Un ángel para Violet

Capítulo 7: Adiós, Lex.

Los guardias de seguridad llegaron junto a Lexie y Sylvie y con disimulo les pidieron que se retiraran del lugar.

—Ya nos vamos —respondió Lexie zafándose de su agarre—, ya hice lo que tenía que hacer.

Tomó la mano de su amiga, juntó la dignidad que aún le quedaba y caminó hacia la salida de aquel lugar con el mentón en alto; pero, justo en el momento en el que ellas daban media vuelta para marcharse los ojos de Nathan vieron ese perfil que reconocería donde fuera, incluso en medio de un mar de personas como en aquel lugar.

Su corazón se agitó con violencia, un escalofrío de auténtico terror le recorrió el cuerpo y la falsa sonrisa que había ensayado tan bien durante toda su vida se borró de golpe.

—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó Abigail a su lado al notar la tensión en su cuerpo.

Nathan no pudo hablar, no pudo articular ni una sola palabra, y de poder hacerlo tampoco sabía qué podía decir.

«¿Que acababa de ver al verdadero amor de su vida en aquel lugar?» 

No, eso definitivamente no era algo que Abigail debía escuchar, pero tenía que hacer algo, no podía dejar que Lexie se marchara de ese modo. Estaba viviendo la que se había convertido en su peor pesadilla en los últimos tres meses, que Lexie descubriera la verdad. 

Todo lo vivido a su lado pasó frente a sus ojos como si de una película se tratara, cada conversación relajada, cada sonrisa, cada beso, cada caricia, las veces que la tuvo en sus brazos, que la hizo suya. 

El temor lo invadió, él no quería perder aquello, no podía perderlo, por eso se había callado, por miedo a perderla. Estaba enamorado, por primera vez en su vida estaba realmente enamorado y sabía que era un egoísta por no poder dejarla ir, incluso cuando él sabía que no era capaz de darle lo que merecía; sin embargo, debía intentar algo, no podía solo dejarla ir.

Se apartó de Abigail, quien lo mantenía fuertemente sujeto del brazo y comenzó a andar en medio de la gente sin importarle la mirada reprobatoria que le lanzó su futura esposa.

«Esposa»

Siempre le había aterrado esa palabra, aun cuando desde hace mucho tiempo su futuro estaba sellado, cada vez que pensaba en Abigail como su esposa su estómago se retorcía y todo empeoró desde la primera vez que vió esos ojos azules en aquella fiesta. Supo que estaba en problemas desde el mismo momento en que la vió y su corazón se calentó, su alma se sintió a salvo y pensó que había encontrado su hogar.

Nathan comenzó a apartar invitados que se atravesaban en su camino para felicitarlo. No conocía a más de la mitad de las personas en aquel lugar y se sintió cada vez más preso, más prisionero de la vida que le había tocado.

Salió de aquel salón mirando de un lado a otro pero no las ubicó.

—Una chica rubia con jeans y camiseta —preguntó acelerado a los hombres en la puerta.

La planificadora intervino:

—La señorita quería molestar, pero ya la hemos sacado, señor, no se preocupe, no los importunará más.

—¿Importunarme? —espetó Nathan comenzando a sentirse enfurecido—. ¡Estás despedida! —gritó haciendo estremecer a la mujer. 

Su lado racional sabía que ella no tenía la culpa de nada, que el único culpable de todo aquel desastre no era otro que él, pero necesitaba sacar su rabia y frustración de algún modo.

Corrió hacia la salida del hotel y su corazón se saltó dos latidos cuando la vió allí, parada en medio de la calle, abrazada a sí misma, mientras Sylvie intentaba detener un taxi. Caminó hacia ella despacio, no quería alterarla más de lo que ya suponía que estaba.

—Lex —susurró cuando estuvo a dos pasos de ella.

Lexie se estremeció como cada vez que escuchaba su voz, pero esta vez no era de emoción o excitación, era de pena, dolor y rabia, mucha rabia. Giró su rostro despacio para mirarlo y Nathan sintió como si le hubieran pateado los testículos cuando vió su rostro bañado en lágrimas.

Había visto a Lexie llorar un par de veces, pero siempre por cosas superfluas, alguna escena de película demasiado romántica o muy triste, o por algún buen libro, pero nunca la había visto llorar por verdadero dolor y descubrió en ese momento que era la peor sensación del mundo.

Quiso intercambiarse con ella en aquel instante, quiso absorber todo su dolor, pero lo peor de todo era saber que él era el causante.

—¡Aléjate de ella, maldito traidor! —bramó Sylvie interponiéndose entre ambos—. No te atrevas a dirigirle la palabra, mentiroso.

—Yo - yo —balbuceó sin saber que decir—, déjame explicarte.

—¿Qué vas a explicarle? —retó Sylvie—. Cómo te burlaste de ella, cómo le juraste amor mientras planificabas tu boda con otra.

—No, eso no fue así.

—¿Y cómo fue? —cuestionó Lexie haciendo a su amiga a un lado. Estaba profundamente agradecida por su apoyo, pero esto era algo que debía hacer ella—. ¿Por qué lo hiciste, Nathan? ¿Por sexo? —preguntó con las palabras quemando su garganta, no podía creer que algo que para ella fue tan especial para él no significara nada.

Nathan negó con su cabeza con todas las emociones agolpadas en su garganta.




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