A pesar de que Oliver sabía que lo mejor era ser sincero con respecto a sus sospechas, los sentimientos que había desarrollado por Lexie le impidieron hacerlo, hasta estar completamente seguro del diagnóstico; por lo que, se limitó a darle una explicación vaga de la situación y decirle que debían hacerle exámenes para confirmar.
Sin embargo, el corazón de Lexie no necesitaba de sus palabras para saber que algo iba mal, la mirada de Oliver gritaba lo que sus labios no se atrevían a pronunciar y el abrazo que le dió al terminar la plática se lo confirmaron.
—Autorizaré que tu madre pase a acompañarte —dijo antes de retirarse.
Violet sollozaba en el regazo de su madre después de haber sido pinchada para colocarle una vía endovenosa y tomar muestras de su sangre, pese a sus arduos esfuerzos por negociar con su doctor, no pudo evitarlo. Oliver no era su persona favorita en aquel momento.
—Ya no quiero al doctor, mami —gimoteó mirando su manita, en la cual ya estaba conectado un suero.
—Él solo está cuidando de ti, Violet, no seas así —explicó acariciando su cabello—; además, eres una niña muy valiente.
—Soy valiente, no le tengo miedo al monstruo del armario, pero no me gustan las agujas —refunfuñó con un puchero que derritió el corazón de su madre quien la abrazó con fuerza.
Elizabeth, su abuela, entró en el pequeño cubículo y a Violet se le dibujó una enorme sonrisa en el rostro. Amaba con locura a sus abuelitos, eran sus mejores cómplices en todas sus travesuras.
—¡Abuelita! —chilló apenas la vió y le extendió su mano—. Me pincharon —se quejó.
Elizabeth llegó a su lado y la abrazó con fuerza, con el miedo inundando cada célula de su cuerpo; al igual que Lexie, algo en su pecho le indicaba que las cosas con su nieta no estaban bien.
—Solo es un pinchacito, princesa, verás que pronto estarás bien —consoló esperando que así fuera.
Soltó un segundo a su nieta para abrazar a su hija, su niña, porque eso sería siempre, su pequeña niña. Lexie se sintió segura en los brazos de su madre y dejó salir las lágrimas que llevaba rato conteniendo, tratando de esconder el rostro en su pecho para que Violet no lo notara.
—Todo estará bien, cariño —alentó Elizabeth en un susurro, besando su coronilla—, mamá está contigo, siempre estará contigo.
Y eso era justamente lo que Lexie necesitaba escuchar para traer un poquito de sosiego a su alma agitada.
El tiempo comenzó a pasar, los minutos se hicieron eternos y la ansiedad de ambas mujeres no hacía más que crecer mientras esperaban que el pediatra volviera con noticias. Algunas horas después, con Violet ya dormida, la cortina azul se abrió para darle paso a Oliver, Lexie solo necesitó ver su rostro agobiado para saber que definitivamente no eran buenas noticias.
—¿Ya tienes los resultados? —preguntó aterrada.
—Sí, necesito que vengas conmigo.
Un horrible escalofrío recorrió la espina dorsal de Lexie y el nudo que no había abandonado su garganta creció hasta hacerle imposible incluso respirar.
—Quédate con ella, mamá —pidió obligando su voz a salir.
Su madre tomó su mano y la besó antes de que ella se marchara con el doctor. Salieron del área de emergencia y caminaron por un pasillo que Lexie ya conocía pero que ese día se le hizo más frío, más estrecho, como si aquellas paredes quisieran aplastarla.
Llegaron al consultorio del pediatra, ese lugar de colores alegres que de pronto se transformó en un sitio sombrío. Oliver rodó la silla para que ella tomara asiento y sintió su cuerpo caer como plomo, todo en su interior pesaba. Él lo hizo junto a ella, en la otra silla de acompañantes, no en su lugar detrás del escritorio, lo cual aceleró aún más su corazón.
—¿Qué está pasando, Oliver? —Se atrevió a preguntar en un hilo de voz.
El hombre frente a ella tomó aire y sujetó sus manos.
—Lex, para mí es muy difícil decirte esto, sabes lo importante que ustedes son para mí. —La respiración de Lexie se detuvo, esperando recibir el zarpazo—. Los exámenes de Violet muestran un aumento muy elevado de sus leucocitos.
Lexie intentó procesar aquello, intentó recordar lo que ya él le había explicado en otras oportunidades.
—Eso quiere decir que tiene una infección, ¿no? —inquirió—. Es eso, tiene una infección, le indicarás antibióticos y todo estará bien —sugirió con desespero, aferrándose a un destello de esperanza.
—No, Lexie, en este caso no es así. —Oliver acarició su mejilla obligando sus palabras a salir, aquello lo estaba matando—. Tengo una buena amiga en St. Judge, le envíe un frotis de sangre de Violet.
Las palabras del médico se mezclaron en la cabeza de Lexie, todo se transformó en un caos en su interior. El St. Judge era un hospital especializado en cáncer infantil, ella lo sabía, pero no quería asimilar aquello, no quería asumir lo que eso significaba.
—No, Oliver —susurró con el escozor en su nariz y las lágrimas nublando su visión—, no.
—Lo siento, Lex, me acaban de llamar para darme el resultado.
—No, no —comenzó a desesperarse ella, negando con su cabeza.