguien lo sorprendió, acorralándolo entre sus brazos.
Una sonrisita se pintó en el pecoso rostro de Adrián, pues fue encontrado por la persona a quien estaba buscando.
— Sebas, ¿qué haces? — Aunque sintiera su rostro arder por la efusiva forma en que Sebastián lo había capturado, no podía evitar el tono feliz.
Sebas soltó ligeramente su agarre para buscar la mirada del pecoso, sin moverse de su espalda.
— Pecoso, espero que no tengas nada planeado para el domingo.
— ¿Eh?, ¿por qué?
— Te tengo algo preparado para tu cumple— Bas parecía ansioso.
— ¿Enserio? — El rostro de Adrián se encandiló con la idea.
— Si, ya tengo todo planeado. Y tu regalo especial…— Sebastián estrechó al pecoso más contra su cuerpo y comenzó a susurrarle en el oído— Te lo daré en la noche…— Las mejillas de adrián se prendieron con esa última frase.
— ¿Q-qué es-estás diciendo?
— ¡Estoy bromeando!, no te preocupes. Aún nos queda mucho tiempo, no tengo prisa por hacerlo— Era difícil saber si seguía bromeando.
—A veces me desconciertas…
—Sé que suelo dejar a las personas sin palabras — Alardeó.
—Honestamente, no creo que sea difícil para ti.
—Bueno, bueno. — Lo soltó y se plantó enfrente de él — En cuanto a tu cumpleaños…Realmente, es muy importante, porque hay algo que… Sólo espero que resulte bien — No sabía cómo decirlo.
— ¿Hay algo qué…? — El pecoso no comprendía a qué se refería.