Un amor talla Xl

11.1

Cuanto más espero el dichoso bañador, más segura estoy de que Skyler aparecerá con alguna indecencia solo para burlarse. Y sus bromas, como siempre, solo le hacen gracia a él.

—¿Falta mucho? —pregunto, asomando la cabeza por la cortina. Desde aquí no se ve la sala de ventas, y empiezo a sospechar que ese imbécil se largó, dejándome tirada en la tienda. Y sería muy de su estilo, la verdad.

—¡Un segundo! —responde—. Ya voy.

Se acerca con una sonrisa autosatisfecha y me tiende un bikini celeste. La braguita es tipo brasileña, el top se ata al cuello. Lo examino intentando descubrir dónde está la trampa.

—¿Te lo pruebas? —pregunta impaciente, como si él mismo lo hubiera diseñado.

—¿No es demasiado atrevido?

—Demasiado, —asiente con gusto.

—Pero… Cuando dijiste que elegirías un bañador que no molestara a tus ojos, me imaginé una especie de manto de invisibilidad o un traje de buzo que me tapara por completo.

Skyler suelta un suspiro cansado.

—Me entendiste mal.

—Bueno, vale… —me escondo tras la cortina y empiezo a cambiarme.

La dependienta, que se había quedado apartada, se coloca junto a Skyler esperando a que aparezca. Y, por supuesto, no se resiste a lanzar la pulla:

—Si esta talla no le queda, en el piso de arriba hay una tienda de tallas grandes.

—Le quedará, —responde Skyler con un tono tajante.

Ojalá tuviera yo esa seguridad. La braguita se ajusta bien a mis caderas y el top… sorprendentemente sostiene mi pecho a la perfección. ¡Vaya! Un acierto total. ¿Cómo demonios lo hizo? Yo misma no puedo escoger un sujetador sin probarme cien, y él, que apenas me mira, dio justo en la talla. Pura magia.

—¿Y bien? —pregunto, corriendo la cortina y mostrándome.

Parece que va a soltar una de sus frases envenenadas, pero se contiene en el último instante. Instinto de supervivencia, supongo.

—Nos lo quedamos, —asiente.

—Bueno… A mí también me gusta.

Me quito el bikini, me pongo de nuevo los shorts y la blusa. Entonces veo la etiqueta. ¡Santa Virgen! Con ese dinero me compro un viaje al mar. Claro que no me molesta que Skyler gaste en mí, pero ¿y si se da cuenta en la caja de la fortuna que cuesta esta compra?

Lo llamo otra vez.

—Oye, este bañador es ridículamente caro. ¿Seguro que tenemos que llevarlo?

—Si prefieres nadar sin bañador, no lo compramos.

—Hay otras tiendas…

—Ya hablamos de eso.

—¡Pero mira la etiqueta! —le planto el top delante de la cara—. Seguro que se han confundido con las cifras.

Skyler niega con la cabeza con condescendencia, mirándome como a una niña poco lista.

—Sé perfectamente cuánto vale. Dame eso, —me quita las dos piezas de las manos—. Y no montes un circo.

—Está bien… Tú decides.

Lo tomaré como inversión. Después de nuestra “ruptura” lo venderé de segunda mano y con lo que saque me compro un abrigo de invierno y unas botas.

Skyler ya está saliendo de la cabina, pero lo agarro por la camiseta.

—Una cosa más.

—Dime.

—¿Cómo… cómo acertaste con la talla? Y no me digas que antes de cantar vendías lencería.

—No la vendía.

—Entonces no entiendo.

—Simplemente… —se le nota incómodo. ¡Increíble, una emoción nueva desbloqueada!— Lo calculé a ojo. ¿Cómo si no?

—¿Tuviste muchas novias con curvas? —activo mi modo periodista.

—Unas cuantas, pero eran falsas, y me sentía engañado.

—Bueno… las mías son de verdad.

—¿Seguro?

—Sí.

—No suelo fiarme de la palabra de nadie. El mundo es complicado, todos intentan engañarte… —extiende la mano como si fuera a tocarme el pecho.

Sé que es puro teatro. El verdadero Skyler preferiría pillarse la mano con una puerta antes que tocarme sin necesidad. Pero no me privo del placer de mandarlo al diablo:

—¡Vete al cuerno, depravado de manos frías! —lo empujo fuera del probador y salgo yo también.

Las empleadas nos observan con sonrisas forzadas. Lo juro, en sus ojos se lee claramente: “En cuanto pueda te estrangulo con unas bragas de la vitrina, y luego contrato a una abogada fan de Skyler que me saque libre”.

—Envuélvalo, —Skyler le entrega el bikini a la dependienta—. Pago con tarjeta.

Y justo en el instante en que la tarjeta de Timur Savchenko roza el datáfono, me descubro pensando que hoy… lo odio un poquito menos.

Solo un poquito.




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