Un amor talla Xl

Сapitulo 31

Skyler

La vida es una mierda. Mi vida es una doble mierda. A los demás, al menos, no les prohíbють estar tristes; yo no tengo ese lujo. Por muy mal que me sienta, estoy obligado a fingir que todo va bien. A nadie le importan mis verdaderos sentimientos: los fans quieren verme en personaje. Quieren que sonría, que haga un show, que interprete mi papel y justifique su admiración. Pero ¿por qué nadie se pregunta jamás qué quiero yo?

Y lo que quiero es morirme.

Maldita sea, nunca pensé que esto me pasaría. Siempre creí que el amor era un invento, una autosugestión. Estaba seguro de que jamás me enamoraría, jamás perdería la cabeza por alguna chica, y mucho menos soñaría con un futuro a su lado. Me tenía por un hombre autosuficiente, que no necesita “media naranja”… Pero ahora, sin esa mitad, me siento incompleto.

Chupi y yo nos repartimos el territorio. Yo me atrincheré en la segunda planta, y a él le dejé la primera. Ni quiero ver en qué ha convertido mi casa. La última vez que bajé a buscar comida, ese monstruo estaba desarmando un puff como si fuera un experimento atómico.

Ya es de noche. No me vendría mal dormir, pero ya he pasado medio día tirado en la cama en un estado parecido al coma. No puedo esperar sueño en las próximas horas. Me obligo a salir de mi nido en el estudio de grabación. Tengo que comer algo. Arrastrando los pies, avanzo por el pasillo.

De pronto oigo un ruido extraño. Un crujido, como si algo hubiera golpeado la ventana. Al principio pienso que es otra travesura de Chupi. Pero luego se oye el mismo golpe… y su ladrido. Me quedo inmóvil. ¿Y si alguien intenta entrar en la casa? Lo que me faltaba.

Mi muralla de indiferencia empieza a agrietarse. No es que sea un cobarde, pero la posibilidad de encontrarme con delincuentes activa mi instinto de supervivencia. Los ruidos se repiten. Chupi ladra cada vez más fuerte. Tengo que hacer algo… Entro corriendo al gimnasio, agarro un bate de béisbol. Con él preparado, bajo las escaleras.

Dios, ojalá sea una falsa alarma. Ojalá mi fortaleza siga siendo inexpugnable. Es el único lugar donde me siento seguro.

Los sonidos vienen de la cocina. Aprieto el bate con más fuerza. Pegado a la pared, avanzo poco a poco. El corazón me late tan fuerte que parece detenerse. Un paso más, y estaré cara a cara con el peligro. Me asomo desde detrás de la columna, listo para atacar primero.

Y la escena que se abre ante mis ojos es incluso más impactante que unos ladrones. No sé qué sentir: dan ganas de reír, llorar y gritar al mismo tiempo.

En la ventana de la cocina… cuelga Mia. Sí, cuelga. Parece que intentó colarse por la abertura, pero calculó mal su tamaño y se quedó atascada a la altura de la cintura. Resopla, forcejea, casi le reza al marco para que de milagro se ensanche. A su lado, Chupi baila una lambada de felicidad. Está claro que él sí se alegra de verla.

No puedo decir lo mismo de mí.

— ¿Decidiste que habías traído poca mierda a mi vida y quisiste rematarlo robándome la casa? —pregunto, bajando el bate.

Mia se queda inmóvil. La cara se le pone roja como un tomate. Me mira con esos ojos enormes de muñeca y ni parpadea.

— Voy a llamar a la policía —digo, sacando el móvil.

Mia resucita al instante.

— ¡No! —grita—. ¡No es lo que crees! ¡No iba a robarte!

— Claro. Esperaste a que fuera de noche, te colaste a escondidas en mi casa…

— Los ladrones se llevan el dinero. Yo te lo traje —se revuelve en el marco—. Tus cien mil… están en mi bolso. Si me ayudas a salir… te los devuelvo.

— No voy a ayudarte.

Mia intenta adoptar una expresión seria, pero el hecho de estar atascada en una ventana no contribuye demasiado a su autoridad.

— Está bien —suspira—. Entonces seguiré colgando aquí.

— Adelante.

Me doy la vuelta dispuesto a irme. Tengo que alejarme antes de perder el control, antes de que mi fachada de indiferencia se derrumbe. La verdad es que mi corazón late tan rápido que duele. No quiero verla. Y al mismo tiempo, al verla, vuelvo a sentirme vivo.

— ¡Timur! ¡TIMUR!

Me detengo, pero no giro.

— He venido a confesarte mis sentimientos —dice—. Pero no contaba con tener que hacerlo en… esta pose tan poco elegante.

— ¿Qué sentimientos, Mia? ¿Sentimientos de triunfo y alegría por haber pescado a un idiota con fama y dinero? —no aguanto más.

— No… sentimientos de miedo, incertidumbre y… de estar peligrosamente enamorada. Tienes todo el derecho del mundo a no confiar en mí. Pero confía en los hechos. Desde que vivo contigo, no ha salido ni un solo artículo provocador sobre ti. Incluso lo del accidente… lo provoqué para darle a mi jefa una exclusiva sin meterte a ti en el escándalo. Lamento de verdad haber ocultado mi profesión… No imaginas cuántas veces quise contártelo. Pero no tuve el valor. Cada día ocupabas más espacio en mi corazón, y yo tenía pánico de perderte.




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