Después de casi ser consumida por los nervios, ha llegado el día de la fiesta de la familia de Sergio y antes de salir del coche puedo notar el temblor en mis piernas y no paro de retorcerme los dedos.
—Si sigues así, vas a torcerte los dedos.—bromea mi padre sacándome de mis pensamientos.
A través de la ventana del coche se puede ver la enorme casa toda iluminada por luces navideñas. El jardín se encuentra perfectamente cuidado y hasta me da pena pisarlo.
Cojo aire y lo dejo ir lentamente.—¿Listo?—lo miro no muy convencida.
—Eso debería preguntarte yo a ti.—ríe mi padre dándome un reconfortante apretón.—Y ahora quiero que salgas de este jodido coche y deslumbres a todo el mundo
—No seas exagerado papá.—ruedo los ojos con una sonrisa en la cara.
—En serio, Claudia. Hay que ser incompetente para no ver la belleza que tienen delante.
—Gracias, papá.—le doy un beso en la mejilla y me armo de valor para abrir la puerta y salir.
Eso si, con mi padre del brazo.
Si el exterior de la casa ya me parecía precioso, el interior no tiene comparación alguna. ¿Es la misma casa en la que estuve el otro día? ¿Eso del fondo es una fuente de chocolate?
Las escaleras están recubiertas por una gruesa alfombra roja y los brazos de estas se encuentran recubiertas por cintas y bolas con decorados navideños.
Mire donde mire hay camareros sirviendo exquisiteces que en la vida he probado y en la mesa del fondo una gran cantidad de dulces y pequeñas cajas de regalo.
Todo aquí es deslumbrante y al parecer no soy la única que lo piensa porque mi padre tiene la misma cara que yo.
—¡Claudia!—La voz de Charlotte nos saca a los de nuestro embobamiento.
Lleva un vestido verde turquesa demasiado abultado para mi gusto que le llega hasta las rodillas. Sus ondas morenas contrastan con el color del vestido. Se ve adorable.
—Hola, pequeña Char.—la saludo en un gran abrazo. Ella ríe feliz.
Justo cuando la dejo en el suelo y levanto la mirada, mi vista cae en la figura corpulenta del hombre que se acerca. Sergio.
Lleva puesto un traje completamente negro que le queda como un guante y le resalta sus reflejos dorados. Siempre he tenido debilidad por los hombres con traje, pero él es otro nivel.
Cuando nos quedamos frente a frente ninguno se atreve a decir nada y nos quedamos mirando en silencio. Sus ojos ámbar me parecen tan cálidos, que me dan ganas de acercarme y examinarlos más de cerca para comprobarlo.
—Papi, ¿por qué no dices nada?—interviene inocentemente la niña. Al darnos cuenta que nos hemos quedado mirando fijamente y que tanto Charlotte como mi padre, que nos mira con una ceja alzada, nos han estado viendo, hace que se nos suban los colores.
Hasta con las mejillas sonrojadas sigue siendo sexy... es ridículo. Y lo peor es que no lo hace a propósito.
—Wow, estás...arrebatadora.—dice carraspeando con voz grave.
—Tú tampoco estás nada mal.—susurro de vuelta, aún sin haberme recuperado del todo ofreciéndole una tímida sonrisa.
—Bueno, ¿vamos a quedarnos así toda la noche?—interrumpe mi padre. Gracias a Dios, porque yo no sabía qué hacer ahora.
La intervención de mi padre parece haber hecho efecto en Sergio, porque intenta recomponerse y dejar de mirarme para fijar la vista en el aludido.
—No, señor. Lo siento, no lo había visto.—se disculpa gentil.
—He podido darme cuenta de eso.—rebate mi acompañante entrecerrando los ojos en su dirección.
***
Después de las debidas presentaciones, mi padre se queda hablando con los padres de Sergio que, por cierto, son muy amables con él y Charlotte corretea de un lado al otro de la mesa de dulces. Esa niña es un nervio. Eso me recuerda a mi de pequeña y me hace sonreír.
—¿Te sientes bien?—inquiere Sergio a mi lado.
—¿Por qué no iba a estarlo?—pregunto frunciendo el ceño.
—No, por nada. Solo digo que si te sientes incomoda o algo podemos irnos.—me vuelvo para mirarlo con una sonrisa en la cara pensando que está de broma, pero al ver que no me devuelve el gesto y me mira con total seriedad, noto que no está bromeando.
—Tranquilo, mi padre está entretenido con los tuyos, yo tengo una copa de champan en la manos y, a pesar de no ser mi fuerte, hay música por si me apetece pasearme por la pista.—abro las manos señalando todo lo que nos rodea, provocándole una carcajada.
—De acuerdo, entonces brindemos por unas navidades diferentes.—contesta elevando la copa sin perder la sonrisa.
Estamos a punto de chocar los vasos cuando una voz femenina interrumpe el momento.
—¿Por qué estamos brindando?—a medida que se va acercando puedo verla mejor y al instante me siento pequeña.
Su radiante sonrisa muestra sus blancos y perfectos dientes. El vestido entallado se le adhiere al cuerpo como una segunda piel y muestran sus voluminosas curvas. Su pelo rubio está recogido en un tirante moño que parece doler, pero no parece afectarle.
—Julia, no sabía que ibas a venir.—la saluda Sergio dándole dos besos. Yo me quedo ahí parada, de lo más incómoda.