¿Por qué no despedía a Annika Ivanova? La mocosa no era sobresaliente y tampoco la clase de trabajadora que contrataba, no tenía experiencia, únicamente estudios cortos de secretariado, pero influyó en gran parte que fuera la sobrina de su anterior secretaria. Además, no tenía tiempo para buscar otra, sin añadir, que le pagó la mitad de su sueldo a pocos días que comenzó. Ese era otro factor, que influía.
Lo menos que buscaba era tener paciencia con mocosas y especialmente Annika que parecía una niña perdida en un laberinto. Con la punta del maletín comenzó a moverla del hombro, ni siquiera iba a tocarla, con el historial de tardanzas que cargaba y la desvergüenza vistiendo como mendiga, no se arriesgaría a poner sus manos sobre el virus andante.
—¡Annika! —gritó fuertemente como el rugido de un león, que hizo sobresaltar a la muchacha y ponerse de pie al creer que se trataba de un terremoto, y le estaban avisando que saliera corriendo. —¡Compórtese y póngase derecha! —mangoneó con la paciencia al límite. Aquel perro atropellado que antes dormía sobre el escritorio, enrojeció cuando la regañaron. Akim se estrujó el entrecejo contando hasta cinco para no amargarse, pero con ella había que contar hasta diez. —¿Hizo las reservaciones como le pedí? ¿En el mismo restaurante de siempre? —formuló las preguntas preparadas con minuciosidad.
Su secretaria asintió con la cabeza.
—Hice todo al pie de la letra, señor Akim.
—Bien, apúrese que llegaremos tarde al almuerzo. —volvió a ordenar, valiéndole un demonio si la muchacha estaba lista o no. Se giró y empezó a caminar, dejándole como única alternativa a Annika agarrar su bolso y seguirlo antes que la dejara atrás, y tuviera que bajar por las escaleras. —Espero que esta vez coma y no nos mire como rara. ¿Sabe que hacer eso incómoda a la gente? —le avisó unos diez minutos después cuando él iba manejando y ella en el asiento trasero porque detestaba, que se sentara en el copiloto.
—Y-yo no suelo tener mucho apetito. —mintió sin estudios inculcados para ese arte. Akim la miró por el retrovisor, siempre tenía esa sonrisa tan horrible, que solo le provocaba regresarse a la oficina.
—Entonces pida una ensalada y finja comer. —simplificó, estacionándose en la entrada del restaurante. Bajó del auto para darle la llave a uno de los encargados, que se ocupaban de los vehículos de los clientes. La muchacha se sintió inferior cuando ingresó y casi se le sale los ojos cuando tuvieron que ordenar.
Era una reunión con el contador de la empresa y el abogado representante del equipo legal, el señor Akim planeaba construir una refinería y expandirse, pero cerca del terreno se encontraba un pueblito, que por ninguna cantidad de dinero quería irse.
—Esto es tu culpa. —señaló con verdadero enfado al contador, quien, sin contrariarlo, admitió su ineficiencia. —Fui claro con lo que buscaba y ahora resulta que…—unos ronquidos lo interrumpieron, haciéndolo girarse hacia la culpable de esos soniditos.
Su secretaria se durmió sentada, sus manos estaban juntas en su regazo y le daría un serio dolor de cuello porque su cabeza estaba inclinada hacia adelante, como si se fuera a caer y así fue. Se fue de cara duramente al piso, acomodándosele todas las neuronas que huyeron por los problemas, que cargaba encima.
El contador y el abogado miraron hacia otro lado cuando Akim enfureció. Su secretaria tomó consciencia y se volvió a sentar rápidamente, tragando duro ante tan vergonzosa escena, que protagonizó.
—Lo siento, señores. —se disculpó mirando al conocido suelo, que un poco más y le daba pase VIP para que lo mirara con más detenimiento. El abogado trató de calmar a Akim quien estuvo a punto de mandarla al demonio.
—Tienes el día libre, Annika. —pronunció con verdadero pesar, carcomiéndole en el hígado tal imprudencia.
—Señor, pero todavía…
—¡Vete a tu casa ahora mismo! —ordenó con los ojos bastante rojos. La muchachita miró apenada a los presentes y susurrando que se retiraría, huyó del restaurante pasando la saliva como si quemara.
—Eres un desastre, Annika. Un insalvable desastre. —quiso que la tierra se la tragara, que se durmiera en el trabajo ya era mucho, pero ¿en un almuerzo? Era todavía peor, se lamentó con el estómago ardiéndole como el infierno.
***
Ahora comprendía el por qué su celular no sonó en toda la mañana, lo tenía en vibrador y gracias a ello acumuló un montón de llamadas provenientes del banco, quien le daba el último aviso, o más bien, venían a cumplir con lo dicho hace tiempo.
Su tía quien la ayudó a conseguir el trabajo, era la única que la ayudaba económicamente para pagar los gastos del hospital y lo poco que quedaba era para la alimentación de ella, aunque ¿acaso el tratamiento era barato? Por supuesto que no, la mitad de sueldo adelantado que pidió a duras penas del señor Akim, cubrió algo, con sus ahorros y la hipoteca de su casa terminó de cubrir todo, solo que…se retrasó con las cuotas de pago.
En frente suyo, veía a sus vecinos pelearse con uñas y garras contra los hombres, que sacaban sus cosas de la casa. Todo empezó a ser caótico y de repente sintió ganas de llorar. Estaban desalojándola por incumplimiento de pago y dentro de unos días, iba a tener que pagar el tratamiento de su abuela.
Su vecina más cercana corrió toda despeinada y sin un zapato para tomar a la joven de los brazos.
—¡Annika! ¡Muchacha! No te preocupes, esos hijos de su madre no van a desalojarte. Ahorita los espantamos. ¿Está bien, niña? Todos estamos cooperando. —le sonrió para consolar a la joven, quien sabía que eso no iba a ser posible. El señor encargado del desalojamiento se acercó a ella luego de huir de los vecinos, quienes parecían leones protegiendo a su cría.
—¿Annika Ivanova? —llamó, reconociendo a la muchacha de veinte años, quien tenía los brazos temblando. Por primera vez, deseó haberse quedado en el trabajo y soportar los gritos de su jefe, que ver cómo iban a botarla a la calle con todas sus cosas.
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Editado: 09.05.2022