Un bebé para el Rey [#7 de la Saga Heredero]

Malena Salvatierra: Rey del hielo.

Malena.

Desde que me desperté, sentí un palpitar en mi corazón y eso es indicio de que algo malo va a pasar.

—Kimberley, cariño. Debes estar tranquila porque papá prometió que iba a regresar y así lo hará. -acaricie mi vientre en un intento desesperado por calmar a mi hija.

Me levanté de la banca del jardín y me dirigí hacia la entrada del palacio.

Seis meses atrás llegue aquí reclamando lo que me pertenece como una loca, pero con la esperanza de que Kurgan no fuese un tonto. Gracias a Dios que no tuve que reiniciarlo de un guantazo.

—Mamá está un poco loca, pero eso no es preocupante cariño. Porque todos necesitamos un poco de locura para poder sustituir.

Cuando llegué a la entrada del palacio los guardias se le iluminaron los ojos al ver mi vientre.

Todos están totalmente enamorados de mi bebé. Porque dicen que ella perpetuará el linaje del gran y piadoso rey Kurgan.

Aquí no le faltará hombre que cuide y defienda a mi Kimberley.

—Señora, acaba de llegar un paquete para usted. -informo unos de los custodios.

El hombre me extendió el paquete y tras recibirlo le brinde una gran sonrisa.

—Gracias.

—Siempre mi reina.

El custodio asintío, para después volver a su posición.

Sacudí el paquete entre mis manos y empecé a caminar hacia las escaleras.

Subí despacio las escaleras y cuando me encontré a la mitad de estas Elizabeth compareció ante mí.

—¿A dónde vas?

—No sé, dígame usted.

La mujer entrecerró sus ojos y empezó a descender de la escalera.

—Tu tiempo de ser la reina de este lugar llegó a su fin. De hoy no pasas, plebeya.

—Sí, como no. En vez de estar aquí tratando de intimidarme, debería estar en una estética, porque se le notan las patas de gallo.

Elizabeth abrió los ojos con desmesurada.

—Te vas a arrepentir, mujercita de mierda.

—Sí, sí. Lo que usted quiera.

Pase de ella, y cuando estuve cerca de ella, Elizabeth intento tomar mi brazo entre los de ella, pero antes de que ella pudiera hacer algo le clavé mis uñas.

—Sí pensaba lanzarme por las escaleras, está muy equivocada, señora Elizabeth.

Hice más presión sobre su piel, y ante eso ella emitió un fuerte quejido.

—Si se mete conmigo, le ira muy mal, señora.

—Me estás lastimando.

—Usted ni nadie perturbará mi paz, Eliza.

Ante estas palabras los ojos de la exreina ardieron en fuego.

—No me menciones a esa perra.

—Más perra es usted, Elizabeth. ¿O es que se le olvida que le fue infiel al rey y tuvo un bebé de la relación indecorosa que tuvo con el capo di tutti capi?

—Cállate.

—¿Ahora quiere que me callé? -pregunte en tono burlón, y eso logró que Elizabeth ardiera en coraje. —No querida, yo seguiré hablando, porque por la verdad Cristo murió en la cruz. Así que debo expresar la verdad acerca de quién es usted.

—Te juro que te vas a arrepentir, mujercita.

—Si algún día llega hacer algo contra mí, le juro por lo que más amo, que morirá por empalamiento.

—Esos métodos son anticuados.

—Para el ángel de muerte, mi hermano, y para el capo di tutti capi, no creo que sea un método anticuado.

—¿El ángel de la muerte? ¿Tu hermano? ¿El capo di tutti capi? Ninguno de ellos podrá librarte de mí furia, niñita. Haré de ti, estar aquí tu peor pescadilla… e incluso la mocosa que llevas en el vientre sufrirá mi furia… ¿Qué prefieres que haga con ella? ¿La mato con mis propias manos o la dejo totalmente desamparada bajo la luz de la luna, el frio o de la densa bruma?

Ante esas palabras solté el brazo de Elizabeth y coloqué mi mano en mi vientre, dónde casualmente Kimberley empezó a patear.

—Si le hace algo a mi hija, tendrá que esconderse bajo las piedras, porque mi furia será arrolladora, Elizabeth.

Ante esas palabras ella sonrió.

—El destino de tu mocosa está escrito, plebeya. Y no sabes cuanto disfrutaré de verla perecer al igual que a ti.

Tras esas palabras ella empezó a descender de las escaleras, como si no hubiésemos tenido un encuentro.

—Antes de que ella te coloqué sus sucias manos encima, te juro que yo misma se las cortó. Pero no dejaré que ella ni siquiera te mire, Kimberley, aquí estoy yo para protegerte.

Tras esas palabras empecé a subir las escaleras.

Cuando me encontré en la parte superior sentí a mi hija moverse.

—Papá, nos protegerá y yo te protegeré, Kimberley.

Caminé hacia la oficina de Kurgan, y cuando me encontré en la puerta el palpito que sentí esta mañana se intensificó a tal punto de casi cortarme el aire.




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