Un bebé para el Rey [#7 de la Saga Heredero]

Malena Salvatierra: Tristeza.

Malena.

Varias semanas atrás.

Nunca nada volvió a ser igual, deje de ser la rebelde para convertirme en una sumisa ama de casa, no que me moleste ser una blandengue débil con Mael. Pero extraño lo que era antes de todo.

—Mi reina.

Aparte mis ojos del horizonte para colocarlos en águila blanca.

—Pensé que Rissi te había dado descanso.

—Él lo hizo, pero ya a esta edad me molesta estar acostado sin hacer nada.

Él tomó asiento a mi lado y me extendió un paquete con fresas y uvas verdes. Le brindé una sonrisa y lo recibí.

—Te dije que podía cuidar de ti, pero te negaste alegando que todavía tenías energía.

—No quiero ser una carga para nadie, mi reina.

—Deberías dejar de llamarme así, porque ya no soy una reina.

—Para mí usted será la reina por siempre.

Abrí el paquete de fresas y sin dudarlo me llevé una a la boca.

Le ofrecí comerlas juntos, pero él se negó.

—Malena.

—¿Sí?

—¿Cómo va todo? No me digas que no has ido con la psicóloga que lleva tu caso.

—Sabes... debería llamarte papá en vez de águila blanca, porque pareces mi padre. Me cuidas, mimas y das todo por alegrarme el alma. Tú haces lo que nunca mi padre hizo.

Ante esas palabras los ojos de él se cristalizaron.

—Si consideras que deberías llamarme así, está perfecto.

—Perdóname, porque por mi culpa perdiste a tu familia.

—No fue tu culpa, no debieron llevarse de la opresión de la corona y exiliarme de mi propio hogar.

La opresión de la corona.
Kurgan.

Ante esa mención, aparte mi iris de los de él.

—Malena...

—Todavía duele. Duele escuchar su nombre.

—Daria mi vida porque no te doliera, Malena.

—Lo sé, pero es inevitable que todavía duela, porque no solo perdí mi corazón, sino que también a mi bebé. Me la arrancaron de los brazos y no dejaron que tuviera una tumba donde llorarla. Me destruyeron, destruyeron a mi anterior versión, destruyeron mi vida.

—Elizabeth murió.

—¿Qué pasó?

—La torturaron, le sacaron las uñas y los dientes, la empalaron a sangre fría, le cortaron la cabeza y la colocaron en lo más alto del castillo para que todo el mundo lo vieras. Su cuerpo lo desmembraron y lo echaron en distintas partes del reino. Según lo poco que pude investigar Elizabeth sufrió muchísimo antes de morir.

—¿Por qué? ¿Qué hizo para que su propio hijo le hiciera todo eso?

—No sé, pero debió de ser algo muy fuerte como para que reunirán todos los métodos de torturas para emplearlos con ella.

Volví a colocar mis ojos en él.

—¿Te sientes vengada? -pregunto.

—Me da igual, águila blanca.

—Pensé que le deseabas la muerte.

—No hay peor castigo que vivir en el infierno eternamente, querido.

Tras esas palabras águila blanca soltó una gran carcajada.

—Dices que no has cambiado, pero eso es mentira, porque para escucharte decir esas palabras requiere de cambió, y déjame decirte que la Malena que conocí hace tres años atrás no hubiera dicho eso.

—Elizabeth, fue una canina con ropa sin duda alguna la palabra malévola le queda pequeña, pero mi recompensa es grata al saber que ella ira a quemarse en el mismísimo infierno. ¡Qué arda en la peor sección del infierno...! ¡Qué sus gritos llenen el infierno completo...! ¡Qué la consciencia la mate...! ¡Qué desee retroceder en el tiempo y no pueda...! ¡Qué arda, que arda para toda la eternidad!

Águila blanca enarcó una ceja para después sonreír.

—Sacaste a relucir a la Malena que conozco. Que todo conocemos.

—Tenía que sacármelo del pecho.

—Pero no has llorado... deberías sacar también las lágrimas que has estado reprimiendo, Malena. Porque solo así podrás avanzar.

—Por más que necesite avanzar no puedo, porque el recuerdo de mi hija me lo impide. No puedo avanzar y dejar a mi pequeña en el olvido. No me pidas eso, por favor.

Águila blanca me rodeo con sus brazos.

—Todo estará bien, Malena.

—Gracias por estar aquí conmigo, gracias por cuidarme.

—Mi lealtad es de la reina, Malena. Siempre lo será así.

Tras esas palabras cerré mis ojos y dejé que el calor de su cuerpo envolviera el mío.

—Malena... -abrí mis ojos y los coloqué en Mail. —Pequeña...

Hoy es uno de esos días en que el pecador le da por abrazarme todo el día, llorar por mi e incluso profesar repudio hacia Kurgan.

—Veo que llego tu segundo protector.




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