¿Qué mejor forma de empezar un domingo que en la cocina de la tienda rodeada por deliciosos olores y las manos metidas hasta el fondo del bol batiendo los diferentes sabores para crear uno único?
Es cierto que no he podido dejar de pensar en el beso del otro día en cada de los padres de Sergio después de que este me confesara lo ocurrido con su esposa. Pero tengo que mentalizarme que ese beso fue el producto del estado de ánimo en el que nos encontrábamos. Él estaba muy sensible y yo estaba demasiado sorprendida como para reaccionar. Eso fue todo.
—¿Acaso tienes un resfriado que te impide oler el olor a quemado que hacen tus queridos bombones?—exclama mi padre sacándome de mis pensamientos.
—¿Qué? No, no, no...—corro hacia el horno como si mi vida dependiera de eso. Rectifico, sí que depende de eso.—¡Mierda!—maldigo al ver mis preciadas creaciones charramuscadas.
—Ese vocabulario, niña.—regaña mi padre apuntándome con el tenedor.—En serio, Claudia ¿en que mundo estás esa mañana? Ya hemos tenido un problema con las entregas porque las has equivocado. Nunca te había visto tan despistada, hija.
Suspiro dejando la bandeja en la mesa y cierro los ojos. No puede ser, no puedo estar tan ausente en mi trabajo. Mi vida personal tiene que quedar fuera de estas cuatro paredes.
—Solo ha sido un despiste, nada más. Estaba pensando en otras cosas.—evado su pregunta y sigo a lo mío, pero al parecer mi respuesta no le ha dejado satisfecho.
—Claudia, ven aquí.—lo miro de reojo, dudosa.—Ahora.—su tono de voz no admite réplica, así que, lentamente me acerco hasta él y nos quedamos frente a frente.—Sabes que cualquier problema que tengas puedes contar conmigo, ¿verdad?
—Sí, lo sé papá.
—¿Es por el chico ese que vino con la niña?—su mirada parece que pueda ver a través de mi y eso empieza a incomodarme.
—No, no es por eso.—mentirosa. Me alejo de él y vuelvo a la mesa, esta vez concentrada en mis bombones y vigilándolos constantemente.
—Como tu digas, hija.—por su tono de voz sé que no lo he convencido, pero al menos ha entendido que no quiero hablar del tema. Esa es una de las cualidades que adoro de mi padre, siempre te deja el espacio que necesitas.
***
Llevo aquí metida unas dos horas y mis manos ya tienen la harina adherida como una segunda piel.
Estoy terminando de dar los últimos retoques al pastel de jengibre para mañana cuando mi teléfono empieza a sonar, provocando que casi vierta toda el sirope encima el pastel.
—Juro que como sea publicidad van a comerse sus ofertas a pulso.—farfullo atendiendo la llamada sin ninguna delicadeza.—Si es publicidad ni os molestéis en hablar.
—Al parecer hoy te has levantado con el pie izquierdo.—oigo la voz divertida de Sergio al otro lado de la línea.
Al instante me doy una bofetada mental e intento rectificar mi respuesta.
—Lo siento, pensé que eras...
—Publicidad. Lo sé.—me interrumpe terminando la frase por mi.
—Sí...—los dos nos quedamos unos minutos en silencio sin saber como seguir. ¿Por qué me ha llamado entonces?
—Oye, esto...estás enfadada conmigo o algo.—empieza algo inseguro.
Yo me quedo tan sorprendida que al principio no sé si es otra broma para devolverme lo de la publicidad o me lo dice en serio.
—¿Por qué se supone que debería estar enfadada?—inquiero más que confundida.
—Por...ya sabes, el beso.—suelta una ligera risilla. Me muerdo el labio para evitar hacer lo mismo y le intento responder como si nada.
—¿Qué? ¡Claro que no!—mi voz sale demasiado aguda y carraspeo par corregirla. Espero que no se haya dado cuenta.—El beso está olvidado.
JA. Eso no te lo crees ni tu. Me recuerda mi subconsciente.
—Bien, bien.—habla rápido y cuelga.
Que raro. Me quedo mirando al teléfono por unos instantes, intentando averiguar que es lo que acaba de pasar, pero termino rindiéndome y volviendo a mis tareas. Demasiado con lo que lidiar un domingo por la mañana.
***
—¡Claudia!—oigo la voz de mi padre llamarme desde fuera la cocina.—¡hay un comprador preguntado por ti! ¡Apúrate que tengo mis moldes de galletas en el horno y a diferencia de ti no quiero que se me quemes!
Gracias, papá por mostrar mi incompetencia delante de la gente. Pienso lavándome las manos para salir a recibir al cliente, que, por cierto, no tengo ni la más mínima idea de quien puede ser.
—¿Sergio? ¿Qué haces aquí?—mi pregunta debe reflejar lo mucho que me ha impactado verle aquí, porque él sonríe como si nada.
—Veo que ya os conocéis y que no hay peligro de robo, así que... adiós buen día.—me quedo boquiabierta viendo a mi padre desaparecer por la puerta de la cocina.
Creo que quiere más a sus galletas que a mi.
—Hola.—empieza con un tono de voz suave, como si no quisiera asustarme.
—Hola...—le devuelvo el saludo, aún cautelosa sin saber cual es el motivo de su visita. Al parecer nota el desconcierto en mi voz porque se aclara la garganta y mete las manos en los bolsillos raseros de su pantalón.