Un bebé para el Rey [#7 de la Saga Heredero]

Capítulo 23: La ley del capo.

Malena.

Un fuerte ventarrón de aire frio golpeo con fuerza mi cuerpo, ante eso abrí los ojos y me visualicé afuera del palacio, tendida en una caja, con un vestido lleno de sangre y todo a oscuras.

—¡NO, KIMBERLEY...! -intente colocarme sobre mis pies, pero eso quedó en un intento porque caería de fuerza.

—En el suelo es donde mereces estar.

Escuché la voz de Elizabeth y no dude en colocar mis ojos la en ella.

—¿Dónde está, mi hija?

—La bastarda nació muerta, así que mi hijo la mandó a desechar, no te preocupes que a estas horas esa mocosa es historia.

No.

—Entréguenme su cuerpo...

—Ya te dije que se deshicieron de ella... deberías dar las gracias porque no tienes que gastarte llorando, o gastar lo poco que tienes velando a esa mocosa.

—Devuélvanme a mi hija.

—Si quieres te puedes marchar por donde mismo viniste porque esa mocosa del diablo, paso al mundo de los muertos. Si crees en los fantasmas, quizás el de tu bastarda te cuide.

—¡Quiero ver a Kurgan...! ¡Exijo ver al rey...!

Elizabeth sonrió con burla.

—¿Quién crees que ordenó que te sacarán del castillo? Tu querido, Kurgan. -negué. —Deberías tener un poco de dignidad, y lárgate de una buena vez por todas de aquí... porque no eres bienvenida. Lo mejor que pudo pasar fue que esa bastarda se muriera.

Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos y con ellas sentí algo escurrirse entre mis piernas.

Toqué el líquido y distinguí que era sangre.

Me estoy desangrando.

—Te recomiendo que te largues de aquí, si no quieres morir desangrada.

—Elizabeth, llama a Kurgan.

—Él no quiere verte, entiéndelo de una vez por todas. Lo mejor que puedes hacer es tomar la poca fuerza que tienes y largarte antes de que me dé por soltar a los perros, para que ellos terminen de hacer lo que lastimosamente Kurgan no me dejó hacer. -Elizabeth me repaso he hizo una mueca de asco. —No vemos en el infierno.

Tras esas palabras ella giro sobre sus pies e ingresó al palacio.

Pensé que viniendo aquí obtendría un poco de felicidad, pero cuan equivocada estaba, porque no todo era felicidad, ahora lo estoy viendo. Kurgan De Asturias Azair, me destruyó con cada palabra que me dijo, me dejo caer y eso me hizo trizas. Ahora estoy marcada por el dolor y con el alma rota. Al lado de Kurgan encontré el amor, pero también el dolor.

Puede ser que Kurgan este coronado como el rey de este reino, como el nuevo capó de tutti capi y como el verdugo que acabo con mi felicidad. Él me destruyó, destruyó a la Malena fuerza e inquebrantable.

Kurgan De Asturias Azair, es el verdugo que acabo con mi felicidad.

Cerré mis ojos con fuerza y formé mis manos puños.

—¿Por qué? ¿Por qué permites que perdiera...? ¿Por qué?

—Reina...

Me permití abrir mis ojos y me encontré con una gitana.

—Ayúdame. -pedí antes de perder el conocimiento.

Después de esto, no volveré a ser la misma, nunca más. De eso estoy segura.

(***)

A unos kilómetros.
En las costas de Italia.

Kurgan.

Desde hace varias noches, específicamente desde que recibí la visita de Elizabeth, he tendido pesadillas las cuáles se resumen a mi pequeña Kimberley. En más de una ocasión me he auto infringido daños en mi cuerpo al intentar salir de la habitación en la que me tienen recluido.

Por suerte estas personas no me han dejado morir de hambre.

Me acomodé en una esquina del lugar y las lágrimas empezaron a salir de mis ojos al ver el hermoso cielo azul.

¿Qué habrá sido de Malena? ¿De nuestra hija...?

Pensar en que les puede suceder algo malo me llena de impotencia. Tengo impotencia de no poder salir de este lugar.

El hombre que es el encargado de custodiarme golpeó la puerta con un barrote de hierro.

—Principito, estas de suerte. El jefe viene a verte.

Omití decir alguna palabra porque no valdría la pena discutir con él.

—Estas de suerte porque al parecer el jefe tienes planes para ti.

El hombre al ver que no daba respuesta golpeo los barrotes con fuerza. Para hacerse sentir, pero yo no le di importancia y seguí mirando el cielo.

—No sabes las ganas que te tengo, maldito hijo del mal. Te juro que en cuanto tenga la oportunidad te doy unos buenos trancazos para que veas quién manda.

Ante esas palabras ni me inmuté, y esto logró que el hombre se enfadara aún más.

—Tú y yo arreglaremos cuentas niño bonito.

—Claudio, ¿Qué son esas formas de tratar a mis invitados...?

—Señor...




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