Un amor sorpresa

Capítulo 29: Fox

Doy un paso hacia ella, pero retrocede con una rapidez instintiva. No se aleja mucho, apenas medio metro, pero esa mínima distancia es un muro inquebrantable que se levanta entre nosotros. Es una barrera invisible que nunca estuvo. El ardor en mi garganta es insoportable, como si hubiera tragado arena, y siento el pulso golpear con furia en mis sienes, resonando en mis oídos.

—Déjame explicarte —digo, con la voz áspera, sabiendo que es inútil, que las palabras se sienten vacías. Un nudo de angustia me aprieta el pecho. Debí hacerlo mucho antes, cuando aún había tiempo para hacerlo bien, para que esta verdad no la aplastara.

En su rostro no hay gritos, no hay lágrimas, nada del torbellino que yo esperaba. Solo esa expresión helada, rota, una mirada de desolación tan profunda que es peor que cualquier reproche. Me atraviesa.

—¿Cómo es posible? —su voz es apenas un susurro, pero es un latigazo.

Ni siquiera sé cómo comenzar, por dónde hilar este enredo. El discurso que tenía ensayado en mi mente, mil veces repasado en noches de insomnio, se borró por completo. Solo hay espacios en blanco, un vacío abrumador. Un sudor frío me perla la frente, bajando hasta mi mandíbula tensa.

—Es complicado… —relamo los labios, secos—. ¿Podemos ir a hablar a otra parte? Necesito salir de este lugar, lejos de la gente que pasa, lejos de las miradas curiosas que me taladran la mente.

En ese momento aparecen sus amigas, y de inmediato saben que algo no está bien. Se conocen demasiado bien y no necesitan palabras para entenderse. Una mirada basta. No me miran a mí. Solo a ella. Se despiden con un abrazo que la contiene, que le da fuerza. Yo espero, callado. Siento mis hombros tensos, inmóviles.

Cuando Lexy vuelve a mirarme, ya no hay duda: solo veo frialdad y distancia, un abismo en sus ojos.

Ella sugiere ir a una cafetería frente al hospital, y yo acepto sin protestar. No sé si hablar en público sea buena idea, pero no tengo muchas opciones. La sigo en silencio. Sé que si intento acercarme, se alejará más.

Duele estar así. Hace apenas unas horas, estábamos riendo, celebrando que tendremos un niño. Hablando de nombres, de una vida juntos. Ahora todo eso se ha esfumado, opacado por el peso de la verdad oculta.

Entramos en la cafetería. El aire acondicionado me golpea con fuerza, pero no lo siento. Todo mi cuerpo está helado.

La camarera se acerca antes de que podamos hablar. Yo pido un café. Lexy no pide nada. Se mantiene erguida, firme, en un intento de no quebrarse.

Ella no dice nada. Solo me mira, esperando. Su decepción es como un golpe seco en el pecho. Me cuesta respirar. Mi pecho se oprime, un nudo doloroso.

—No sabía que te debía una verdad hasta que ya estaba demasiado metido —empiezo, intentando ordenar lo que necesito decir, lo que llevo semanas arrastrando—. Nunca planeé ocultártelo, pero tampoco planeé esto… nosotros.

Frunce el ceño. No aparta la vista.

—¿Qué fue lo que no planeaste, Fox? ¿Mentirme? ¿Meterte en mi vida como si nada? ¿Enamorarte? ¿Qué parte no estaba en tus planes?

Trago saliva.

—La parte en la que todo esto empieza con una decisión que no tomé.

Veo su confusión por un segundo. Lo entiendo. Su mundo acaba de girar. El mío también lo hizo, pero meses atrás.

—Mi madre… —digo—. Ella donó mi esperma sin pedirme permiso ni avisarme.

Lexy se queda inmóvil. Sé que no lo esperaba. Su mandíbula se tensa.

—¿Cómo que sin avisarte? —su voz suena incrédula.

Asiento, con el corazón latiendo a mil. El café frente a mí se enfría, olvidado.

—Me lo confesó cuando el médico que gestionó la donación la llamó para informarle que había sido usada. Hubo una mezcla de muestras, un error. Y tu embarazo… fue el resultado.

Explico en detalles lo que mi madre hizo, como fue que obtuvo mi esperma y la llevó al laboratorio.

Sus labios tiemblan. Está procesando cada palabra.

—¿Y qué hiciste?

—Me enojé. Muchísimo. No quería saber nada. No me sentía parte de eso. ¿Cómo iba a sentir algo por un hijo que se gestaba sin mi voluntad? —digo con sinceridad. No quiero endulzar nada. No ahora—. Pero pasaron los días y no pude seguir ignorando la verdad. Esa información se me clavó en la mente. La imagen de un bebé, mi bebé, creciendo en un vientre desconocido. Se volvió una obsesión. Fue cuando decidí buscarte.

Ella no habla, solo escucha, como si intentara encontrar sentido a lo imposible.

»Me obsesioné—continúo—. No dormía bien y me preguntaba si el bebé estaría bien, si su madre sería buena persona… —me detengo, esperando alguna reacción. Nada—. Solo quería asegurarme de que estuviera en buenas manos. Que su madre no fuera una loca o irresponsable.

Ella alza una ceja, indignada.

—¿Y te parecí una loca?

—No. Me pareciste increíble —respondo sin dudar—. Inteligente, fuerte, sensible… Y me enamoré de ti antes de entender cómo decirte la verdad. Antes de saber cómo hacerlo sin arruinar todo.

Sus ojos brillan. Pero no sé si es rabia o dolor.



#47 en Novela romántica
#19 en Chick lit
#6 en Otros
#6 en Humor

En el texto hay: comedia, drama, embarazo

Editado: 06.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.