No quiero abrir los ojos. Ni de broma. Cuando despierte empezará un nuevo día, y seguro que estará lleno de mierda. Durante la noche las noticias sobre mí se han esparcido incluso fuera del país. «¡Skyler habló mal de su fan!». ¡Vaya drama! Hicieron de un mosquito un elefante. Una auténtica catástrofe a escala universal.
Me doy la vuelta, sintiendo cómo las sábanas de seda se deslizan sobre mi cuerpo desnudo. Me cubro la cabeza con la sábana, deseando que el mundo desaparezca si no lo veo. ¡Tenía que meter la pata así! ¿Por qué nunca consigo mantener la boca cerrada? No es la primera vez, pero jamás había tenido un desastre tan grande. ¿Y ahora qué? ¿Grabar un video de disculpas como un youtuber adolescente que se metió en un lío por soltar una tontería? No… no estoy listo para esa humillación. Que se calmen solos. No sería la primera vez. Mi corona sigue firme sobre mi cabeza, y no la voy a entregar tan fácilmente.
Desde la planta baja se oye golpear la puerta. Vadim. Es imposible no reconocer su manera impaciente y nerviosa de aporrear. Me había llamado mil veces, torturando mi móvil hasta que se quedó sin batería, y ahora aparece en persona. Qué pesado… Me obligo a levantarme, porque sé que este idiota no se rendirá. Lo que me faltaba: que entrara por la chimenea y montara una escena en mi dormitorio.
Pongo los pies descalzos en el suelo frío. El mármol refresca agradablemente mis plantas, que aún laten tras el show de anoche. Me estiro, cada músculo protesta. Después del concierto, siento el cuerpo como si hubiera peleado varios asaltos con un boxeador profesional. Al fin y al cabo, el espectáculo no es solo brillo de focos y dinero: también es trabajo duro.
—¡Ya voy! —grito, bajando al salón, donde reina un ligero desorden—. ¡Para ya! ¡No destroces la puerta! Cuesta más que tu vida.
En el sofá encuentro una bata de seda y me la pongo para que Vadim no se desmaye con mi espléndida desnudez. Llego a la puerta, marco el código y abro. La luz del sol me golpea en la cara y entrecierro los ojos.
—Por fin… —murmura Vadim, entrando sin esperar permiso—. Su alteza Skyler al fin despertó.
—¿Qué hora es? —pregunto, frotándome los ojos.
—Las dos de la tarde. ¡Todos ya están reunidos en la oficina central esperándote! Los canales de televisión no dejan de llamar, nuestros managers están al borde de un ataque de nervios. Estábamos preocupados. Empezamos a pensar que te había pasado algo…
Suelto una risita mientras voy hacia la cocina.
—¿Qué me iba a pasar? ¿Que me secuestraran los extraterrestres?
—Pues no sé… —Vadim me sigue, escribiendo mensajes en su teléfono—. Tal vez tu casa fuera atacada con cócteles molotov y a ti te ataran desnudo a un árbol con cinta adhesiva. Al menos eso es lo que amenazaban las feministas en las redes.
—Qué enfermas… —me estremezco.
—Y eso es lo más suave que han dicho, Skyler. Nunca vi un odio tan masivo. Internet ha explotado. Ninguna estrella se había atrevido a humillar a alguien por su peso.
Repaso en mi cabeza lo que dije ayer.
—¿Acaso mencioné algo sobre su peso? No… no lo hice.
—No importa. Coincidió que esa mujer estaba rellenita y tú la atacaste… Tus fans, bueno, exfans, están convencidos de que fue por eso. Dicen que jamás habrías dicho lo mismo si en el escenario hubiera subido una flaquita.
—¡Pamplinas! Me molestan todas las personas, sin importar su sexo, peso o altura.
—Y aun así, todos interpretaron tus palabras como body shaming. Parece que te odian incluso aquellos que ayer ni sabían de ti.
—¡Más pamplinas! En Ucrania no existe nadie que no me conozca… —abro la nevera esperando algo comestible, pero solo hay una caja de energéticas que promociono—. ¿No quieres ir a un restaurante? Me muero de hambre. Y eso no es broma.
—¡Skyler! ¿Me has oído? ¡Productores, publicistas e incluso el sello te esperan en la oficina central! No hay tiempo para desayunos. Tienes que presentarte y aclarar todo ya.
—¿Y al menos podemos pasar por el McDonald’s de camino? —suplico, poniendo cara de niño inocente.
—Si no te importa que te escupan en la comida, podemos —responde Vadim con un suspiro.
Me visto: shorts grises y una sudadera con capucha. Nada llamativo, sin brillos ni frases ostentosas. Encuentro una gorra y gafas oscuras. Espero que con este disfraz pueda pasar desapercibido. Casi es paranoia, pero siento miradas encima incluso cuando no hay nadie.
—Lo que sigo sin entender —digo camino al coche, mirando alrededor por si hay paparazzi o fans furiosas—. ¿Por qué tanto escándalo?
Vadim pone los ojos en blanco, entre fastidio y cansancio. Odio cuando se hace el sabiondo.
—Porque vivimos en la era de la tolerancia y del body positive —responde—. «Mi cuerpo, mi decisión», ¿te suena? Pues eso. Nadie tiene derecho a humillar a otra persona por su aspecto. Y menos aún desde un escenario, en directo. Es un fiasco, Skyler… ¿Sabes que la gente está devolviendo masivamente las entradas de tus conciertos? Tenemos casi pérdidas millonarias.
—No… —se me corta la respiración—. No puede ser.
—Y los blogueros y celebridades están dejando de seguirte. Uno tras otro. Es como una plaga. A este paso en tus redes solo quedarán bots y vendedores de productos chinos. Por cierto, los contratos de publicidad también están a punto de romperse.
Me siento en el asiento del copiloto del coche de Vadim y me cubro la cara con las manos, sintiendo que me invade el pánico. ¡Mierda! Sabía que estaba en problemas, pero no esperaba estas consecuencias. Mi carrera es todo lo que tengo…
—La mala prensa también es prensa —suelto mi último argumento, intentando sonar seguro aunque me tiembla la voz—. ¿O no?
—Eso sirve para novatos y advenedizos que quieren hacerse notar a cualquier precio. Pero tú, Skyler, estás en otro nivel. Tú eres el rey del escenario. Y un rey debe cuidar su lengua. Si no, lo destronan.