Un Amor Singular

Capítulo 14º El Reflejo De Aquel Día

Las semanas siguieron su curso y el semestre escolar de los chicos concluyó, mas no fueron las vacaciones un impedimento para reunirse. En ocasiones iban a la casa de Adrián ―veces en las que para Sebastián era imprescindible deshacerse de sus piercings y ordenar su cabello, ligeramente crespo, con tal de dar una buena imagen a los padres del pecoso―, en otras iban a la casa de Alejandro, a veces se veían en el parque o iban juntos a algún lugar a pasar el rato.

Ese día, que era sábado, Sebastián, Alejandro y Ricardo tenían que entrenar en el club de artes marciales mixtas, y aunque el primero planeaba negarse, su padre debía atender algunos asuntos y, por lo tanto, él debía hacerse cargo en su ausencia.

Manuel y Adrián también fueron, el primero para distraerse un rato y el segundo porque quería ver cómo era aquel club. En el camino, Sebas consideró la situación por la que había pasado recientemente Ricardo, que no dejaba de preocuparle.

— ¿Ya no hay problema con el esguince de tu rodilla? ¿Seguro que puedes entrenar? — quería cerciorarse.

—El médico dijo que puedo retomar los entrenamientos de forma progresiva — informó el cejudo.

Llegaron al edificio, donde el club se ubicaba en el tercer piso. Dentro había numerosos equipamientos que el pecoso nunca antes había visto, además de colchonetas de distintos tamaños, costales para golpear, y una especie de ring en el fondo.  Contaba también con un vestidor, un dispensador de agua y otros servicios adicionales.

— ¿Y qué sueles hacer aquí, Sebas? — Para él era como ver a Kick Bas en su elemento.

—En ocasiones entreno junto con los demás miembros o tenemos enfrentamientos, aunque muchos se abstienen de eso — Dijo lo último con una sonrisa presumida — En otras doy lecciones a unos mocosos, pero hoy no les toca.

—Ya veo — parecía perplejo.

—Hoy no haré nada de eso, mi padre me encargó revisar las cuentas de pago de los miembros, así que tendré que estar en su “oficina”. Puedes ir conmigo o si prefieres quedarte con los chicos, ellos entrenaran, excepto Manuel, no sé qué hace aquí.

—Oye, es inusual que tu padre no esté, así no tendré que escucharlo diciendo que soy un flojo por no unirme a su club— se defendió Manuel.

—Ya estamos listos — notificó Alejandro, quien volvía de los vestidores junto con Ricardo.

—Bueno chicos, les encargo a Adrián, iré a hacer cuentas —Sebas se retiró.

Adrián se sentó en una pila de colchonetas, mientras observaba como entrenaban tanto sus amigos como los otros miembros. Manuel fue arrastrado por Alejandro para que le sostuviera una almohadilla de entrenamiento mientras la golpeaba, y Ricardo se dedicó a hacer calentamiento. Ahí estaba, quieto, sin estorbar a nadie.

En eso, un joven fortachón, que era conocido ahí más por su fanfarronería que por sus habilidades, vio al pecoso, extrañado de ver alguien tan delgado y “delicado” dentro del club, donde la mayoría eran sudorosas masas de musculo ― claro que había sus excepciones, como Alejandro―.

—Como que huele a maricón, ¿no creen? — Soltó, en tono alto, siendo evidente que se refería al pecoso, mientras los que se encontraban con él comenzaron a reír escandalosos.

Adrián entendió la indirecta de aquel bulto enorme, pero no se sintió intimidado, al fin y al cabo, él no estaba molestando a nadie, no merecía que le dijeran eso.

—Yo creo que más bien apesta a bestia sin cerebro — Se le escapó al pelirrojo, pero estaba tan molesto que no fue capaz de sentir arrepentimiento.

—Ah, así que el maricón tiene los huevos bien puestos — Espetó el grandulón.

—Sí, incluso puedo apostar que mejor puestos que tú, ya sabes lo que dicen de los chicos musculosos y su… — lo barrió con la mirada —… falta de proporción.

El muchacho tosco soltó una risa sardónica, con evidente desagrado, para después lanzarse hacia Adrián y sujetarlo de la camisa, con violencia.

—Así que te sientes muy listo, mocoso marica — su agarre puso al pecoso de puntitas.

Con el alboroto, los demás presentes voltearon

— ¿Adrián? — Manuel se percató de la situación.

—Gil lo está molestando — señaló Ale y ambos fueron a socorrerlo — ¿Qué te pasa, Gil? ¡suéltalo!

— ¿Tú qué, lenteja? — contestó Gilberto, agresivamente, mientras le propiciaba un empujón a Alejandro con su mano libre.

Manuel ayudó a Ale a apoyarse, tras trastrabillar con el empujón de Gil.

— ¡Oigan todos! — Gil llamó la atención de los practicantes —Tengo entendido de que este club es muy estricto con la exclusividad, así que ¿por qué hay un par de maricas que no pertenecen aquí?

—Es cierto — un chico se unió — No deberían estar aquí.

—Ya que están aquí, deberían al menos servirnos de costales, para los que enserio estamos entrenando.

Junto a Gil, otros dos chicos se metieron y comenzaron a empujar a Manuel y Adrián, inclusive a Alejandro por estar con ellos.

— ¡Ey! No les conviene hacer eso — Ricardo se metió.

— ¿Y tú qué, cejotas? ¿Por qué te metes?




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