Un amor talla Xl

6.1

Mi primera reacción fue de alivio. Todo este montaje me había parecido desde el principio una mala idea. Espiar y vender información es una cosa; mentir en público, fingir amor hacia alguien que no puedes ni ver, es otra muy distinta.

Mi reacción siguiente fue de decepción. No pude. No aguanté ni un día. Mi tiempo en el puesto: tres horas. Récord absoluto en negativo. Hm… ¿o quizá Skyler quería solo satisfacer su ego y espera que yo le suplique que me quede? No va a ocurrir.

—Está bien —asiento, sin mostrar demasiadas emociones.

Vuelvo a hacer la maleta. La lleno como un tetris humano. Al mismo tiempo llamo a Natali para darle la mala noticia. Como siempre, no coge. Seguro que va camino a casa. Dejo un mensaje para que me devuelva la llamada cuando pueda. No le aviso a Artem: que sea una sorpresa. Sé que se alegrará de que vuelva.

Otra vez la maleta por las escaleras. Bajarla es aún más duro que subirla.

—¿No quieres que te ayude? —le pregunto a Skyler, que me observa tumbado en el sofá.

—Si la has subido tú sola, bájala tú sola.

—No esperaba otra cosa…

—Entonces, ¿para qué preguntaste?

Aprieto los dientes. Quedan diez peldaños. Alzo la maleta y doy un paso… pero el pie no encuentra firmeza. Me caigo. Intento salvarme, agito los brazos como un pájaro enloquecido, pero ya es tarde: la maleta cae sobre mí y yo al suelo.

—¡Diablos! —se incorpora Skyler—. ¿Estás viva? ¡Menudo estruendo! Parecía que alguien hubiera tirado un armario desde el segundo piso.

Quisiera responder, pero todo mi esfuerzo se va en no romper a llorar del dolor. Solo le hago un gesto señalando la maleta, que me dejó aplastada contra el suelo.

—Ah… —por fin cae la ficha—. ¿Puedes levantarte?

Niego con la cabeza.

—¿Puedo quedarme un rato más en el suelo? —mi voz tiembla—. Veo como manchas negras delante de los ojos…

Me siento como una mosca aplastada con el periódico. Muevo los dedos de las manos y puedo. Buena señal: al menos no hay fracturas. Los codos raspados y los moratones habrá que cubrirlos… Nunca he aspirado al título de “Miss Gracia”, pero hoy mi torpeza se luce como nunca.

—¡Ni se te ocurra morirte en mi casa! ¿Entendido? —el miedo asoma en el rostro de Skyler—. Voy a llamar a una ambulancia.

Un calambre me recorre el cuerpo.

—No hace falta la ambulancia —ruego—. Solo descansaré un poco y me iré.

—¿Y si tienes un traumatismo craneal? Podrías perder el conocimiento camino a casa.

—¿A ti qué te importa? Lo importante es que no sea en tu casa.

—Aun así, llamaré a los médicos… —saca el móvil.

—¡No! —me incorporo con lentitud, tambaleante—. No quiero médicos, por favor. Ya me encuentro mucho mejor.

Los labios de Skyler se curvan en una mueca que no sé si es amarga o divertida.

—¿Tienes miedo? —pregunta, ladeando la cabeza—. ¿De verdad?

Bajo la vista. Me ha pillado.

—Todo el mundo tiene miedos. No es algo gracioso.

—Pero los médicos…

—Tengo mis motivos para temer a los médicos, ¿vale?

—¿Cuáles? —pregunta, curioso.

—De pequeña pasé mucho tiempo en hospitales —no sé por qué se lo cuento—. Mi padre estuvo enfermo mucho tiempo. Iba a verlo después de clase, me sentaba en un rincón de la sala y observaba a las enfermeras indiferentes, a los cirujanos corruptos que no operaban si no les dabas dinero, a los celadores que gritaban como locos si pisabas el suelo recién fregado. Desde niña odié todo aquello. Y ahora cada visita al médico me devuelve a esos días en que mi padre estaba postrado en la cama.

Me doy cuenta de que me avergüenzo: era un secreto. Solo lo sabían mi madre y Artem.

—¿Está bien ahora? —la voz de Skyler suena algo más suave—. ¿Tu padre?

—Murió. Nunca llegó a salir del hospital.

—Oh… —guarda el móvil. Le agradezco el gesto—. Lo siento. Es… triste.

Ajusto el dobladillo del vestido para cubrir la rodilla raspada. La espalda me duele, pero en general estoy bien. Podía haber sido peor. Cojo la maleta y me apoyo en ella como una anciana en sus andadores para llegar a la puerta.

—Creo que deberías quedarte —oigo de pronto desde atrás.

—No me apetece.

—Si tienes miedo de subir de nuevo la escalera, puedes dormir en el sofá. Te traeré ropa de cama limpia… y quizá un botiquín. Ah, y tengo hielo para el golpe en la pierna.

Se me queda el cuerpo paralizado por la sorpresa.

—¿De dónde tanta bondad? —pregunto. Ahora mismo no me apetece recorrer otra hora y media hasta el otro extremo de la ciudad. Me vendría de perlas quedarme y dejar que el cuerpo descanse tras la descarga de adrenalina.

—No quiero sentirme culpable si te pasa algo camino a casa —tras un segundo de debilidad su voz vuelve a su habitual altanería—. Mejor que te quedes aquí, bajo mi supervisión.

—Qué tierno.

—¿Te vas a quedar o no? —se impacienta.

El móvil vibra en mi bolsillo: Natali ha debido notar mis llamadas perdidas. Si mi jefa supiera que he tenido la ocasión de pasar la noche en casa de Skyler y no lo he hecho, me echaría de la escalera otra vez. Hay que aprovechar cualquier oportunidad de recabar más información.

—Bueno, está bien. Me quedaré, si tanto lo quieres —respondo, rechazando la llamada de Natali.




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