Salgo de la ducha, envuelvo una toalla alrededor de mi cintura y camino a la cocina en busca de mi batido de proteínas.
No entiendo a las personas que odian hacer ejercicio, yo lo disfruto y me siento muy bien después de ejercitar un poco el cuerpo y darme una ducha.
—Fox, no deberías andar desnudo en tu casa.
Me atraganto con el batido y giro la cabeza hacia la señora de cabello oscuro y vestido elegante que me mira con reproche. La echaría de aquí si no la respetara por haberme dado la vida.
—Mamá, ¿qué haces aquí? ¿Cómo entraste?
—Con la llave—declara con calma dejando su bolso de diseñador sobre la isla—. Tengo que venir sin avisar para encontrarte porque no respondes mis mensajes.
—Tal vez sea porque estoy ocupado.
—¿Haciendo qué? Ya no corres autos y no has trabajado desde que lo dejaste.
—Empecé en la fórmula uno a los dieciocho años y he ganado muy bien. Dinero que he invertido y esas inversiones me han dado muy buenas ganancias. No necesito trabajar y apenas hace un año dejé las carreras.
—Está bien, no me molesta que no trabajes. Me alegro de que hayas aceptado los consejos de tu padre y te dejaras ayudar por él.
Asiento.
—¿Se fue de viaje? Qué raro que no fuiste con él.
—Se fue a Japón y podría haber ido, pero decidí quedarme para que tengamos una conversación seria—toma asiento y yo comienzo a activar el modo paciencia—. Siéntate, aunque antes deberías vestirte.
—Mamá, sé que vas a hablar de que es hora de que consiga esposa y tenga hijos. Otra vez te digo que no tengo apuro.
—¿Y a qué edad quieres ser padre? ¿A los cincuenta? Cuando tu hijo tenga diez años, tendrás sesenta y sus compañeros creerán que eres el abuelo.
Relamo los labios.
—Tampoco hay que exagerar. Apenas tengo treinta y cuatro.
—Has pasado quince años viajando por el mundo por causa de tu carrera y cuando no estabas practicando o corriendo, estabas en alguna isla con una modelo de turno. No dije nada...
—De hecho sí lo hiciste.
—Bueno, aun así, no insistí. Ahora que has terminado de viajar, podrías buscarte una esposa. Una buena mujer independiente que mire algo más que tu cara bonita y tu cuenta bancaria, alguien que se interese por ser la madre de tus hijos.
Frunzo el ceño.
—¿Algo más?
—Fox.
—No, mamá. No me interesa. Y si no tienes nada mejor que decirme, te voy a pedir que te vayas porque estoy relajado y así quiero seguir.
—Fox Farley, no puedes hablarme así.
—Debiste ir de viaje con papá. Si quieres hablar conmigo, podemos hablar mientras no insistas con lo de la esposa y los hijos. Si quieres nietos, pídeselo a Dogan.
—Él está en una relación estable, aunque todavía no se ha casado, tengo esperanza de que lo haga y me dé un nieto. No sería lo mismo que tú, porque él vive en Londres y no vería al hijo de Dogan tan seguido como vería al tuyo.
—Puede que me enamore de una turca musulmana y me vaya a vivir a Turquía.
Ahogo una carcajada ante su cara de sorpresa.
—Ni se te ocurra. Te lo prohíbo.
—Mamá, ¿en serio?
Ella se levanta y da unos pasos hacia mí con toda la elegancia que ella posee gracias a los años en clases de etiqueta que la difunta abuela la obligó a tomar y le sirvió en los eventos importantes a los que tuvo que acompañar a papá, un importante asesor financiero reconocido a nivel mundial.
—Tal vez deberías considerarlo.
—¿Considerar qué?
—En convertirte en padre porque puede que no te quede opción.
—No puedes chantajearme con nada porque no dependo económicamente de papá ni de ti desde que firmé mi primer contrato en la fórmula uno. Usar el chantaje emocional puede funcionar con Dogan, no conmigo. Si piensa inventarte una enfermedad, o a papá, piénsalo dos veces.
—No. Gracias a Dios tu padre y yo estamos perfectamente bien de salud. Es solo… —se queda callada y mi corazón se acelera.
Su silencio, sumado a su mirada me indica que hizo algo que no aprobaré y me hará enojar.
—¿Qué hiciste?
—¿Recuerdas cuando tuviste aquel accidente tres años atrás donde estuviste en coma durante una semana y no sabíamos si saldrías con vida o no?
—¿En serio? Claro que lo recuerdo. Fue una de las causas por las que decidí retirarme de las pistas. Mi pierna izquierda perdió fuerza.
—Tal vez hice algo que no pensé que tendría frutos. Luego me olvidé.
—Mamá…
Ella toma mis manos y sonríe.
—No te enojes porque lo hice pensando que podrías morir y si morías, nunca tendría un hijo tuyo para recordarte…
Aparto las manos.
—Habla de una vez.
—No uses ese tono conmigo. —me señala con el dedo.
Editado: 13.04.2025