Sabía que tarde o temprano mi madre me pediría explicaciones, y me sorprendió que no sucediera de inmediato, pero jamás imaginé que aparecería en mi casa justo cuando Lexy estuviera aquí, en mi cocina, como si todo estuviera en orden.
—Mamá, quedamos en que ibas a llamar antes de venir.
—Lo hice. No es mi culpa que no respondas el teléfono.
Miro a mi alrededor, intentando recordar dónde demonios dejé el bendito aparato. Pongo cara de fastidio, aunque en el fondo sé que de nada sirve discutir con ella.
—Debes esperar a que yo responda y te diga si puedes venir o no.
Se adentra en la cocina sin el más mínimo reparo, observándolo todo con esos ojos de halcón que tiene cuando se propone descubrir un secreto. Va directo hacia Lexy, que se ha quedado inmóvil.
—Bueno, no dijiste eso. Soy tu madre, no una mensajera entregando un recado que llama para saber si estás o no estás —ruedo los ojos, conteniendo un bufido—. Hola. Me llamo Portia Farley.
Lexy parpadea y, por fin, reacciona y le extiende la mano.
—Lexy.
—Eres muy bonita. Entonces, ¿estás embarazada de mi hijo?
Lexy casi se atraganta con su propia saliva. Niega con la cabeza, medio desorientada.
—No, no es de su hijo.
Mamá abre los ojos con demasía y la sujeto antes de que empiece a soltar barbaridades. Rayos. Debí explicarle todo antes, pero siempre encontraba una excusa para aplazarlo. Esperaba encontrar el momento perfecto, uno que, obviamente, no existe.
Ahora, definitivamente, no es un buen momento.
—Mamá, no es momento para interrogatorios.
—Pero yo solo...
—Lexy, discúlpame un segundo, ¿sí? Mamá, despídete.
No le doy tiempo a replicar; la tomo suavemente del brazo y la arrastro fuera de la cocina, antes de que pueda abrir esa bocaza que tanto ama. Se zafa de mí apenas cruzamos la puerta de la sala, echabdome una mirada que conozco demasiado bien.
—No queda bien que trates así a tu madre. ¿Qué va a pensar Lexy? Va a creer que me maltratas.
Respiro hondo, buscando paciencia en algún rincón de mi cuerpo.
—Vamos a tu auto y te explico todo ahí, ¿sí? No quiero montar un espectáculo aquí dentro.
Me observa unos segundos, hace un puchero dramático y suspira como si le doliera todo el pecho. Aun así, obedece. Caminamos hasta su coche, estacionado frente a la acera, y me aseguro de que Lexy no esté mirando por la ventana.
—¿Por qué estás saliendo con una mujer embarazada de otro hombre, cuando podrías estar saliendo con la madre de tu hijo?
Me paso la lengua por los labios, incómodo.
—Lexy no está embarazada de otro hombre. Es mío.
—¿Qué? Pero ella acaba de decir que no es tuyo.
—No lo sabe.
Me rasco la nuca, deseando tener la mínima idea de cómo ordenar todo esto.
—¿No sabe que lleva tu hijo en su vientre? No entiendo nada. ¿No sabes si tú eres el padre o es otro?
—Sí lo sé, mamá. Fue inseminación. Si está embarazada, es por ti.
Ella se cruza de brazos. Me sostiene la mirada, abre la boca, la vuelve a cerrar, pestañea con exageración y me señala la casa con un dedo tembloroso.
—No me digas que... ¿Lexy es la mujer inseminada? ¿La encontraste y estás saliendo con ella?
—Mamá, baja la voz, por Dios —echo un vistazo atrás, paranoico—. Sí, es ella. La busqué solo para saber quién era y qué clase de madre sería para mi hijo. No planeaba nada más, pero la conocí, me gustó y... aquí estamos. Ella no sabe que soy el padre biológico.
Ella se lleva ambas manos a la boca, intentando sofocar un grito de emoción o de pánico, no lo tengo claro.
—Fox, eso no está bien. Debe saberlo. Lleva a mi nieto dentro y tiene derecho a saberlo. ¿Cuándo se lo vas a decir?
—Cuando sea el momento adecuado. Apenas nos estamos conociendo, mamá.
—Sé que todo esto es culpa mía. Mi ansiedad, mis ganas de ser abuela, pero ni yo soy tan inconsciente como para no aceptar que tienes que decirle la verdad.
—Te lo prometo, lo haré. No hora. Por favor, no digas nada y mantén la distancia. No quiero asustarla.
Ella suspira, resignada, aunque no del todo convencida. Se lleva una mano dramática al pecho, como si le doliera. Una técnica que usa mucho y nadie le cree. Papá dice que no debería hacer eso porque un día puede agarrarle un infarto de verdad y nadie le va a creer.
—Aun así, este caos puede ser lo mejor que te ha pasado. Si la madre de tu hijo resulta ser la mujer de tu vida, entonces no hay nada que reprocharme. Sin mí, seguirías gastando dinero en esas modelos que comen ensalada y aire.
Pongo los ojos en blanco.
—Lo que tú digas. Ahora vete, por favor. Déjame manejar esto a mi manera. Primero la conquistaré, luego vendrá todo lo demás.
Le abro la puerta del auto. Ella sube con elegancia, no sin antes lanzarme una última mirada inquisitiva.
Editado: 06.08.2025