Skyler
Hoy soy Dios. Sí, nada modesto, pero completamente cierto. Miles de mis fans saltan frente al escenario, enloquecidos conmigo y con mi música. Cada movimiento mío arranca ovaciones. Cada palabra se pierde en un mar de aplausos. Me adoran. Lo sé, lo siento y me cargo de esa energía, al borde de estallar con la fuerza que corre por mis venas.
Hace calor. El sudor me recorre la cara. En la pausa entre canciones agarro una botella de agua y me la vierto encima. Las chicas gritan aún más fuerte. Lanzo la botella vacía al público, y allí se desata una auténtica pelea: todos quieren un souvenir del concierto, algo que haya tocado el mismísimo Skyler.
Como bis canto tres canciones más. No quieren dejarme ir.
—¡Los quiero, Kiev! —grito—. ¡A todos ustedes!
Voy preparando poco a poco al público para la despedida. Después de todo, ya lo he dado todo: he trabajado hasta la última grivna que costaba la entrada. Ahora quiero una ducha, comer algo, descansar una hora y estar listo para el after party.
—¡Sois el mejor público! —añado, lanzando un beso al aire hacia la gente que ni siquiera distingo detrás de los focos—. ¡Gracias por estar conmigo!
Confío en que ya puedo retirarme, y empiezo a retroceder hacia bastidores.
De repente noto un alboroto en las escaleras. Empujando a los guardias, una mujer logra abrirse paso hasta el escenario. Por su tamaño me recuerda a mi primera maestra, aquella que para pasar entre los pupitres tenía que moverse de lado, como un cangrejo. ¿Será realmente Marina Vasílievna? Entrecierro los ojos… No, esta tiene como mucho treinta años: joven y fuerte. Tan fuerte que consiguió tumbar a mis seguratas.
—Chicos, tranquilos —me obligo a sonreír—. ¡Dejad pasar a esta encantadora dama!
La desconocida sube al escenario sin mi ayuda. Viste un vestido que parece más bien una funda brillante para un tanque. En las manos lleva un ramo deslucido de rosas, con el que se abrió camino entre la seguridad. Lo de “encantadora” fue, por supuesto, una exageración. Se parece mucho a Shrek, solo que no es verde.
—Skyler… eres tan… ¡wow! —dice, apartándose el pelo mojado de la cara—. ¿Puedo abrazarte?
Fuerzo una sonrisa. Sé que en cinco minutos este incidente estará en todas las redes sociales, así que intento sacarle el máximo provecho.
—¡Claro! —abro los brazos para abrazarla—. Ven aquí, preciosa. ¿Estas flores son para mí? ¡Gracias, qué detalle!
La chica se me lanza encima como un bulldozer. Casi caigo, pero logro agarrarme a la estructura del decorado.
—En persona eres aún más guapo… —jadea en mi oído.
Me aprieta tan fuerte que hasta el micrófono de diadema bajo la ropa cruje. Intento no respirar, porque su perfume empalagoso me revuelve el estómago. Su cuerpo está caliente y se siente como un juguete antiestrés: blando y pegajoso.
Este maldito abrazo dura una eternidad. La multitud suspira enternecida y corea mi nombre. Perfecto, justo lo que quería. Pero ya basta de mimos. Esta señora ya tiene endorfinas para toda la vida. Apostaría a que no se duchará en una semana para no borrarse el olor de mi sudor.
Con la mirada le indico a mis inútiles guardias que es hora de acabar con este circo. Ellos se acercan y logran apartarla de mí.
—¡Eres el mejor! —grita ella aún extendiendo los brazos hacia mí—. ¡El mejor! ¡Te amo!
—¡Gracias otra vez por las flores!
Por fin la sacan del escenario. ¡Qué alivio! ¡Vuelvo a poder respirar! Me inclino de nuevo y me escapo tras bastidores.
—¿Pero qué demonios fue eso? —rujo a mi asistente Vadim. Le arranco una botella de agua fría de las manos y me bebo medio litro de un trago—. ¡Te pedí que contrataras seguridad decente! Esa tía casi me estrangula y ellos estaban ahí rascándose las pelotas.
Los ojos de Vadim se abren como pelotas de tenis. Abre y cierra la boca como un pez arrojado a la orilla.
—¿Qué miras? ¡Despide a esa seguridad ya! Tenían que haberle metido un buen calambrazo con el táser en el momento en que subía las escaleras —me dejo caer en una silla—. Aunque con la piel de rinoceronte que tiene, ni lo habría sentido…
Vadim palidece. Se toca la oreja y luego me señala con el dedo.
—¿Qué? —no entiendo.
—El micrófono… —susurra con los labios—. Todavía tienes el micrófono encendido. Todos te oyen.
Por un instante el corazón se me detiene.
Maldita sea. Necesito un bote salvavidas, porque mi carrera se hunde ahora mismo como el jodido Titanic.
¡Hola, mis queridos lectores!
Me alegra reencontrarme con ustedes. Espero que disfruten de mi nueva historia, porque he planeado muuuchas sorpresas. Será divertida y romántica, y los personajes… ¡son puro fuego! Simplemente no podrán dejarlos indiferentes.
En otras palabras, trabajaré para mantenerles de buen humor, porque a todos nos falta desesperadamente un poco de positivismo.
Por ahora, las actualizaciones serán día por medio. Si es posible, intentaré publicar con más frecuencia.