Al final del día, Skyler y yo por fin coincidimos en algo: los dos estamos tan agotados que ni fuerzas tenemos para discutir. Nunca pensé que las sesiones de fotos y las grabaciones de videos pudieran ser tan pesadas. Tal vez habría sido más fácil si mi pareja en todo esto fuera alguien medianamente adecuado y no un cabrón coronado, pero no se puede elegir. Aguanté con dignidad sus comentarios hirientes, sus miradas escépticas y sus bromas despectivas. Y aun así logré interpretar tan bien a la enamorada que, al ver nuestras fotos juntos, me entran ganas de vomitar de lo tiernas y románticas que parecen.
—Su tarea para casa —Karina nos entrega dos sobres—. Nuestro equipo ha detallado el contenido que deben grabar para sus redes sociales: selfie matutino, tiempo compartido, la vida cotidiana… Nada complicado, lo resolverán.
Repaso los puntos con la vista y mis ojos se agrandan.
—Aquí dice que tenemos que hacer una foto en la cama. ¿No es demasiado?
—No. No les pido que graben contenido para adultos. Solo muestren a la gente lo unidos que son. Algo tipo: “Miren, fotografié a mi novia mientras dormía. La amo”.
—Está bien —asiente Skyler, y me sorprende lo rápido que acepta. No esperaba que cediera tan fácil—. ¿Ya podemos irnos?
—Sí. Por hoy es todo.
Él le hace una seña a Vadim para que nos lleve a casa. Y apenas salimos de la oficina tira a la basura los dos sobres, el suyo y el mío. Ahora todo vuelve a tener sentido.
De camino escuchamos canciones de Skyler. Eligió a propósito una emisora donde repiten sus alaridos todo el día. No entiendo para qué… como si no hubiéramos tenido suficiente tortura.
—Quiero darme una ducha, cenar y tirarme a la cama —dice al entrar en la espaciosa y fresca sala de estar.
—En la cama del segundo piso —aclaro.
—Maldición… ¿Y si lo dejamos para mañana? Puedes dormir otra noche en el sofá del salón. O… tengo una tienda de campaña. Si temes subir las escaleras, móntala junto a la piscina.
—¡Lo prometiste!
Me mira como si intentara carbonizarme. Aprieta los labios con fuerza y resopla por la nariz como un dragón. Pero me da igual. Que reviente si quiere. Yo no cedo.
—Está bien… —gruñe—. Pero no te lo perdonaré. Si tuviera una lista negra, tú la encabezarías, ¿entendido?
Con un golpe de pie al sofá, se marcha a su dormitorio. Yo lo sigo. Me muero de curiosidad por ver la habitación del rey del pop. Una habitación dice mucho de su dueño. La mía, por ejemplo, es un montón de novelas románticas, cuadernos llenos, pósteres motivacionales y plantas medio secas. La de Artem es una mezcla entre el guardarropa de un teatro arruinado y un basurero. La de Skyler… supongo que será fría y tan vacía como su corazón.
—Este es un lugar sagrado —dice al llegar a la puerta—. Te recomendaría lavarte los pies antes de cruzar el umbral.
—Es solo un dormitorio.
—MI dormitorio. Y deberías agradecerle al destino que tengas la oportunidad de entrar aquí. Algún día harán visitas guiadas, como en la casa de Michael Jackson.
—Dime, ¿eso les dices a todas las chicas que traes a tu casa?
Skyler se queda helado, con la mano en el picaporte.
—Yo no traigo a nadie —responde con sinceridad, casi incómodo—. Si salgo con alguien, no es aquí.
—¿Por qué?
—Porque… no es asunto tuyo.
—¡Espera! ¿Y Vadim, Karina…?
—…y la asistenta, que viene los sábados. Nadie más ha estado en mi casa desde que terminó la construcción y la reforma. Hasta que te trajeron a ti, claro —suena con evidente reproche.
—Hmm… Eso es un poco… inquietante. No sabía que fueras tan ermitaño.
Hoy dormiré con gas pimienta bajo la almohada.
—No soy ermitaño. Solo necesito espacio para recuperarme después de tratar con los fans. Valoro el silencio y la soledad.
Finalmente abre la puerta. La habitación es grande y luminosa, con ventanales hasta el suelo y salida propia a la piscina. Como en toda la casa, reina el minimalismo. Solo la gran cantidad de fotos enmarcadas sobre la cómoda rompe el estilo. Un sillón de masajes, una guitarra, una libreta en el suelo junto a ella. Qué aburrido… Si algún día hacen visitas aquí, será dinero tirado.
Me detengo frente a la cama gigante. Ni sabía que existieran camas así. Caben cinco sin problemas.
—¿Para qué comprar semejante sexódromo si duermes solo?
—Para que lo preguntaras.
—Pues lo pregunto. No es racional. Esas camas son para noches de pasión.
—¿Y tú entiendes de eso? —bufa.
—No menos que tú, créeme.
Skyler vuelve a poner los ojos en blanco. Lo hace tan a menudo que acabará con un calambre en los músculos.
—Hoy me llevaré las sábanas y algunas cosas. El resto, mañana —saca una caja del armario y tira dentro lo que pilla—. No te instales demasiado, ¿entendido? Y no toques las mesillas. De hecho… voy a precintar todo con cinta adhesiva para que no tengas la tentación de curiosear.
—Ni pensaba hacerlo —claro que pensaba. Lo haría en cuanto cierre la puerta.
Me acerco a las fotos. Esto sí que es interesante… Aquí Skyler no se parece a sí mismo. Normal, humano, sin el barniz del glamour. En el primer retrato tiene unos seis años, de pie junto a su madre en el zoo, frente a la jaula de un león. En otra, ya adolescente, con su padre en una pesca. Luego, graduado de un liceo capitalino, recibiendo el diploma del director. En una foto al aire libre, casi irreconocible, hay un pie de foto: “Timur Savchenko. Excursión a Crimea”.
—Timur Savchenko —repito, saboreando el nombre—. Ya había olvidado que tienes un nombre normal. ¿Puedo llamarte así en vez de Skyler?
—¿Qué? —lanza una mirada a las fotos, luego se apresura a guardarlas todas en la caja—. No. Para ti soy Skyler y nada más.
—¿Y para quién eres Timur?
—Solo para mis padres.
—Cuéntame de ellos. ¿Se ven a menudo?
Skyler mete la última foto en la caja.
—Hace como cinco años que no los veo.