Skyler
Si en el estudio de grabación hubiera ducha y una cama decente, me quedaría a dormir ahí. Amo mi trabajo. Vivo de él. Cada una de mis canciones es un pedazo de alma. Sí, hago mi alma trizas para que esos fragmentos atraviesen el corazón de todo el que escuche mi voz.
Tres horas pasan volando. Seguiría encantado, pero los técnicos ya quieren irse a casa. Que si tienen familia, hijos, y que hoy ni siquiera debían trabajar… Como si no entendieran que mi inspiración importa más que sus familias.
—¡Skyler! —irrumpe Karina en la sala. Normalmente no se permite estas entradas. Cuando viene al estudio, se sienta calladita en una esquina y observa. Por buen comportamiento le dejo cantar un poco al micrófono: un karaoke para elegidos—. ¡Tenemos que hablar!
No oigo lo que dice, pero le leo muy bien los labios. Me quito los auriculares y la invito a pasar a la cabina. A los chicos hay que soltarlos; que descansen.
—Hola —saludo sin entusiasmo. Karina es una gran profesional, pero su presencia siempre significa que me cargarán de trabajo que probablemente no me va a gustar.
—No contestas el teléfono. Vadim dijo que te buscara aquí —gesticula, y sus joyas tintinean. Hasta que Mía no la llamó “baronesa gitana” ni me había fijado en eso.
—¿Pasó algo? ¿Otra vez?
—No. Pero pudo pasar. Porque tú y Mía no siguen mi plan y hacen lo que les da la gana.
—Tus cronos y calendarios de contenido son pura basura. Lo importante es el resultado, ¿no? Y el resultado es bueno. Todos nos creen.
—Casi —saca el móvil y abre un sitio lleno de spam—. Mira. Aquí dicen que su romance es ficticio y que pronto los desenmascararán.
—¡Eso es puro clickbait!
—Ahí está el problema: no. Está escrito con bastante cabeza y detalle. No aportan pruebas aún, pero siembran intriga. Donde hay humo, hay fuego; así que tienen que extremar el cuidado.
—Yo soy cuidadoso. De verdad. Y tengo a Mía bajo control. Ahora mismo está en casa y no se mueve a ninguna parte.
—Ajá… la vi. En directo, horneando un pastel de manzana para ti. Ternura pura.
No comparto la emoción de Karina. Ella no está en el tema, pero a mí no me engaña.
—¡Lo hace adrede! —digo—. Mía sabe que yo eso no lo como.
—A nadie le importa qué comes. Tu tarea es seguirle el juego. Ahora te vas a casa, compras flores por el camino y, cuando llegues, te grabas probando ese pastel. Y aunque sepa a suela, lo alabas.
—A ti no te dejo dictarme reglas, pero a Mía tengo que permitírselo. ¿Por qué no podemos grabar cómo entrenamos juntos en el gym o salimos a correr? ¿Por qué tengo que adaptarme a ella y a sus pasteles?
—En mi plan hay de todo: deporte en pareja, descanso e incluso peleas “domésticas”. Pero ustedes no quieren consejos ni guiones. ¡Entonces arréglense entre ustedes! Lo único es que se vea verosímil. ¿Está claro?
Desconecto la guitarra y la guardo en el estuche.
—¡Skyler! —repite Karina, más alto—. ¿Te quedó claro o no?
—Sí, sí… déjame ya.
Se va haciendo sonar los tacones a propósito.
Recojo mis cosas y, al mismo tiempo, marco a Vadim.
—¿Dónde estás? Ya terminé. Llévame a casa.
—Llego en un minuto —su voz suena tan cansada como si llevara días sin dormir—. Y pasa por una floristería. Cómprale un ramo a Mía. Algo a tu gusto.
—¡Cómpralo tú!
—¿Te cuesta mucho?
—No me cuesta. Pero es tu novia. Y tienen que verte en la tienda. Debes elegirle flores con amor y esmero.
Debes. Debes. Debes. La palabra suena más de lo que resiste mi frágil psique. Hasta mi criado… perdón, mi asistente, me dice lo que debo. Estoy harto.
—Si no apareces en tres minutos, te despido —solo para recordarle quién manda—. ¡Corre el reloj!
Por supuesto, no llega en el tiempo, pero cuando aparece ya se me pasó el berrinche y no armo lío. La ciudad es un atasco; avanzamos como tortugas. Y eso tiene un lado bueno: también se retrasa mi encuentro con Mía. Cuanto menos tiempo pasemos juntos, mejor para ambos.
—La floristería —Vadim señala una tienda cercana—. Intento parar justo en la entrada.
—Ajá…
No recuerdo la última vez que compré flores. ¿Para qué? A mí me llueven ramos que luego no sé dónde meter. El más caro se lo queda Karina, el resto Vadim los reparte entre el equipo que organizó mi show.
—¡Buenas tardes! —los ojos del florista se iluminan con entusiasmo genuino. Me sorprendería otra reacción—. ¡Skyler! ¡Qué agradable sorpresa!
—Buenas.
—¿En qué puedo ayudarle? Bueno, espere… ¡Primero una foto! ¡Mi esposa no me lo va a creer!
Aprieto los dientes.
—Sí, claro —fuerzo una sonrisa y la mantengo mientras se hace varias selfies—. En realidad necesito flores. Para una chica.
—¿Su novia?
—Sí.
—Oh… —pasea entre las estanterías, dándose golpecitos en la barbilla. Parece tan perdido como si viera flores por primera vez—. Rosas no le ofrezco: demasiado trillado. Podemos ir con orquídeas, lirios o hortensias. También hay peonías reales frescas.
No tengo idea de lo que habla. Para mí, todo este jardín botánico son “flores”. Miro alrededor dispuesto a señalar el primer ramo listo que vea. Y entonces las veo…
—¡Perfectas! Envuélvame esas. Bueno… ni las envuelva.
—¿Qué? ¿Girasoles? —pregunta con cautela.
—Sí. Póngame tres.
—¿Seguro que quiere esos? Podemos armar una composición con girasoles y…
—No. Solo esos.
—¿Quizá cinco? Así lucen mejor…
—Vale —decido apoyar al pequeño comercio—. Cinco. Me convenció.
Pago y vuelvo al coche.
—Listo. Vámonos —le digo a Vadim.
Él no arranca. Me mira como si en vez de flores trajera la cabeza del florista.
—¿Qué son esas malas hierbas? ¿Fuiste a la tienda o te diste un paseo por el campo?
—¿No te gustan? A mí me parecen perfectas para Mía. En cuanto las vi me acordé de ella: igual de simple, pueblerina y volumétrica. Y los tallos duros y un poco ásperos; me han irritado la piel… El ramo ideal.