Los pulmones de Lexie ardían como nunca antes lo habían hecho y sus ojos ya estaban inflamados, sus lágrimas no cesaban pese a todo el tiempo transcurrido y Sylvie ya comenzaba a preocuparse de que no saliera nunca de ese estado; aunque entendía que la vida de su amiga estaba cambiando drásticamente y no estaba segura de que fuera para bien.
Sylvia acariciaba su cabello mientras Lexie se desahogaba acostada en su regazo.
—Yo no puedo tener un hijo, Syl —sollozo Lexie—, no estoy lista.
—Lo sé, cariño, lo sé —consoló sin saber qué más decir.
Ella le había estado dando vueltas a una opción pero no estaba segura de proponerlo, sabía que Lexie probablemente no estaría de acuerdo, pero era lo único que se le ocurría para que su mejor amiga pudiera continuar con su vida sin problemas; por lo que, se armó de valor y se animó a decirlo:
—Lex, si tú quieres, puedo llevarte a una clínica.
Lexie se incorporó con el ceño fruncido, mirándola fijamente.
—¿A qué te refieres? —preguntó con la desesperación a flor de piel pero con medio a entender lo que le proponía su mejor amiga.
—Ya sabes, Lex, un lugar en donde se… deshagan del problema —masculló entre dientes. No se sentía nada cómoda con esa propuesta pero era lo único que se le ocurría.
La cabeza de Lexie dio vueltas, su estómago dio un vuelco y no tuvo ni tiempo de reaccionar, apenas pudo girar su rostro para vomitar sobre la alfombra. Sylvie sostuvo su cabello mientras ella devolvía las alitas que se había comido más temprano. En cuestión de segundos la habitación era un desastre, tal como su vida.
Sylvie se ocupó de ella, le pasó toallitas húmedas y luego la acompañó al baño para que se duchara mientras ella limpiaba todo. Limpiar no era lo que mejor se le daba en la vida, pero Lexia había estado a su lado en cada uno de los momentos difíciles de su vida y era hora de devolverle el favor; por lo que, se deshizo de la alfombra sin respirar.
Lexie entró bajo el chorro de agua tibia rogando porque no solo se llevara la suciedad sino también sus penas. Pensó en las palabras de Sylvie y más por instinto que de manera consciente se llevó las manos al vientre.
No podía hacer aquello que su amiga sugería, no solo porque esa criatura no tenía la culpa de nada, sino porque era un pedacito de ella y de él, un pedacito de Nath creciendo dentro de ella, no podía simplemente acabar con eso.
—Lex, ¿estás lista? —preguntó Sylvie de regreso en el baño.
—Sí, ya salgo —anunció ella.
Terminó de sacarse el jabón y se envolvió en una toalla para salir. Su amiga la miró de arriba a abajo y Lexie sintió la compasión en esa mirada, no quería que la vieran de ese modo, como la pobre estúpida que se dejó embarazar con solo dieciocho años.
—No me mires así —pidió—, no soy una cobarde, Syl, puedo hacerlo, yo se que puedo —gimoteó y su amiga no puedo hacer más que abrazarla con fuerza.
—Y yo estaré contigo, Lex; decidas lo que decidas, yo estaré contigo.
Lexie se separó de ella luego de unos segundos y suspiró profundamente para darse valor.
—Voy a tenerlo, Sylvie, pase lo que pase en mi vida, voy a tenerlo.
Sylvie sujetó sus manos y las besó en un gesto de apoyo.
—Ahora tienes que hablar con él, Lex, Nathan tiene que saberlo, él es tan responsable como tú de esto.
—Sí, claro.Voy a llamarlo para que venga, no creo que ya se haya ido.
—Entonces, apúrate antes de que lo haga.
Volvieron a la habitación en donde Lexie intentó comunicarse con Nathan sin conseguirlo.
—Sigue apagado —informó después de su décima llamada y se dejó caer de espaldas en la cama.
—¿Será que ya se fue? —inquirió Sylvie—. No tenemos mucho tiempo, Lex, nosotras también tenemos que irnos.
A Lexie un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar que estaba a pocas horas de volver a ver a sus padres.
«¿Cómo se los diría?» se cuestionó.
Iban a estar muy decepcionados de ella; por otro lado, no podía volver a Memphis sin antes hablar con Nath, no quería contarle algo tan importante por teléfono, mucho menos tener que ocultarlo hasta que volvieran, eso también implicaría no decirle a sus padre y esa no era una opción.
Por muy aterrada que estuviera sabía que tenía que hablar con sus padres lo antes posible, tenía muchas decisiones que tomar y todas ellas, irremediablemente, se verían afectadas por cómo tomara Nathan la noticia.
Quería creer que, a pesar de la sorpresa, estaría feliz y tan seguro como ella de tener a su bebé. Quería creer que él le pediría formar una familia, que el trago amargo pasaría rápido y serían felices; pero, había un nudo instalado en la boca de su estómago que no la dejaba en paz y que, por mucho que quisiera creer, no la dejaba estar segura.
—Creo que debemos buscarlo en su casa —sugirió Sylvie al ver que Nathan no respondía ni las llamadas, ni los mensajes.
—No sé donde vive, Syl, nunca me lo dijo.