No lo iba a admitir, se pasó semanas enteras, desvelándose para recibir el mejor puntaje en el examen de residentado médico como para que el causante de su insomnio sea él y no sus estudios. Nunca supo que era tan masoquista al extremo de no dormir durante horas y ya cuando estaba agarrando sueño, la alarma suena.
Definitivamente, no fue su mejor noche, aunque eso no podía empeorar cuando esa mañana ingresaba al estacionamiento de la clínica, vistiendo sus costosas prendas, mandando por el caño su lema de: Viste casual y pasarás desapercibida, ese día no le importó y caminó como una diva, desfilando entre los autos hasta que salió de la nada, a punto de cruzar para el otro extremo donde estaba el ascensor, sin embargo, algo ocurrió y arruinó su pasarela.
Por otro lado, Lukyan Kuznetsov, dueño de maldiciones que ni siquiera conocía, iba perdido en sus pensamientos, crucificándose por el mal futuro que auguraba su mente cruel y fue imprudente, aunque no más que la loca que apareció del infierno. El hombre no pudo frenar a tiempo y la parte delantera de su auto, dio contra un cuerpo humano.
—Demonios. ¿Qué tienes en la cabeza, Lukyan? —musitó, entrando en pánico. Nunca, nunca de los nunca, había atropellado a alguien. Tembloroso se desabrochó el cinturón de seguridad y salió para auxiliar a su víctima, encontrándose con una escena, un tanto…inesperada. —¿Se encuentra bien? No fue mi intención, yo…usted salió de la nada. ¿Acaso va distraída por todos lados sin ver? —la regañó. Su intención era calmarla en caso estuviera intranquila, pero hizo todo lo contrario.
La joven graduada, quien yacía en el suelo, en posición como escena del crimen, con las piernas torcidas y los brazos en triángulo, abrió los ojos ampliamente, observándolo cara a cara. El desgraciado que la tumbó, se puso a cuclillas, tratando de revisar visualmente su cuerpo en caso hubiera una herida visible antes de proceder.
—¿Acaso va por ahí regañando a sus pacientes que llegan a su consultorio porque se lastimaron? Pude haber estado muerta o herida de gravedad, y usted solo me regaña. O sea que ni siquiera en el más allá me libraré de los sermones de la gente. —aseguró firme, levantándose como un rompecabezas del suelo.
Al hombre casi le da algo al verla hacer eso.
—No debería levantarse, puede tener algo roto, deme un minuto y llamo a alguien para…—insistió como médico con más experiencia, a sabiendas que era peligroso esa decisión precipitada, pero Sarka lo único que tenía roto era su corazón porque su ropa carisima se ensució.
—Si se me rompió algo más, no hará la diferencia. —simplicó el accidente, limpiándose sus pantalones azules. El auto apenas y le tocó la poca cadera que tenía, aunque no se lo diría porque no tenía excusa para su drama. —Mi madre dice que cuando nací en lugar de llorar, me reí como lunática por la cara del doctor. —se encogió de hombros, pareciendo no estar lastimada, pero el rostro de Lukyan no bajaba la guardia. —¿Sabe? Tiene suerte que no lo denuncie, vi que venía distraído y no tenía la mirada en el camino. —aseveró como autoridad de la policía, sonriendo al tratar de aligerar el ambiente, no obstante, lo empeoró.
Lukyan no conocía de bromas.
—Si usted cree que es necesario, entonces puede poner la…—se reponsabilizó de toda la culpa, aceptando sus errores, sin embargo, ella lo cortó con cara de aburrimiento.
—Como dije, es broma. —torció la boca en un intento de sonrisa. —En fin, viendo que no me recuerda y eso es raro porque soy inolvidable, me presento, soy Sarka Magomedova. —habló en detalle de cosas que nadie le preguntó, aunque era bastante extrovertida, le estiró la mano en modo de saludo luego que casi la atropellara y cuando Lukyan iba a estrechársela, ella la quitó, desconcertando al médico quien de verdad se decía que la muchacha no estaba bien y quizás se haya golpeado muy fuerte la cabeza. —¿Sabe? Su rostro me resulta familiar. —fingió amnesia, tomando su mentón, pensativa. —¡Ya recordé! Es el loco que destruyó su consultorio. —dijo abruptamente, demandando su premio óscar por ser buena actriz.
Lukyan parpadeó extrañado.
—¿Perdón?
—Le perdono, solo porque no me gusta andar peleada con medio mundo, además, todo me va mal si me enojo, así que está perdonado. —comunicó las buenas noticias, sin borrarse su sonrisa del rostro. Cada cosa que salía de su boca, atolondraba al cirujano quien no sabía qué decir. —Usted es el profesor Lukyan…—dejó las palabras en el aire para que él completara su nombre.
Él tragó duro.
—Kuznetsov. Lukyan Kuznetsov. —contestó, repitiendo su nombre y apellido juntos. La muchacha tronó los dedos, felicitándolo por su audacia.
—Doctor Kuznetsov. Es un placer que me haya atropellado.
—¿Qué? —el ruso creyó haber oído mal.
Entonces la muchacha se golpeó mentalmente, arreglando su metida de pata.
—Dije que es un gusto, seré su asistente en cirugía a partir de ahora.
***
Para Lukyan no era nada nuevo trabajar con otros colegas, sin embargo, era muy distinto guiar a un joven, quien en un futuro se convertiría en un profesional, dependiendo de su especialidad a realizar. Tuvo que hacer cursos y talleres si deseaba recibir a graduados en su clínica porque ahora no era solo suficiente ser doctor para poder instruir a la futura generación.
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Editado: 05.07.2022