El frío pasillo del hospital lucía más largo y desolado que de costumbre, o al menos eso le parecía a Lexie mientras caminaba por él con piernas temblorosas y manos sudorosas.
Había hecho ese recorrido tantas veces ya en las últimas semanas y la sensación de vacío en su estómago cada vez que se dirigía a ese consultorio nunca mejoraba, todo lo contrario, cada vez era peor.
Ese día no era la excepción, ella quería mantener las esperanzas vivas, su fe hasta ese momento había sido inquebrantable, pero había algo en su corazón de madre que le susurraba que las noticias no serían buenas, como ya era costumbre últimamente.
Finalmente llegó frente a la impoluta puerta blanca con la placa dorada que rezaba:
Dra. Ava Collins
Hemato-oncólogo Infantil.
Tocó con sutileza y sintió un ligero alivio cuando la dulce mirada avellana de Oliver la recibió, le sonrío como ya era costumbre en el pediatra de su hija pero, aunque quiso ocultarlo, ella notó el temblor en su sonrisa.
«Definitivamente, algo no está bien» pensó Lexie.
—Pasa, siéntate —instó Oliver haciéndose a un lado para darle paso y colocando una mano en su espalda baja para guiarla al asiento frente a la doctora Collins.
Un gesto muy poco ético de parte del Galeno, él estaba consciente de ello, pero los sentimientos que habían despertado en su interior cada vez se hacían más incontrolables.
Desde que sus ojos vieron por primera vez a Lexie en la emergencia del hospital, sintió un estremecimiento que nunca antes había experimentado. Esa hermosa rubia con unos ojos tan azules como el cielo lo había conquistado a primera vista y el sentimiento se intensificó al notar la dulzura y el amor con el que consolaba a su pequeña niña con fiebre.
Desde ese día habían transcurridos ya tres años y él nunca se había atrevido a decir nada por respeto a que ella era la madre de un paciente. Hasta hace un mes cuando finalmente se decidió a hacer algún avance pero después de eso ocurrió el desastre y todo volvió a congelarse.
No era para menos, entendía perfectamente la situación que Lexie estaba viviendo y por eso sabía que lo más prudente era esperar.
—¿Ya están listos los resultados? —preguntó Lexie tomando asiento frente a la doctora.
Oliver, por su parte, se sentó junto a ella y sujetó su mano, siendo consciente de la noticia que estaba a punto de recibir.
—Sí, Lexie —respondió la mujer con pesar—, lamentablemente no son buenas noticias.
La joven ahogó un jadeo y su corazón se detuvo, no sabía cómo había resistido tantas malas noticias en tan poco tiempo. Si en el pasado creyó sentir dolor estaba muy equivocada, porque esto era infinitamente peor que cualquier cosa que haya experimentado antes.
—Lexie, tus células no son compatibles con las de Violet —completó la doctora clavando así la estaca final.
Lexie se llevó la mano al pecho como si así pudiera contener la profunda herida que se había abierto.
Su hija, su pequeña, su razón de ser, necesitaba como nunca antes de ella y su cuerpo, ese que hace cuatro años le había dado la vida, hoy se la quitaba, hoy era incapaz de mantenerla sana.
—Yo soy su madre —sollozó Lexie sin entender por qué la vida era tan cruel—, yo debería poder salvarla, yo estoy dispuesta a darle todo de mí, mi sangre, mis órganos, lo que haga falta para que ella esté bien.
—Lexie, ya hemos hablado de esto —dijo Oliver apretando la mano que aún mantenía sujeta con más fuerza—, el ser su madre no es garantía de compatibilidad.
—Pero podemos intentarlo —sugirió ella con el rostro empapado en lágrimas.
A Oliver se le partió el corazón al verla en ese estado de desesperación, pero como médico sabía que no había caso; por lo que, miró a su colega para que ella procediera con la explicación que él no podía, o quizás, no quería dar.
La mujer intervino:
—Como te dije antes la mejor opción en estos casos son los hermanos.
—Violet no tiene hermanos —respondió Lexie cada vez más abatida.
—Lo sé, por eso la incluíremos en la lista nacional de trasplantes, pero encontrar un donador que sea compatible con ella podría tardar meses, incluso años.
Lexie tenía eso muy claro desde que su hija fue diagnosticada con Leucemia hace menos de un mes y desde ese entonces su vida se había convertido en un verdadero calvario.
La doctora hizo una pausa y suspiró profundamente antes de continuar:
—Lexie, sabemos cuál es tu situación con el padre de Violet, pero esto es una emergencia. En este momento nuestra mejor opción es él.
Lexie sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo entero, como cada vez que recordaba al hombre que fue capaz de elevarla al cielo para después soltarla en el infierno.
Ella se juró no volver a verlo, no tener ningún tipo de contacto con él, por eso dejó Nueva York y regresó a Memphis, para que él no pudiera encontrarla, aunque sabía que probablemente ni siquiera intentaría hacerlo.