¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 11

El ruido del gentío vuelve a mí, pero esta vez diez veces más fuerte. Estoy de vuelta al salón. Todo el mundo sigue igual, riendo, celebrando, contándose las más graciosas anécdotas, ahora la diferente soy yo.

—Me he pasado como diez minutos buscándote.—me sorprende mi madre, enfurruñado.—¿Se puede saber en donde te habías metido?—me advierte apuntándome con el dedo.—Espero que no te hayas ido con ese jovencito porque sino...

—No.—lo interrumpo abruptamente sin dejarlo terminar.—Nada de eso. He ido al baño.—me invento una excusa lo más rápido posible y me seco las lágrimas derramadas de forma disimulada para que no se de cuenta.

—Hija, ¿va todo bien?—ahora está preocupado.

—Está todo perfecto.—digo ofreciéndole mi mejor sonrisa falsa. 

Tengo la intención de poner mi mejor actuación y soportar el sufrimiento hasta poder escaparme, pero cuando giro la cabeza veo a Julia riendo y bebiendo con la gente, es superior a mi y siento que voy a reventar ahí mismo.

—¿Podemos irnos?—suelto de repente llamando su atención.—No me encuentro muy bien, la verdad.—miento. 

—Claro, claro.—se apresura a responder.—¿Quieres despedirte de Sergio o de Charlotte?

—No.—mi súbita respuesta le ha tomado por sorpresa, pero ha Sergio no lo quiero ver ni en pintura y no creo poder despedirme de Charlotte sabiendo que esta será, probablemente, la última vez que la vaya a ver.—Solo quiero irme y dormir un poco.

Mi padre asiente no muy convencido y nos abrimos paso hasta la puerta. Yo intento mantener la cabeza gacha para no llamar mucho la atención.

—¡Claudia!

No por favor. No me hagas esto justo ahora.

Eleva un poco la mirada y lo veo. Se acerca a nosotros a paso apresurado con las facciones desencajadas por lo que parece ser preocupación. Gracias, pero no me lo creo.

—No te vayas.—me suplica con la respiración agitada.

—Sergio...déjame en paz.—mi voz es un susurro apenas audible a causa de la música, pero hasta mi propia voz me parece demasiado.

—No voy a dejar que te vayas hasta que me hayas escuchado.—su voz cada vez de oye más desesperada y yo no tengo las fuerzas necesarias para escucharlo.

—¡No es tu jodida decisión!—exploto con lágrimas en los ojos.—¡No tienes ningún derecho para decir nada, así que haz el maldito favor de apartarte de mi camino!

—Claudia, por lo que más quieras, déjame decirte como son las cosas en realidad. No ha sido lo que parece...

—A mi me ha parecido muy real lo que he visto.—le reprocho con mi mejor mirada de odio.—Y, sinceramente Sergio, ya he tenido suficiente por una noche.—digo abatida.

El aludido hace el ademán de querer hablar, pero es interrumpido.

—Creo que ya has oído a la señorita.—interviene mi padre duramente.—No sé que pasado hace unos minutos, pero mi hija quiere irse. Así que haz el favor de apartarte y dejarla tranquila.—no creo que nunca haya escuchado hablar a mi padre en ese tono. Frío y autoritario. 

Su brazo se posa en mi espalada y me aprieta para reconfortarme. Gracias a dios que lo tengo a él de mi lado.

—Señor...—Sergio intenta hablar, pero mi padre lo silencia con la mano.

—No me interesa lo que tengas que decir, se acabó. Nos vamos.—decidida a terminar con está escena que ha llamado la atención de algunos curiosos, agarro firmemente el antebrazo de mi padre y nos dirigimos a la salida con toda la dignidad que me queda.

Cuento los pasos que faltan para llegar al coche y salir de este infierno de fiesta, pero mi concentración y la muralla improvisada que he construido se quiebran al oír sus siguientes palabras.

—¡Te quiero!—su grito desesperado hace que me pare en seco, pero sin girarme. 

¿Por qué? ¿Por qué me dices estas cosas que no son ciertas? ¿Por qué quieres hacerme tanto daño?

—Vamos, hija. Salgamos de aquí antes de que seamos tendencia en internet.

Empujándome ligeramente, me guía hasta el coche y me abre la puerta para que entre. Tengo ganas de girarme hacia Sergio para verlo ahí parado, en medio de la entrada con lágrimas rodando por sus mejillas, pero me lo pienso dos veces y no tengo el valor de hacerlo.

***
Una vez en el coche y camino a casa, me resisto a echarme a llorar y me muerdo muy fuerte el labio. Hasta creo me hago sangre, pero en ese momento no me importa. Ya nada me importa, mi corazón está roto por una persona que ni siquiera conocía.

—Hija...

—No digas nada, por favor.—balbuceo con la cabeza gacha y el pelo cubriéndome la mitad del rostro. Siento vergüenza y pena de mi misma.

Al parecer, mi padre capta el mensaje y no vuelve hablar en todo lo que queda de camino. No hay nada de lo que hablar y prefiero el silencio ahora mismo.

Cuando llegamos y apaga el motor, salgo corriendo hacia la casa, como si mi vida dependiera de ello. Mis manos tiemblan al intentar introducir la llave en la cerradura, pero después de unos intentos consigo abrir la puerta de un portazo e ir directa al baño.




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