Un ángel para Violet

Capítulo 4: Positivo

Lexie terminaba de guardar su ropa en la maleta mientras comía la última alita picante que quedaba en su envase. Se sentía triste por los días que pasaría separada de Nathan y ni siquiera esa comida que tanto amaba lograba consolarla.

Si ya eran unidos desde el día en que se conocieron, desde que habían comenzado a compartir intimidad se volvieron inseparables. Pasaban cada segundo del día juntos y solo se distanciaban para que cada uno asistiera a sus clases.

Lexie prácticamente se mudó a la casa de la fraternidad para poder dormir cada noche con Nath, además de aprovecharse de su baño privado, excepto los fines de semana donde hacían fiestas descontroladas. Esos días Lex prefería quedarse en la tranquilidad de su dormitorio y por lo general Nath la acompañaba, aunque su minúscula cama resultaba bastante incómoda para ambos, sobre todo teniendo en cuenta la estatura de Nathan.

Una que otra noche en las que ambas residencias estaban particularmente agitadas prefirieron pagar un hotel, como la noche anterior, en la cual había fiestas por todos lados para despedir las clases y dar inicio a las pequeñas vacaciones de invierno.

Nathan la había llevado a un hotel cinco estrellas para pasar esa última noche juntos lejos de todo el bullicio universitario. Lexie quedó asombrada con todo el lujo y recién en ese momento comenzó a comprender cuán adinerado era su novio.

Él era un hombre sencillo, con buen gusto, de eso no cabían dudas, pero sencillo. Quizás por eso Lexie no se había detenido a pensar cuánto dinero tenía en realidad.

La noche había sido mágica, como todo lo que ellos compartían. Brindaron con champagne, algo que Lex nunca había probado, cenaron langosta en la habitación y luego se entregaron el uno al otro en cuerpo y alma como solo ellos sabían hacerlo.

Esa mañana Nathan la había llevado de vuelta al dormitorio y en el camino le había comprado las alitas para complacer su antojo, como un premio de consolación ante la inminente separación. Ahora estaba allí, haciendo su maleta para marcharse esa tarde a Memphis. Le hubiera gustado que él la llevara al aeropuerto pero le había dicho que partía esa misma tarde para Aspen.

Esa era otra espinita que tenía clavada, él ni siquiera había sugerido en todo ese tiempo conocer a sus padres y siendo de allí mismo, de Nueva York, le parecía extraño. Era difícil que ellos viajaran a Memphis para que él conociera a los suyos pero los de él vivían allí.

Era inevitable sentirse insegura, quizás él pensaba que ellos no la aprobarían, o quizás era ella y su manía de sobre analizar las cosas.

Soltó un largo suspiro y la puerta de la habitación se abrió para dar paso a Sylvie que había salido hace unos minutos al baño y regresaba con muy mal aspecto.

—No puede ser —se quejó su amiga dejándose caer en la cama.

—¿Qué pasó? —preguntó Lexie limpiándose las manos y sentándose a su lado.

—Me vino la regla, ahora me pasaré todo el vuelo con cólicos. Esto es una desgracia —dramatizó.

Pero Lexie no pudo prestar mayor atención a sus lamentos porque de pronto sintió como toda la sangre de su cuerpo la abandonó.

—¿Otra vez te vino? —preguntó en un balbuceo—. ¿Se te adelantó?

—¿Qué? No, claro que no, más bien se me atrasó unos días; si no fuera porque ando más celibe que la virgen María me hubiera preocupado. Supongo que fué por el estrés de los exámenes —agregó encogiéndose de hombros con indiferencia.

Lexie seguía petrificada en su sitio, su cabeza de pronto se transformó en una calculadora sacando cuentas a toda prisa.

«No, no podía ser».

—¿Qué te pasa? —preguntó su amiga notando su expresión—. Lexie estás pálida, no me asustes.

Lexie no respondió, las palabras no le salían, pero cuando Sylvie vio las lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos lo entendió todo y ahogó un jadeo cubriendo su boca con las manos.

—Lex, a ti no te ha venido —concluyó lo que su amiga no se atrevía a decir en voz alta.

Sylvie sabía que Lexie era muy regular en sus ciclos, extremadamente regular, de hecho; era algo que le envidiaba. Si sus cálculos no le fallaban, su menstruación debió bajar hace dos semanas, quizás más.

—No puede ser, Syl —sollozó Lexie comenzando a sentirse ahogada—. Nosotros siempre nos cuidamos, Nathan es muy responsable, él siempre…

Sus palabras se cortaron al recordar la primera vez que estuvieron juntos.

—La primera vez —dedujo Sylvie.

Ella sabía que esa primera vez no habían usado protección, la misma Lexie se lo había contado, entre ellas no habían secretos.

—Pero tomé la píldora —señaló Lexie intentando conseguir un consuelo.

—Eso no siempre es efectivo, amiga.

Lexie se pasó las manos por el cabello, angustiada y luego se cubrió el rostro dejando salir las primeras lágrimas.

—¿Qué voy a hacer Sylvie? Yo no puedo estar embarazada. Mis papás, mis estudios… 

Sus palabras se vieron interrumpidas por el profundo llanto que la embargó. Sylvie la abrazó con fuerza frotando sus brazos para consolarla.




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