Un amor talla Xl

Capitulo 14

Es de noche cerrada. Normalmente termino tan agotado que me duermo apenas toco la almohada, pero hoy el insomnio vuelve a torturarme. No consigo acomodarme… Doy vueltas y más vueltas, como una maldita princesa sobre el guisante. La culpa es de Mía: todo empezó cuando se mudó a mi casa. Tiene una energía extraña, pesada.

Cojo el móvil y, por aburrimiento, entro a su blog. No sé por qué empiezo a ver sus vídeos uno tras otro. Está tan graciosa, tan directa, tan auténtica, sin filtros ni sonrisas falsas. Habla como si no le importara lo que los demás piensen. Es tan distinto a lo que me rodea, tan… refrescante. Por eso, sonriendo como un idiota, le doy “me gusta” a cada publicación.

Dejo el teléfono y miro por la ventana. En el césped se distingue la luz que sale de su dormitorio. Así que tampoco duerme… La curiosidad me corroe: ¿qué estará haciendo? ¿Lee? ¿Mira una serie? ¿O quizá ya empezó a escribir su primera novela romántica inspirada en mí? Si es así, debería cobrar derechos de autor. Las musas también deben recibir su pago.

Si los dos estamos despiertos, debería buscar la manera de sacarla de su habitación. Pero necesito una excusa lógica. No puedo simplemente aparecer y decir: “Hola, Mía, estoy aburrido, hazme compañía”. Sonaría como si estuviera desesperado por su atención.

Y no lo estoy.
¿O sí?

Podría fingir que necesito ayuda… algo como que he perdido una lentilla. Pero entonces sabría que tengo mala vista, y eso dañaría mi imagen de perfección (por absurda que sea). Hmm… quizá mentirle y decirle que oí ruidos raros y vine a ver si estaba bien. Eso me haría parecer protector. Perfecto.

Aunque pensándolo bien, ¿para qué inventar nada? Podría simplemente invitarla a dar un paseo. Decírselo tal cual: no duermes, yo tampoco, hace buena noche, vamos a tomar el aire. ¿Qué tiene de malo?

Eso haré.

Lleno de decisión, bajo las escaleras. Camino con paso firme hasta su puerta.
Toco. Una vez. Otra.

No sé por qué, pero las manos me sudan. Será por el calor. Apenas me da tiempo de secarlas en los pantalones cuando ella abre.

—¿Qué pasa?

Su pijama es una camiseta masculina con el logo de un equipo de fútbol de provincias. Ni Victoria’s Secret ni Dior: solo una camiseta. Pero, por algún motivo, en ella se ve increíble.

Abro la boca para decir “Vamos a dar un paseo”, pero las palabras se me atascan en la garganta. Sé que debo parecer un idiota, pero no puedo evitarlo. Resulta que invitarla a caminar no era tan sencillo.

—Skyler —dice, intentando sacarme de mi estupor—. ¿Te encuentras bien?

Desesperado por recuperar el control, recurro a mi truco infalible: activar el modo imbécil.

—¿Tienes conciencia? ¿Olvidaste que no vives sola? —suelto, con un resoplido despreciativo—. Tienes la luz encendida, haces ruido, y no puedo dormir por tu culpa. Tengo horario. No puedo cantar bien si no descanso. Y mañana tengo grabación.

Ella arquea una ceja. Tranquila. Demasiado tranquila. Y eso me inquieta.

—¿En serio? ¿Quieres decir que hago mucho ruido… escribiendo mensajes?

—¿Y a quién le escribes a estas horas?

—A Artem.

—¿Qué Artem?

—Ya te hablé de él. Mi amigo muy cercano.

Cierto. Algo recuerdo.

—Demasiado cercano, si le escribes de noche.

Mía se echa a reír.

—¿Estás celoso?

—Pff… ¡Por favor! Me da igual.

—Tu indiferencia habla por sí sola…

La situación se me escapa completamente de las manos. Debo rendirme antes de perder la dignidad.

—Apaga la luz y acuéstate. Mañana saldremos a correr. Eso era lo que quería decirte.

—Está bien —asiente—. Buenas noches.

Y me cierra la puerta en la cara.

Por supuesto, no me hizo caso. La luz de su habitación siguió encendida durante una hora y veinte minutos más.




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