Lexie salió de la ducha comunitaria de los dormitorios aferrando con fuerza la toalla a su cuerpo, era algo a lo que aún no se acostumbraba de la vida en el campus, tener que compartir el baño con tantos desconocidos y pasearse por el pasillo cubierta solo por una toalla. En realidad, nadie parecía prestarle mayor atención, todos en el lugar estaban en la misma condición, pero ella no podía dejar de sentirse incómoda.
Afortunadamente el área era para chicas, pero nunca faltaba algún caballero que se colaba para una noche de amor, aunque en la mayoría de los casos, el amor era lo que menos reinaba en esas ocasiones.
Caminó rápido por el pasillo, agradeciendo no tener que recorrer una distancia larga, y entró en su habitación un poco agitada, como siempre.
—¿Puedes dejar de ser tan pudorosa? —sermoneó Sylvie desde su cama en donde se atiborraba de chocolate—. Se te ve más en la playa.
Su amiga tenía razón, pero era algo que escapaba de su control, al menos por ahora, quizás con el tiempo se acostumbraría, o al menos eso esperaba, pero apenas llevaban un poco más de un par de meses allí.
—Tienes visita —agregó su compañera haciendo un gesto con su barbilla para que se girara.
No hizo falta preguntar de quién se trataba porque unos brazos fuertes que ya conocía muy bien le rodearon la cintura y atrajeron su espalda a ese pecho en el cual le encantaba acurrucarse. Lexie no había notado su presencia detrás de la puerta cuando entró en la habitación.
—Hola, bonita —susurró Nathan en su oído y a Lexi se le erizaron todos los vellos del cuerpo.
Él tenía ese efecto en ella desde la primera vez que lo vió y no había disminuido ni un poco en los dos meses que llevaban saliendo. En ese tiempo Lexie y Nathan se habían hecho inseparables, pese a sus ocupados horarios siempre buscaban la manera para verse todos los días y ni hablar de las llamadas y mensajes; el “Buenos días” de Nathan era lo primero que Lexie veía al despertar y el “Buenas noches” de Lexie era con lo último que Nathan se iba a la cama.
—Hola, guapo —respondió ella girando en sus brazos para colgarse de su cuello y entregarse en un candente beso.
—¡Ay, por Dios, me harán vomitar! —chilló Sylvie y les lanzó un cojín que Nathan atajó con destreza antes de que impactara en el rostro de su novia.
—Sólo estás celosa —se burló él y ella dejó los ojos en blanco.
—Déjala, está de mal humor porque tiene la regla —explicó Lexie ganándose un nuevo reviro de ojos de parte de su amiga y una carcajada de su novio.
—Ya, lárguense a follar, ¡Ah, cierto! Ustedes no hacen esas cosas pecaminosas —ironizó Sylvie y a Lexie se le subieron todos los colores al rostro.
Nathan se frotó la nuca, evidentemente apenado, y Lexie quiso ahorcar a su amiga por ser tan imprudente.
—Te espero en el auto mientras te vistes —indicó el chico para cortar la tensión y dejó un suave beso en los labios de su novia antes de salir de la habitación.
—¡Te pasaste, Sylvie! —espetó Lexie apenas su novio cerró la puerta.
—Sí, lo sé, lo siento —se disculpó su amiga haciendo un puchero—, no quise ser tan borde, echale la culpa a las hormonas.
Lexie soltó un largo suspiro y se sentó junto a su amiga terminando de pasar la vergüenza y Sylvie la abrazó desde atrás, realmente estaba arrepentida.
—Nathan tiene razón —confesó luego de unos segundos de silencio.
—¿A qué te refieres? —preguntó, girándose para mirarla a la cara.
—Estoy celosa de ustedes —admitió y Lexie ensanchó los ojos con sorpresa—. ¡No me mires así! No es de mala manera, estoy muy feliz por ti, es solo que ustedes se ven tan lindos juntos, tan perfectos y yo estoy tan sola.
Su amiga hizo un mohín chistoso que enterneció el corazón de Lexie y terminó por darle un fuerte abrazo.
—No seas boba, Syl, eres muy joven, ya llegará la persona que se robe tu corazón de acero con decoración de purpurina.
Sylvie se carcajeó por ese comentario y se separaron sonrientes, superando el momento incómodo.
—Oye, para que veas como te quiero y pienso en tí, te compré algo. —Sylvie se paró y sacó una bolsa de regalo de su cajón.
—¿Qué es? —preguntó Lexie curiosa.
—Ábrelo —indicó, se llevó un dedo a la barbilla en gesto pensativo y agregó—: aunque no sé si el regalo es para ti o para Nathan.
Ese comentario le hizo saber a Lexie que nada bueno había en esa bolsa, pero tomó aire y sacó su contenido.
—¡Sylvie! —chilló apenas tuvo el pequeño trozo de tela en su mano, ni siquiera sabía cómo se usaba aquello.
Sylvie se retorció de la risa sobre la cama por la expresión de susto de su amiga, definitivamente tenía mucho que enseñarle. Ella no era ninguna promiscua, pero al menos tenía algo de experiencia en la materia y, lo más importante, tenía una mente abierta.
—Deja de ser tan tonta, Lex, es hermoso y muy elegante.
—¿Elegante? —cuestionó mostrando la pieza de encaje—. Dime cómo esto puede ser elegante.