Antes de comenzar, les dejo la referencia del precioso Armin carita de bebé💕
Y otra de Devin nada más para recordarles lo hermosa que es UwUr
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Tenía seis años de edad y la mitad de su vida la había pasado en albergue para menores. Sus padres habían muerto cuando ella apenas tenía uso de razón; por lo tanto, no los recordaba bien. Muchas parejas, e incluso familias, estaban interesadas en adoptarla, pero sus disputas solo lograban alejarla más a conseguir un hogar. Sin embargo, a ella no le preocupaba aquello.
La pérdida de sus padres y el repentino cambio en su vida, la habían afectado más de lo que ella misma podía percatarse, y esto se reflejaba en su relación con los demás niños del orfanato. Por alguna razón, no congeniaba con ellos, no disfrutaba ni se interesaba por las mismas actividades y no entendía las cosas que les divertía o los hacía reír.
Era debido a ese comportamiento "extraño" que solía ser molestada a menudo. Los niños la marginaban y rechazaban, no se sentían a gusto hablando con ella pues su forma de expresarse era distinta, complicada incluso.
Un día, un poco cansada de su entorno -al cual pretendía no prestar atención- salió a escondidas del orfanato y fue hacia un parquecito cerca de ahí. Y ahí estaba, sentada y observando a los niños que jugaban en los subibajas (balancines), resbaladillas, toboganes, carruseles y demás juegos. En el patio del orfanato también había juegos similares, y los niños se la pasaban jugando ahí, la única diferencia era que en el parque los pequeños estaban acompañados de sus padres.
—¡Oye! — Una vocecita la llamó, sacándola de su ensimismamiento — ¿Quieres jugar?
Se sorprendió ante la pequeña, un poco mayor que ella, que se acercó a pedirle que jugaran juntas.
—S-sí — Estaba incrédula.
—¿Qué te dijo Sam? — Otra niña, quien llevaba puesto un vestido con cintas, se acercó a ellas.
—Dice que sí, vamos.
Las tres fueron hacia otro grupo de niños y comenzaron a jugar a los encantados. Después de jugar por más de una hora, los padres de los niños comenzaron a llamarlos para irse a sus casas, quedando solamente las tres pequeñas.
—Ya nos tenemos que ir, Sam — Le avisó la niña del vestido de muñeca a la morena de cabello negro.
—Vamos con tu mamá, Dev — Respondió a su amiga y después se giró hacia la rubia para despedirse — Nos vemos.
—¡Espera! — La rubiecita la detuvo sujetándola de la mano— ¿Mañana vendrán de nuevo?
—No lo sé, sí la mamá de Dev no está ocupada o si mi mamá nos trae.
—Las esperaré aquí.
—Sí — Asintió Sam — Oye, pero, no me has dicho cómo te llamas.
—Andrea.
—Yo soy Sam. Nos vemos mañana.
Andrea se despidió de ella y decidió volver al orfanato antes de que hubiera problemas por su desaparición. Cuando regresó, tal y como lo había previsto, recibió un regaño por parte de la encargada y, por lo tanto, le fue imposible volver a salir al día siguiente.
Tiempo después, una mujer fue al orfanato para dejar una paca de ropa de segunda mano, para donarla. Todos los niños estaban emocionados y contentos, pues para ellos recibir ropa era más que una donación, y más aún que había comenzado el invierno. Andrea se acercó, detrás de los demás niños, y se estiró para poder ver, tratando de averiguar si habría algo para ella.
La mujer la notó, así que sonriente la llamó para que los demás niños le abrieran el paso.
—Ven, acércate nena — le extendió la mano y la atrajo hacia un montón de ropa— Creo que aquí hay algo bueno para ti.
Buscó por un momento y dio con un suéter violeta con estampado de flores, que en uno de los bolsillos tenía bordado un nombre, "Sammy".
—Era de mi hija Samanta, ella creció y pues ya no le queda. Me dijo que quería regalárselo a alguna niña que lo quisiera, ¿lo quieres?
—Mhm— La pequeña asintió, complacida.
No sabía si se trataba de la misma Samanta que había conocido en el parque, pero por alguna razón, estaba segura que así era.
Pasaron unas semanas y ella logró escabullirse de nuevo, y para su buena suerte, pudo encontrarse con Sam, quien se mecía en uno de los columpios.
—S-Sam — la llamó.
—Ah, Andrea — Sam sonrió al verla, y ésta se sentó en el otro columpio — ¿Por qué no habías venido?
—No había podido.
—Oye, tu suéter se parece a uno que tenía — Comentó la morenita, inquietando a Andrea, quien tapó instintivamente el nombre — ¿Y tú gorro? El suéter tiene un gorro, es como éste — Señaló su propia cabeza.
—Lo perdí...
—¿Ah sí? Bueno, ten — Se quitó el gorrito y se lo dio — Así estará completo, yo ya no lo necesito.
—Gra-gracias...
Tal y como lo había pensado, ella era la antigua dueña de aquel hermoso suéter violeta.