Esperé con ansias el fin de la jornada. Me quito el odiado uniforme: la sensación es como desprenderse de una piel vieja. Lo meto en la taquilla y me cambio a un vestido veraniego ligero. ¡Por fin me siento persona! Sin perder ni un segundo, salgo a la calle para llamar a mi verdadera jefa y contarle el teatro del absurdo que me ocurrió hace un par de horas.
La editora en jefe de nuestra revista se llama Natali. En realidad, Natalia Stanislavivna, pero no permite que la llamen por el nombre completo: dice que eso (y no el hecho de pasar los cincuenta) la hace ver mayor. No llego ni a oír el primer tono cuando ya contesta. Da la impresión de que Natali pasó el día entero con el teléfono en la mano esperando noticias mías.
—¡Por favor, dime que tienes novedades! Deposito muchas esperanzas en ti —suspira al auricular—. Tu área de trabajo está ahora en el punto más candente. Las visitas en la web se disparan.
—En realidad sí que hay novedades. ¡Y se va a reír cuando se lo cuente!
Le relato con todo detalle la propuesta de los managers de Skyler. Pero Natali no se ríe. En cambio, pregunta:
—¿Y para cuándo anunciarán la relación?
Me detengo en seco en medio de la acera, casi me atropella un niño en patinete.
—¡Jamás! —exclamo—. No acepté.
—¿Por qué? ¡Es… es como maná del cielo! Una oportunidad no solo de escribir un artículo, sino de reunir material para un show entero. Ya te dije que planeamos probar el formato de video… Pues bien, la historia sobre la mentira de Skyler y su equipo sería un piloto perfecto.
—Sí, pero… —me quedo sin palabras—. Lo siento, no estoy lista para un sacrificio así. Ni siquiera por la revista.
Natali guarda silencio, y esa pausa me pone muy tensa. Que no se le ocurra decir que me despide.
—¿Y estarías lista para obtener el puesto de redactora jefa del nuevo proyecto? —pregunta con voz de serpiente tentadora.
—¿Habla en serio? —toso, la garganta se me seca—. ¿No es una broma?
—Claro que sí. Absolutamente. Si te conviertes en la novia del cantante más famoso, te codearás con otras estrellas. Nos traerás un mar de información útil y, lo más importante, provocativa. Creo que un ascenso sería merecido.
Su propuesta me deja pensando. Por supuesto que sueño con ser redactora jefa, pero… ¿por qué siento que tendría que venderle el alma al diablo para lograrlo?
—¿Puedo pensarlo?
—Por supuesto. Pero te ruego que no tardes en decidir. Estoy segura de que sus managers tampoco se quedan de brazos cruzados. Mañana mismo tendrán decenas de candidatas para el papel.
—Si es que no las tienen ya…
—Exacto. No insistiré más, Mía. La decisión es tuya, pero hazla cuanto antes.
—De acuerdo. La mantendré al tanto.
Sumida en mis pensamientos, no me doy cuenta de que ya llegué a casa: un viejo bloque de pisos en las afueras de la capital. Me quito el bolso del hombro y revuelvo entre la basura que guardo allí buscando las llaves. Encuentro cientos de recibos, un chicle, caramelos, billetes de trolebús, galletas e incluso una mascarilla facial que compré hace medio año y nunca usé. Pero nada de llaves. ¿Será posible que otra vez las dejé en la mesita?
No me queda otra que pedir a mi vecino que me abra. Sí, no vivo sola. Como toda recién llegada a Kiev, no tengo dinero suficiente para pagar el alquiler por mi cuenta. Me toca compartir el piso con un compañero de escuela. A decir verdad, no me molesta, porque somos amigos desde siempre. Mi madre cuenta que de niños incluso compartíamos el mismo orinal, pero no existe prueba documental de ese hecho.
—¡Ábreme ya! —digo al portero automático—. Tengo una noticia alucinante.
—¿Chismes de famosos? —responde la voz de Artem—. Perfecto. Ya pongo el agua para el té.
—Pero primero déjame entrar en el edificio.
—Ah… cierto. Pasa.
En cuanto Artem me deja entrar en el piso, le suelto un cubo de información. Por dentro hasta me alegro de que por fin haya algo de movimiento en mi vida; últimamente me aburría continuamente y me quejaba de la rutina gris. A escondidas de Natali miraba trabajos extra en el foro del Jardín Botánico y me preparaba para escribir artículos sobre especies de musgo decorativo. ¡Musgo, por el amor de Dios!
—¡No me digas! ¡Eso es genial! —grita Artem como si hubiera ganado la lotería—. ¡Es simplemente… increíble! Pensé que eso solo pasaba en las películas.
—¿De verdad lo crees? Porque al principio yo dije que no…
—¿¡Por qué!?
—Hay muchas razones, —me quito las sandalias y voy al baño a lavarme la cara—. Skyler me fastidia. No quiero ayudarle, no quiero mentirle a la gente… Y no es seguro que yo pueda hacerlo bien. Hace falta ser muy convincente. Eso lo haría mejor alguna de sus fans.
—Tú puedes, —me tranquiliza Artem—. Yo te asesoraré.
No me resisto y le miro de reojo.
—No te enfades, —digo frotándome la cara con la toalla—, pero como actor eres… regular.
—¡Tengo un diploma de la Academia de Cultura! —se enfurruña. Y hasta eso lo hace de forma poco creíble.
—Y tres papeles de extra, uno de ellos… un cadáver tumbado.
Artem suspira profundamente apoyado en la puerta.
—Quién iba a decir que forjarse una carrera en el cine sería tan difícil…
—Yo lo sabía. Y te avisé. Pero estabas embriagado por el sueño. Pensabas que mudándote a Kiev harías realidad todas tus metas y cumplirías tus ambiciones…
—Tú también pensabas eso, ¿no? ¿Y ahora renuncias a la oportunidad de obtener el puesto de tus sueños solo porque, mira, no te cae bien Skyler? ¿Y qué vas a hacer en su lugar? ¿Pasarte la vida limpiando oficinas mientras recoges cotilleos? ¿Eso era lo que soñabas?
—Claro que no…
—Los periodistas profesionales se infiltran en los clanes de la mafia y viajan a zonas calientes para hacer reportajes bomba. Te están ofreciendo un billete de oro y tú sigues teniendo miedo. Riesgas quedarte como un perdedor, como yo.