Un amor talla Xl

Capítulo 8

Mía

¿Contenta de haber recuperado el trabajo? Ni idea… Por un lado ya me había resignado a que ningún ascenso en periodismo світитиме мені. Por otro… me gustó ver a Skyler desarmado. Por un instante sentí que tenía poder sobre él. Sobre un millonario, una estrella, el ídolo del país. Supongo que eso fue lo que me hizo cambiar de opinión. En fin, veremos si ese poder me da gusto en los próximos días.

Entre los gruñidos de Skyler (se pasó todo el camino exigiendo café) llegamos al distrito de negocios. Es la primera vez que voy al trabajo con tanta comodidad: coche con aire acondicionado, asientos de cuero, y al volante un hombre en traje caro que huele como embajador del desodorante Old Spice. Si me hubieran pedido ser la novia de Vadim, lo habría hecho gratis y a largo plazo.

—Hemos llegado —dice, aparcando junto a la salida de emergencia—. Subirán por el ascensor de servicio para no cruzarse con el personal antes de que los maquilladores tapen los golpes de Mía.

—¡Yo no la golpeé! —retumba desde el asiento de atrás—. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?

—Nosotros lo sabemos; los demás, no. Así que evitemos provocaciones extra. Ya tenemos suficientes.

—De acuerdo —asiento.

—Y eso… Empiecen a comportarse como pareja. Su función comienza en cuanto pisen la calle.

No lo veo, pero siento con la nuca que Skyler pone los ojos en blanco.

—Suerte para todos —digo para el conjunto, porque sé que el equipo de Skyler tendrá que trabajar esta mentira tanto como nosotros dos.

Vadim baja primero. Luego Skyler. Yo me demoro, esperando a que al fin al idiota se le ocurra abrirme la puerta. En lugar de eso, aporrea impaciente el cristal con los nudillos.

—¿Te quedaste dormida ahí o qué?

No queda otra: hay que admitir que las buenas maneras y Skyler no son compatibles. No le envidio a su futura novia de verdad.

—Deberías abrirme la puerta —susurro, bajando la ventanilla—. Acostúmbrate a los gestos bonitos.

—¿Y de tu lado hay gestos bonitos previstos?

—Claro. Por ejemplo, voy a disimular el asco mientras te agarro de la mano —salgo y, al ponerme a su altura, entrelazo nuestros dedos—. Porque así caminan los enamorados.

—Esto es un jardín de infancia —bufa, intenta apartar la mano, pero no lo dejo—. Nunca he ido así con nadie. No me gustan los tocamientos de extraños.

—A la persona amada no se la considera extraña. Apúntate este dato sobre el comportamiento del homo sapiens normal, al que tú todavía no has evolucionado. Cuando amas a alguien, no solo quieres agarrarle la mano las veinticuatro horas: quieres literalmente devorarlo de lo mucho que te atrae.

—Tú siempre queriendo devorar algo.

No respondo, pero aprieto más su mano para añadir incomodidad. Así entramos en la oficina. Por suerte no nos cruzamos con nadie hasta llegar al piso indicado. Ahí está la recepcionista: parpadea, guarda silencio y abre la boca, luchando contra las ganas de gritar de sorpresa. No sé si es la mirada severa de Skyler o su profesionalidad, pero logra forzarse a soltar el saludo de manual y no hace la foto con el móvil que ya tenía en la mano.

—¿No lo sabías? —le dice Vadim en un susurro hecho para que lo oigamos—. Llevan tiempo juntos.

A duras penas contengo la risa. Skyler, en cambio, se tensa hasta el último poro. Ahora parece un pavo enfadado.

—Por salvar mi reputación de cantante, voy a perder la de sex symbol —murmura.

—Diría que lo siento, pero me da igual…

Entramos en la sala de reuniones. He estado aquí mil veces cuando limpiaba, pero hoy no la reconozco. Muebles apartados contra una pared. En una esquina, un sofá con cojines mullidos de colores. Enfrente, un trípode con cámara y, encima, el set de luces. Al otro lado, en el extremo libre de la mesa, han montado un pequeño tocador: maletines con maquillaje, peines y productos para el cabello. Al lado, un perchero rodante con ropa y un biombo pequeño para cambiarnos.

—¿Alguien me compró café? —salta Skyler en cuanto se cierran las puertas detrás de nosotros. Es su modo de saludar a todo un enjambre de profesionales que van a trabajar en nuestros vídeos.

—El café hay que ganárselo —responde el jefe, mi “calvo”—. Si trabajas bien, te dejo ir a comer.

—Se burlan… —El hombre se vuelve hacia mí. Su mirada resbala por mis moratones, pero permanece impasible. Le da igual. Lo importante es que estoy viva y lista para trabajar.

—Gracias por aceptar —asiente apenas—. Espero que sea consciente de la magnitud de su responsabilidad.

—Sí —lo aseguro—. Haré todo lo que esté en mi mano.

—Si Skyler se permite excesos, avise. Tengo palancas para presionarlo.

—¡Oh, por favor! Nos llevamos de maravilla. Él está tan interesado en que esto salga bien como yo.

El calvo suelta una carcajada.

—Miente usted de maravilla. Me gusta. Siga así.

En un instante, Karina se me viene encima. Es rápida como un huracán. Vuela por la sala repartiendo órdenes a todos. Da la impresión de que, en lugar de sangre, tiene bebidas energéticas en las venas.

—Cariño —me apoya en el hombro una mano pesada de tantos anillos—, siéntate a maquillaje. Mientras te ponen a punto, te familiarizas con el texto. No hace falta aprendértelo de memoria: quédate con las ideas clave. Pensaba que hoy solo ensayaríamos, pero mejor no perder el tiempo —señala la cámara—. Ya te hemos abierto un blog; hay que grabar un vídeo para él. Y haremos varias stories que Skyler subirá a su perfil. ¿Lista para convertirte en la nueva estrella?

No. ¿Para qué necesito esto?

—Sí —sonrío—. ¡Lista!




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