Un ángel para Violet

Capítulo 8: Emergencia

Cinco años después.

Lexie salió de su habitación a toda prisa con su cartera colgada en un hombro y en el otro la mochila de su pequeña.

—Vamos, vamos, se nos hace tarde —instó a su niña sentada en la barra de la cocina comiendo su cereal—. No has comido nada, Violet —reprendió al mirar el plato intacto.

—No tengo hambre, mami —respondió la pequeña haciendo un puchero, ese que sabía derretía el corazón de su madre.

—Tengo rato regañandola para que coma —dijo, Elizabeth, la madre de Lexie—, anoche fue lo mismo.

Lexie miró a su pequeña preocupada, su madre tenía razón, ya tenía varios días con poco apetito. Lo había consultado con Oliver, el pediatra de la niña, pero este le dijo que esos periodos de inapetencia y selectividad alimenticia eran normales en los niños a esas edad; sin embargo, algo en su interior no se sentía bien, algo le preocupaba.

—¿Te sientes bien, princesa? —preguntó tocando la frente de su hija.

No se sentía caliente y tampoco lucía enferma, quizás Oliver tenía razón y ella solo estaba exagerando.

—Tengo sueño, mami —respondió Violet recargándose en la barra.

—Quizás es mejor que no vaya al kinder hoy, mamá —sugirió y Elizabeth le dió un asentimiento de cabeza.

—Seguro es algún virus, no hay de qué preocuparse —alentó su madre—. Ve a trabajar, yo me quedo con ella y te aviso cualquier eventualidad.

—Gracias, mamá, no sé qué haría sin ti —respondió y dejó un beso en su mejilla.

Lexie era absolutamente sincera en sus palabras, sin sus padres ella no hubiera podido sacar a Violet adelante.

Aún recordaba todas las noches ese nefasto día, cuando volvió de Nueva York con el corazón destrozado y una nueva vida creciendo en su vientre. Contarle a sus padres el error que había cometido y como se habían burlado de ella seguía siendo de las cosas más difíciles que Lexie había tenido que afrontar.

Hubo mucho llanto de parte de su madre, pero lo que más le dolió fue ver la decepción en los ojos de su padre. Ellos habían trabajado mucho para que ella tuviera un mejor futuro y lo había tirado todo por la borda por un hombre que solo se había aprovechado de ella, de su ingenuidad y su amor.

Sin embargo, cuando el impacto de la noticia pasó y Lexie sugirió que iría a recoger sus cosas para marcharse, pensando que también le darían la espalda, fue su padre quien la abrazó y besó su frente.

«Si a tu hijo le falta un padre, a ti no y yo seré padre para los dos»

Lexie jamás olvidó aquellas palabras que fueron un bálsamo sanador para su alma herida.

Su padre había cumplido aquella promesa con creces, haciéndose cargo de ella y de Violet en todo, hasta que las cuentas se acumularon y Lexie supo que era hora de trabajar. Dejar a su bebé fue desolador, pero contar con la ayuda de su madre lo hizo más llevadero.

Su madre tuvo que jubilarse antes de tiempo, alegando que ya no podía trabajar más en la fábrica textil en la cual lo hacía desde hacía veinte años, por problema en sus articulaciones; aunque sus problemas médicos eran ciertos, Lexie sabía que en el fondo lo hacía para cuidar a su nieta y que no tuviera que ir a una guardería siendo tan pequeña.

Por eso Lexie estaba tan agradecida con ambos, porque no solo eran unos excelentes padres, eran aún mejores abuelos.

Tomó a su pequeña en brazos y la llenó de besos y suaves mordiscos en sus mejillas regordetas que hicieron a Violet reír a carcajadas.

—Suéltame, mami —chilló divertida—, ¡abuelita, sálvame!

Elizabeth sonrió sintiéndose bendecida por poder presenciar aquello, ver a su pequeña niña convertida en madre era algo maravilloso y Lexie era una excelente madre; a pesar de los golpes y del dolor que ella sabía aún guardaba en su corazón, siempre mantenía una sonrisa para su hija.

Lexie abrazó a su pequeña luego de su sesión de besos y cosquillas y la sentó sobre la barra de la cocina para mirarla a la cara. Lo que vió en sus ojitos la estremeció, era algo a lo que esperaba acostumbrarse algún día pero tras cuatro años comenzaba a creer que jamás lo haría.

Esos ojos verdes, esa mirada eran de… 

Sacudió su cabeza para alejar el pensamiento, no quería recordarlo, aunque su hija se lo ponía demasiado difícil. 

Lexie rogó durante todo su embarazo para que su pequeña se pareciera a ella, incluso, cuando le dijeron que era una niña, pensó que así sería; que equivocada estaba, esa niña era la copia fiel de ese hombre que ella prefería no mencionar, y cada día que pasaba, por increíble que sonara, se parecía más. Su cabello, sus ojos, su sonrisa, esa sonrisa que un día la enamoró, todo, absolutamente todo, era de él.

«La vida es tan injusta» pensó con amargura.

Pero no tenía tiempo para regodearse en su tristeza, debía ir a trabajar, trabajar por el futuro de esa princesa.

—Escúchame, cariño —dijo colocando un mechón de su cabello tras su oreja—. Te quedarás hoy con la abuelita.

—¡Siiiiii! —celebró con sus manitas en alto, haciendo sonreír a las dos mujeres.




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