Mi respuesta suena clara y tajante, como un disparo que hiere de muerte el ego de Skyler. Sus cejas se arquean hasta la frente, los ojos se abren de par en par. En la sala reina un silencio absoluto.
—¿Por qué? —pregunta, dirigiéndose ni siquiera a mí, sino a su asistente. En su voz se percibe una ofensa evidente.
—¿Podría explicar tanta rotundidad? —interviene Vadim—. ¿Está casada? ¿Tiene novio o hijos?
—No, no tengo a nadie.
—¿Es lesbiana?
—Otra vez no acertaron. Simplemente esta persona —asiento hacia Skyler— me resulta desagradable. Y no pienso fingir simpatía solo para ayudarlo a salir de otro escándalo.
Skyler aplaude. En sus ojos brilla un fuego burlón.
—¡Ya sé de qué se trata! Cayó en la manipulación de los medios. Ahora se siente ofendida porque también es… de ese tipo.
Dejo el trapo a un lado, aunque en mis fantasías ya lo lanzo directo a la cara de este imbécil.
—¿Qué tipo?
—Pues… —con las manos dibuja en el aire las curvas de mi cuerpo—. El tipo de mujeres que rondan los cien kilos. ¿Así suena lo bastante tolerante? ¿O también voy a tener problemas por culpa de esta limpiadora?
¿Por qué deberían afectarme comentarios sobre el peso? Me gusta cada centímetro de mi cuerpo. Estoy convencida de mi atractivo. Los pintores del Renacimiento se habrían peleado por retratarme: caderas anchas, vientre suave y femenino, pechos generosos. Y no solo pintores… Cada día recibo cumplidos de hombres. Hombres de verdad, que no se dejan engañar por los estándares enfermizos de la moda y no temen mostrar su admiración por un cuerpo saludable.
—Ya antes de este escándalo me parecías repugnante —le contesto.
Recojo la bolsa de basura y, empujando mi carrito, me dirijo a la puerta. Ya tengo información de sobra. Puedo empezar a poner los cimientos de un gran artículo; lo demás será observar y preparar la gran revelación.
—¡Espere! —la jefa de prensa, a la que ya bauticé como baronesa gitana, se me cruza en el camino—. Mi propuesta es completamente seria. Si buscamos una novia ficticia para Skyler, lo mejor será elegir a alguien que ya trabaje con nosotros. ¡Piense en todo lo que está rechazando!
Me detengo.
—¿Y qué exactamente?
—Se bañará en la luz de la fama. Conocerá la vida social. Tratará con cantantes, actores, presentadores… Viajará, vivirá en hoteles de lujo, vestirá ropa de marca. Tendrá todo lo que desee. ¡Todos le envidiarán!
—Oh, vamos… ¿Para qué la convences? —gruñe Skyler—. ¿Acaso no ves que no es candidata para mí? Y en todo caso, yo tampoco he aceptado esta locura.
El viejo calvo, el jefe máximo, carraspea.
—A ti no se te pregunta. Si no quieres reconocer tu culpa y pedir perdón, saldrás con la chica que elijamos nosotros.
—No lo haré —bufa Skyler—. ¡Esto es una dictadura!
—Entonces me devolverás cada céntimo invertido en ti. ¿Tienes idea de cuánto hemos perdido con la cancelación de conciertos? ¿Lo has calculado? ¡No te alcanzará la vida para pagar!
Ese argumento obliga a Skyler a cerrar la boca. Aprieta los labios y aparta la mirada hacia la ventana.
—Mía —ahora el calvo se dirige a mí. Su tono suena más conciliador, aunque igual implacable—. Entendemos su desconcierto. Pero nos alegraría mucho si reconsidera la propuesta. Preferimos no involucrar a extraños en este asunto, por eso ponemos grandes esperanzas en usted. Y, por supuesto, su esfuerzo será generosamente recompensado. Solo diga la cifra.
Me obligo a asentir. Tomo la tarjeta que me alarga la manager y me apresuro a salir. Solo en el pasillo me permito liberar las emociones. Me apoyo contra la pared y suelto el aire. ¡Tengo que llamar a la redacción! ¡Van a alucinar con lo que logré averiguar!