Un amor talla Xl

30.1

Quería poner en orden mis pensamientos, pero resultó demasiado difícil. Así que decidí poner en orden el piso. Artem no se había esforzado mucho por mantenerlo limpio en mi ausencia, y ahora, en su único día libre, le toca fregar el suelo y quitar el polvo. Que no se queje, porque yo asumí la parte más dura: dejé la cocina reluciente.

Miro esta limpieza y siento un pequeño alivio. No por mucho tiempo, pero aun así. De pronto suena el timbre. Hasta doy un salto del susto. Primer pensamiento: ¡Timur! Me sube el calor a la cara de los nervios, pero al mismo tiempo me invade una alegría tan intensa que casi salgo corriendo a abrir. Estoy lista para derribar la puerta de un golpe, con tal de verlo cuanto antes.

Pero otra vez, decepción.

No es él, sino Vadim. Está en el rellano con dos bolsas enormes. A través del celofán se ven mis sandalias.

— Hola —dice, evitando cuidadosamente mirarme a los ojos—. Skyler me pidió que trajera tus cosas. Revisa si está todo… Si olvidaste algo, avísame.

Suelto el aire.

— Pasa —lo dejo entrar—. ¿Quieres té?

— No, gracias… En realidad tengo prisa.

— Si te preocupa lo de mi ruptura con Timur, no hace falta. No tienes la culpa de nada.

Los hombros de Vadim bajan, aliviados.

— Me alegra que lo veas así. Porque tenía unos remordimientos horribles… —deja las bolsas en el pasillo y pasa a la cocina. Se sienta a la mesa y me observa mientras preparo el té.

— ¿Cómo está? —pregunto—. Intenté encontrarlo, pero es como si se hubiera evaporado. ¿Se fue a alguna parte?

— No. Skyler está en casa. Atrincherado, como un cangrejo ermitaño. Ignora el trabajo… Está en la segunda planta, tocando la guitarra sin parar. Le mentí a la jefa, le dije que estaba enfermo para ganarle tiempo. Pero comportarse así antes de una gira es mala señal. Igual tendremos que cancelarlo todo…

Maldita sea. Este es el peor de los escenarios.

— Pero a ti te dejó pasar. Entonces no está tan mal —digo con un poco de esperanza.

— No me dejó pasar. Es que tengo mis propias llaves, así que entré.

Artem, que lleva todo este tiempo espiando desde la puerta, asoma de repente la cabeza.

— ¿Tienes llaves de su casa? —pregunta incrédulo.

— Bueno… sí.

— ¡Préstaselas a Mia!

Qué crack. Yo ni habría pensado en eso.

— ¡Exacto! —asiento de inmediato, casi derramando el té—. Así podría entrar en su casa y obligarlo por fin a hablar conmigo. Ojalá eso lo haga reaccionar.

— No.

— ¿Por qué no?

— Porque me despediría. Y además… Hoy Skyler me quitó la llave de la puerta principal. Me dejó solo la del portón para que pase cada dos días a dejar comida para él y el perro. Claramente piensa hundirse en una depresión larga.

— Oh… pobrecito —se me encoge el corazón—. Y yo esperaba que lo estuviera llevando mejor que yo.

Vadim asiente.

— La verdad, nunca lo había visto así —toma la taza de un trago—. En serio, tengo que irme. Mucho trabajo.

— Está bien. Gracias por traer mis cosas.

— De lo contrario, Skyler las habría tirado a la basura —se encoge de hombros.

— ¿Puedo pedirte un favor? —pregunto.

— Claro.

— Mantenme al tanto. Quiero saber cómo está Timur.

— Está bien. Pero si él descubre que hablo contigo…

— No lo sabrá. Te lo prometo.

Vadim asiente. Ya va hacia el pasillo dispuesto a irse, cuando Artem lo detiene.

— ¡Espera! —lo alcanza y… se lanza a abrazarlo. Es extraño. Ridículamente teatral—. Gracias por ayudar a Mía. Eres buena persona. Lo supe en cuanto te vi. Tienes ojos buenos.

Vadim le da unas palmadas torpes en la espalda, intentando apartarlo.

— No hay de qué —gruñe—. No hacía falta…

Al fin se libera, me lanza una última mirada y se marcha apresurado.

— ¿Y eso qué ha sido? —pregunto—. ¿Por qué te le colgaste del cuello? Si te sobra ternura, búscate novia de una vez.

Artem pone los ojos en blanco. Casi tan bien como lo hace Skyler.

— No lo abracé porque me apeteciera. Lo hice por ti.

— ¿Cómo?

Artem me tiende una llave con una etiqueta que dice “Skyler”.

— No hace falta que agradezcas.

Me quedo en shock. Miro la llave como si fuera la octava maravilla del mundo.

— ¿Pero cómo sabías que la llevaba encima?

— Elemental. Cuando habló de ella, se tocó la pochette del pecho, como si quisiera comprobar que seguía allí.

— ¡Impresionante! ¡Eres un genio! —cojo la llave y la aprieto contra el pecho—. ¡Es mi oportunidad!

— Pues aprovéchala antes de que Vadim note que falta.

— ¿Ahora mismo? —miro por la ventana: ya está anocheciendo—. Bah, igual no iba a aguantar hasta la mañana.

— Vístete. Yo te pido un taxi.

— ¡Trato hecho!

Salgo disparada a mi habitación a arreglarme. Es decir: disimular las ojeras que me quedaron de llorar medio día.




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