Un amor talla Xl

Сapítulo 4

Skyler

Hace tiempo que quería unas vacaciones. Planeaba pasarlas en algún sitio como Seychelles o Maldivas: bajo el sol suave, entre palmeras, arenas blancas y mulatas bronceadas en bikini. Pero ahora estoy de retiro… encerrado en mi propia casa. Sí, no puedo quejarme del todo —tengo piscina, gimnasio, consola con acceso ilimitado a juegos, comida a domicilio—. Pero la sensación es la de estar preso… preso por un maldito malentendido.

—¡Ha aceptado! —grita Vadim, agitando el teléfono como si fuera una bandera de la victoria. Sube corriendo al segundo piso, se coloca la corbata y se para a recuperar el aliento—. Mía ha aceptado.

Dejo en la mesa un cuenco con helado de chocolate. Se me quita el apetito.

—¿Debo alegrarme por eso? —mi voz suena cargada de indignación. Solo pensar que ahora me seguirá por todas partes una limpiadora me despierta ganas de tirarme a la piscina y ahogarme.

—¡Por supuesto! —se acerca y me pone la mano en el hombro, aunque sabe que no soy dado al contacto físico y que, si no eres portada de Playboy, es mejor que no me toquen—. Considérate salvado.

—Genial —suspiré, apartando su mano—. ¿Y la mujer… la de la escena?

—Se llama Yuliá. Por suerte estaba tan afectada que rechazó entrevistas con la prensa. Solo nuestra gente logró hablar con ella, y eso porque esperaba escuchar tus disculpas…

—Ni hablar.

—De todos modos le transmitimos tus disculpas sinceras y también un ramo de flores que elegiste personalmente.

Claro que no elegí nada.

—¿Y se lo creyeron?

—No lo creo, pero nos dejó entrar en su casa e incluso nos ofreció té —se enorgullece, como si hubiera hecho una gran labor diplomática—. Hablamos con ella y llegamos a un acuerdo.

—¿Tan fácil? —incluso me sorprende.

—Una persona es fácil de comprar si está en dificultades. Esta Yuliá es pobre como una rata. Vive con sus padres ancianos, cría a un hijo y apenas llega a fin de mes. Ganó la entrada a tu concierto en el sorteo de un blogger; de otro modo jamás habría podido pagarla. Le pagamos, la hicimos firmar un acuerdo de confidencialidad y la obligamos a conceder entrevistas a nuestras fuentes cuando haga falta.

Me desplomo en el sillón.

—Menos mal que se solucionó…

—Pero, en justicia, deberías haber ido en persona a pedir perdón. Así actúan los hombres de verdad.

Cómo me irrita su hábito de apelar a mi conciencia. Cuando contraté a un asistente esperaba un amigo y un escudero en una sola persona, y en lugar de eso obtuve un profesor de moral pesada. Ni yo sé por qué aún no le he buscado sustituto. Supongo que me da pereza acostumbrarme a otra persona.

—¿Y quién me va a pedir perdón a mí? —pregunto—. ¿Por qué ella no se disculpa por subirse al escenario sin permiso? ¿Por abrazarme sin pedirlo? ¿Por qué todos la compadecen y se olvidan de mis límites personales? Yo también resulté perjudicado.

Vadim inclina la cabeza hacia un lado.

—Lo siento mucho por ti… —dice con fingida compasión.

—¿En serio?

—No. Te lo mereces —revisa sus notas en el bloc—. Ahora, por favor, dúchate y ponte algo decente, porque en breve vendrá Mía.

Me falta el aire de la indignación. Me levanto del sillón de un salto, casi lo vuelco.

—¿Vendrá aquí? ¿Por qué tengo que recibir a la limpiadora de la oficina en mi casa? ¡Me basta con que tú te pases aquí a todas horas!

—Bueno, quizás porque ahora es tu novia. Y vais a vivir juntos.

Eso suena como otra sentencia. Me siento traicionado y humillado. De pequeño veía con mi abuela una telenovela brasileña sobre una belleza árabe casada a la fuerza. Mi pobre abuela se revolvería en la tumba al saber que estoy repitiendo el destino de aquella mujer. No quiero salir con una chica que no he elegido. En realidad no quiero salir con nadie. Ni siquiera de broma. Me gustan las relaciones abiertas, y todo mi entorno lo sabe.

—¿Y si también acabamos compartiendo cama? ¿Eh?

—Eso ya a vuestra elección —sonríe Vadim. Y a mí me dan ganas de borrarle esa sonrisa de la cara con algo pesado—. Escúchame bien. Mía es tu salvavidas. Debes estarle agradecido. Así que compórtate lo más amable posible, consiente sus caprichos, acepta todo lo que proponga. Haz que se enamore de ti de verdad; así vuestra función será verosímil.

—¡No lo haré! —digo con contundencia, para que a Vadim no le quepa duda—. Con que le paguen ya basta.

—¡Bien que lo recuerdas! El sello no le pagará.

—¿Entonces quién?

—Tú. De tu bolsillo. Esa fue la decisión del productor.

Perfecto. Simplemente perfecto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.