Un amor talla Xl

Сapítulo 6

Me siento a la mesa. Pongo las manos juntas, dócil, como una niña de primaria en su pupitre. Solo que, en vez de una maestra, frente a mí está un cantante medio desnudo, en bañador mojado, hurgando en los armarios de su propia cocina con la cara de alguien que nunca los ha abierto antes.

—No entiendo cómo se puede vivir sin nada de comida en la despensa. ¡Hasta en los hoteles hay minibares con chocolatinas y frutos secos! —no me aguanto—. Deberías tener al menos un mínimo de provisiones…

—¿Para qué?

—Por si acaso. Imagina que empieza una epidemia y cierran todos los supermercados. ¿O un cataclismo natural? ¿Un accidente? Tú acabarías en la lista de víctimas no por estar en el epicentro, sino porque no tenías cómo sobrevivir en casa.

Skyler se gira.

—Mía, si ocurre una catástrofe, yo seré el primero al que rescaten.

No esperaba otra respuesta.

—Claro. Tú eres el ombligo del mundo.

—Al fin reconoces con quién tratas —sonríe, satisfecho.

Saca un bote enorme de plástico, desenrosca la tapa y mide dos cucharadas de un polvo raro.

—¿Qué es eso? —pregunto.

—Un batido de proteínas. Espero que calme tu hambre voraz —echa el polvo en un shaker, añade agua y lo agita hasta que hace espuma. Luego lo sirve en un vaso e incluso le pone pajita—. Proteína pura.

Huelo el brebaje con desconfianza. Huele como un batido de leche con soja y legumbres.

—¿Lo vas a beber o no? No pienso quedarme contigo media noche.

—Pues no te quedes —me encojo de hombros—. Soy una chica grande. No necesito niñera.

—Sí, para que en cuanto me vaya empieces a rebuscar otra vez. Seguro que ya echaste el ojo a algo que podrías robar… No quiero que Vadim tenga que recorrer los empeños para recuperar mis cosas.

—¿Estás intentando insultarme ahora?

—No. Solo que no confío en ti. Y tengo todo el derecho.

Respiro hondo. Vamos, Mía, no te alteres. Contrólate: es trabajo.

—¿Puedo saber por qué? —pregunto lo más educada posible—. ¿Acaso tus agentes no hicieron un dossier sobre mí? La baronesa de oro revisó personalmente mi biografía.

—¿La baronesa de oro?

—La mujer con tantas joyas encima.

—Ah… ¿Karina? —sonríe por primera vez con sinceridad—. Sí, me mandó un archivo sobre ti. Lo leí… Nacida en un pueblo, graduada en Filología en la facultad de Pedagogía, contratada como limpiadora en nuestra oficina. Más aburrido, imposible.

Habría sido más divertido si allí pusiera que antes de entrar en la oficina pasé una entrevista como periodista. Todavía le agradezco a Natali que creyera en mí. Siempre soñé con el periodismo, pero mis padres no podían pagar esa facultad, así que elegí la más barata y cercana. Al fin y al cabo, lo importante para un periodista es saber recopilar información y contarla bien, y eso yo lo hago tan bien como cualquiera con título.

—Pero ahí dice que nunca has tenido problemas con la ley. Que no tienes enfermedades, ni siquiera hereditarias. Ni fumas. Vamos, que eres una persona normal y se te puede confiar. ¿O crees que mi equipo es tan idiota como para poner en un papel tan delicado a alguien de la calle?

En realidad sí lo son, pero no necesitan saberlo todavía.

Skyler vuelve a escrutarme con la mirada. Tan concentrado que me da un poco de miedo. Esos ojos parecen rayos X. Se me eriza la piel…

—Bebe el batido —empuja el vaso hacia mí.

Doy un sorbo.

—Sabe… horrible —confieso—. Me das pena, si tienes que alimentarte de esta porquería.

—¡Apiádate de ti! —frunce el ceño, dolido—. Esta “porquería”, como la llamas, me ayuda a mantener la línea y no engordar.

—Un par de kilos de más no te harían daño.

—Y no diría que tú eres una experta en nutrición.

—Soy experta en comida rica. Si te portas bien, hasta te cocinaré algo. A ver si así se te suaviza el carácter…

—Ya soy bueno. Solo que no contigo.

—¿Y con quién? Me encantaría ver a la persona a la que no le contestas mal…

—¿A quién le he contestado mal? —pregunta, como si acabara de descubrir América.

—¡A todos! Y todo el tiempo. Te veo a menudo en la oficina. Tratas a la gente como si fueran tus criados. Como de segunda categoría. Nunca te he oído decir “gracias” ni “por favor”.

—Seguro que sí lo he dicho.

—Y si lo dijiste, fue con sarcasmo. No de verdad.

Skyler apoya las manos en la mesa, inclinándose sobre mí como una nube de tormenta.

—Acábate el batido y lárgate a tu cuarto —gruñe. Está claro que sus nervios están al límite.

Me levanto.

—Bébetelo tú mismo —vierto su “obra culinaria” en el fregadero—. Maleducado.

Ahora, para quedarme con la última palabra y salir con todo el efecto posible, tengo que subir esas malditas escaleras y no tropezar. Enderezo la espalda, levanto la barbilla y camino como una reina. Por dentro solo rezo para que las piernas dejen de temblar.

—¡Estás despedida! —grita Skyler—. ¡Haz las maletas y lárgate de aquí!

Mierda.

Esta vez la última palabra, al final, fue suya.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.