Un Bebé Para El Jefe

2: Parece un cerdo

La alarma llevaba sonando más de veinte minutos, pero sus ronquidos continuaban, oyéndose por toda la habitación del hospital. Su joven y desgastado cuerpo estaba doblado como exorcista en el pequeño e incómodo sofá, que ahí se encontraba. La señora de sesenta y ocho años esbozó una sonrisa mirando con un amor infinito a su nietecita, quien, a pesar de salir tarde del trabajo, vino a verla y se quedó durmiendo para acompañarla.

—Annika. Дорогая внучка. —la llamó para despertarla, no quería que llegara tarde a la compañía por no descansar correctamente, volvió a llamarla tres veces más y cuando sintió su garganta partiéndose en dos, costándole mucho hablar, empezó a toser fuertemente. —Annika. —insistió. La abuelita hizo el intento de moverse, pero solo provocó que soltara un jadeo de desconsuelo por el dolor en su cuerpo.

La muchachita al oírla quejarse se despertó de golpe, cayéndose del sofá hacia abajo y golpeando su frente contra la dureza del suelo. No lo calculó todo bien. Se levantó inmediatamente, ignorando su dolencia para atender a su abuela.

—Annika. ¿Estás bien, cariño? —preguntó preocupada. La mujer de cabellos rubios estiró la comisura de sus labios, sonriéndole para bajarle la inquietud. Solo fue un golpe, que me hizo despertar muy bien, se dijo para sí misma la joven.

Le ardía la frente.

—Sí, abuelita. ¿Te sientes bien? ¿Llamo al doctor? —la revisó rápidamente como un niño, que se ha lastimado y su madre se cerciora de que se encuentre bien. La mujer mayor soltó una carcajada y tosió.

—Todo me duele, mi niña, pero no es algo para alarmarse. —atribuyó todo al cáncer de pulmón no microcítico en fase tres, del que fue diagnosticada. Acarició la mejilla derecha y pálida de su nietecita, quien presionó con su mano para que la sintiera, que estaba con ella y debía luchar para quedarse a su lado.

—Abuela…—trató de contentarla.

—Tonterías, Annika. ¡Llegarás tarde al trabajo! —la hizo recordar, haciéndola palidecer y temer a la reacción de su jefe cuando llegara nuevamente retrasada. Ese hombre la crucificaría a modo de ejemplo por impuntual. —Corre, niña. ¡Y no olvides desayunar! —gritó como camionera en mitad de la vía mientras su nieta corría verdaderamente por su vida para llegar a la compañía. La rusa le respondió con un Я люблю тебя a su abuela y se regresó a la realidad, donde era la secretaria de un monstruo.

Sintió su rostro escocer y todo su cuerpo temblar cuando se subió al autobús, la impaciencia la consumió poco a poco mientras sentía que el tiempo jugaba en contra suyo. Mordió sus labios, aseándose el rostro con algunas toallitas húmedas a la vista de todos los desconocidos que también viajaban con ella.

Fracasó como mujer, era un desastre con piernas y no tenía nada de femenina.

***

Hoy tuvo verdaderamente suerte y el cielo le permitió no sufrir de un ataque cardíaco. Se sacó los zapatos como loca después de bajar del autobús y corrió desesperada para pasar su carnet por el escáner. Era realmente incómodo no tomar una ducha y no cambiarse la ropa, pero en al almuerzo regresaría a su casa y tendría el honor de convertirse en una secretaria decente.

Durante el tiempo, que llevaba trabajando, fue la primera vez, que respiró con tranquilidad. El Mистер Akim no vino las primeras horas de la mañana a la oficina, escuchó del equipo de administración que fue a una importante reunión, aunque, en la agenda, no había nada programado, se intrigó la muchachita mientras sacaba de su bolso el emparedado, que pudo comprar hace unos minutos en la cafetería.

Su jefe no estaba y su estómago había empezado a devorarse él mismo. El primer bocado le supo a gloria, no cenó y tampoco desayunó. Creía fervientemente que poder comer las tres comidas del día era un manjar, comparado con su presupuesto ajustado, que no opinaba lo mismo. Cuando una persona no come seguido por no tener el dinero, se convierte en un loco al tener comida en sus manos.

Lo último, que se imaginaba encontrar Akim, era a su secretaria, devorándose hasta los dedos grasosos. Las puertas del ascensor se abrieron y con el maletín en mano, avanzó mostrando absolutamente nada en su rostro. Annika no se dio cuenta, que en segundos su jefe se posó delante de su escritorio para verla con ojos de asco y una mueca de desagrado.

Se quedó con la boca abierta y apunto de devorar el emparedado. No parpadeó de la impresión y la sorpresa. Juró que el corazón se le congeló cuando chocó con esos ojos dominantes y jodidamente destructores.

—Parece un cerdo comiendo, Annika. —pronunció sin borrar su rostro de desagrado hacia la muchacha, que le resultaba incompetente e irresponsable. El corazón de ella volvió a latir con salvajismo, volviéndose a sentir inútil frente a ese hombre imponente en frente suyo.

—Solo…solo comía, señor. Discúlpeme. —agachó la cabeza pareciendo sincera mientras apretaba los ojos sin que él lo viera y rogaba para que no volviera a ser tan severo. —¿Le fue bien en su reunión? Escuché del equipo de administración, que…—volvió a meter la pata, embarrándola en grande.

—¿Tengo cara de que me fue bien? Pero lo que más me sorprende, es que sea de esas mujeres, que creen en chismes de los otros. Primero aprenda a comer y límpiese las manos, que parece una mendiga sin modales. —escupió, disparándole en el rostro con cada palabra dura y sin tenerle un poquito de respeto.

La muchacha se avergonzó y rápidamente guardó el emparedado, buscó algo con qué limpiarse las manos en su bolso y volvió a pedir disculpas. Sentía que le debía todo lo que era gracias al señor, que la trataba peor, que trapo viejo. Si el señor Akim no la hubiera contratado, no tendría cómo pagar el hospital de su abuela. Lo mínimo, que podía hacer era desempeñarse bien en el trabajo, pero hacía todo lo contrario.

—N-no volverá a ocurrir, señor Akim.




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