Un amor talla Xl

Capitulo 12

Salimos de la tienda justo cuando empieza a asomarse sospechosamente mucha gente. Todos fingen que han venido a mirar bañadores y no a nosotros, pero siento en la piel esas miradas punzantes que dan ganas de sacudirse como si fueran insectos.

—Rápido hemos terminado. Me da tiempo a llevarte a casa y luego ir al estudio de grabación —dice Skyler, entregándome una bolsa ridículamente grande.

—Puedes irte directo. No quiero volver todavía, prefiero pasear por la ciudad.

—¿Sola?

—Pues… sí.

—No. Mejor quédate en mi casa.

—¿Y qué se supone que haga allí?

—Nadar —asiente hacia la bolsa.

—Qué aburrido… Mejor paso por una cafetería a tomarme un batido bien rico, luego camino por el centro, llego al metro y me paso por casa. Quiero ver a mi amigo, no vaya a ser que se muera de pena sin mí.

—¿Tu amigo vive contigo?

—Sí, compartimos piso. Se llama Artem. Es de mi ciudad, somos amigos desde la infancia, y después del colegio nos vin…

—Para —se tapa la cara con las manos—, no me interesa. No puedes ver a ese amigo, al menos por ahora. Tenemos demasiada atención encima; si alguien se entera de que fuiste a casa de otro chico, entonces…

—…escribirán que te engaño —termino por él, porque justamente pensaba escribir eso para Natalia. Y da igual que no sea verdad. Lo importante es la “bomba”.

—Exacto. Pero si estás tan aburrida, puedes venir conmigo. Escucharás la canción en la que trabajo —lo suelta con un tono como si me hiciera un favorazo—. Serás de las primeras en oírla.

—¡Ni loca!

—Entonces quédate en casa y graba vídeos para el blog —no puede aceptar que haya gente a la que no le gusten sus aullidos—. Al fin y al cabo, es tu trabajo.

Caminamos hacia el parking en silencio. Skyler vuelve a estar irritado; se le nota en cada paso. Baja por la escalera mecánica con cara de haber tragado una mosca. Llegamos al aparcamiento subterráneo, localizamos la fila donde está su coche… y nos escondemos de golpe tras el todoterreno más cercano. Bueno, él se esconde, y yo lo imito del susto.

—Ya han venido… —gime, cubriéndose la cara—. ¡Los odio! ¡Los odio! Solo quería dejarme ver entre los clientes, no dar entrevistas. ¡No tengo humor! ¡No tengo fuerzas!

Me asomo con cuidado y miro a los periodistas. Reconozco a gente de varios programas de televisión (aunque trabaje en remoto, sigo de cerca los éxitos de los colegas) y a un bloguero. A tres más los veo por primera vez. Han rodeado el coche de Skyler esperando que aparezca.

—¿Y si simplemente saludamos, nos metemos y nos vamos? —propongo.

—Eso no funciona así —está a punto de llorar.

—¿Por qué? Decimos que hoy no teníamos previsto atender a la prensa.

—No conoces a los periodistas. No te dejarán ir hasta que te expriman hasta la última gota.

En su voz hay una desesperación auténtica. Antes pensaba que disfrutaba con la atención, y ahora veo lo mucho que lo agota. Y aun así nunca se delata. He visto millones de entrevistas suyas: en todas, Skyler es chulo, seguro, vitalista. Nada que ver con el de ahora.

Me da pena.

—Dices que te exprimen… Pues que chupen —me enderezo—. Dame las llaves y espera junto a la salida. Hoy no te van a catar.

—No… ¡No te dejo ponerte al volante de mi coche!

Vale, ya no me da pena. Retiro lo dicho.

—Entonces no te libras de la entrevista. Prepárate para un millón de preguntas sobre nuestra relación y tus planes para promover la tolerancia en la sociedad.

Me mira con tal odio que parece que fui yo quien llamó a esos reporteros.

—¿Vas a poder? —pregunta, echando un vistazo alrededor.

—Creo que sí. Fingiré ser una tonta.

—Eso no te costará —se le contrae la comisura en algo parecido a una sonrisa.

—¿Te he dicho ya que eres un imbécil de primera, Timur?

—Soy Skyler. Y sí, me lo has dicho. Como un millón de veces. Bueno… Que sea como tú quieras —saca las llaves del bolsillo—. Pero si arañas mi coche…

—¡Estará perfecto! En el último curso del insti conduje un tractor. ¿Crees que no voy a poder con un Porschecito?

Le arranco las llaves de los dedos y le indico dónde esperar. Reuno toda mi seguridad. Cabeza alta, hombros rectos, pecho fuera. Camino como si no esperara ninguna emboscada.

Ya me han visto. Todas las cabezas giran hacia mí. En sus ojos hay curiosidad y una pizca de decepción por no ver a Skyler al lado.

—¡Mía! —salta la más atrevida.

—Buenas… —actúo sorpresa y susto a partes iguales. A la vez desactivo la alarma y abro las puertas—. ¿Y ustedes son?

Mis colegas se apresuran a decir nombre y medio. Oigo el de la revista que es nuestra mayor competidora. Sé que le pagan al personal de los locales que frecuentan los famosos para que filtren sus movimientos. Ajá… Seguramente alguien nos vendió.

—Por favor, apártense… Tengo que irme.

—¿Dónde está tu novio?

—Sigue de compras. Y yo llego tarde a hacerme las uñas, así que…

—¿Skyler está en la galería?

—Sí. ¿Queréis hablar con él? Supongo que —me abro paso entre dos chicos que se han plantado adrede junto a la puerta— os interesa nuestro proyecto social. Es… apasionante. Les cuento: el bullying es un problema enorme que no se puede ignorar. En estos tiempos, en los que todo el mundo tiene acceso a los medios…

—¿Viven juntos? ¿Cuándo te mudaste con Skyler? ¿Fue iniciativa suya? —me acribillan con lo que de verdad les interesa, bastante más que cualquier iniciativa social.

—¿Puedes hablar de su vida íntima? ¿Cómo es Skyler en la cama?

—Han empezado a subir vídeos juntos. ¿Piensas ganar dinero como bloguera? ¿Skyler te apoya?

Yo me mantengo firme ignorando el aluvión picante. Al contrario: contraataco y sigo con mi discurso.

—Tomemos como ejemplo el acoso escolar. Si entran en redes y buscan el hashtag #melquiero, verán muchas historias de adolescentes. Y hubo un niño, creo que tenía diez años… ¿Por qué no están tomando nota? ¡Ni siquiera han encendido las grabadoras!




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