¿Alguna vez has querido cometer homicidio a tu vecino? Porque eso es lo que me está pasando ahora mismo. Son las nueve de la mañana y el hombre sigue moviendo los muebles de la casa. Juro que cuando lo vea...
—¡Mierda!—salto de la cama al darme cuneta que ya debería haber desayunado y estar saliendo para ir a la tienda.—retiro lo que he pensado vecino, eres la persona más maravillosa del mundo.
Me apresuro a salir del revoltijo de edredones en los que me he metido, ¿desde cuando duermo yo con tres mantas enrolladas en mi cuerpo?
Como un flash, me viene a la memoria los sucesos de ayer y mi ánimo decae en picado. Empiezo a recordar a Sergio con la arpía, el beso, él diciendo más mentiras, yo llorando...
Dios, menuda Navidad. No quiero ni volver a escuchar ese nombre en mi vida.
—¿Qué haces levantada?—inquiere mi padre cuando entro en la cocina.
—Preparándome el desayuno.—digo lo más obvia posible.—¿y qué haces tú todavía en casa? ¿No deberías estar llevando un negocio?—rebato mirándolo de brazos cruzados.
—El bienestar de mi hija me importa más en estos momentos.—sentencia sin una pizca de su característico humor.
—Papá...estoy bien. Lo de ayer fue un pequeño desliz.—intento excusarme, disimulando el dolor que me produce acordarme de los sucedidos.
—Eso puedes decírselo a la almohada si quieres, pero yo soy tu padre y te conozco demasiado bien.—empieza dirigiéndome la mirada más dulce que una persona puede dar.—No te hagas la dura conmigo porque puedo ver a través de ti, hija.
Me acaricia el brazo, reconfortante, y yo tengo ganas de llorar. En serio no merezco a este hombre que tengo como padre.
—Estoy...
—No, Claudia. No estás bien.—me impide continuar.—Ayer me abrazaste y lloraste en mis brazos como cuando tu madre murió.—con delicadeza me coge con mechón de pelo rebelde y me lo coloca detrás de la oreja.—Y por eso entiendo que necesitas un par de días libres.
—¿Qué? No.—digo apartándome de golpe.—Eso si que no. Necesito trabajar para distraerme...
—Lo que necesitas es salir con alguien que te escuche y te distraiga.—sentencia convencido.
—¿Y quien se supone que es esa persona? ¿Tú?—por mucho que aprecie a mi padre, sé que si se salta un día de trabajo va a ponerse histérico.
Él ríe, como si hubiéramos pensado lo mismo y niega con la cabeza.
—Isabel.—en ese instante mi mandíbula se abre tanto que puede que llegue al suelo.
—¿Le has contado lo que pasó a Isabel?—susurro aún demasiado sorprendida.
—Pues claro que se lo he contado, es tu mejor amiga y la persona que, después de mi claro está, va a entenderte mejor que nadie.—intenta persuadirme.
No es que tenga ninguna aversión hacia Isabel, pero a veces puede llegar a ser muy dramática y seguro que en cuanto tenga la oportunidad me va a hacer un interrogatorio. No me apetece hacer terapia.
—Papá, en serio que no necesito nada más que centrarme en mi trabajo. Que es hacer una nueva colección de bombones.–recalco para que vea lo importante que es.
—Y estoy muy contento por ello, pero hoy lo que vas a hacer va a ser quedar con tu mejor amiga y hacer las cosas que se supone que hacéis las mujeres en estos casos.—levanto una ceja mirándolo divertida y él se empieza a poner nervioso sin saber como manejar la situación en la que se ha metido.
Justo en ese es salvado por la campana o, mejor dicho, por el timbre de casa.
Sabiendo quien es, me dirijo a la puerta con pies de plomo y la abro lentamente.
—Vale, para empezar debo decir que es un idiota por hacerte eso. Segundo no merecía la pena de todos modos y tercero...no tengo tercero.—es lo primero que dice al entrar. Ni un mísero "hola".
—¿Pero tú acaso sabes lo que hizo?—río a pesar del tema que se está tratando. Con Isabel no lo puedo evitar.
—No, pero estoy segura que con lo que he dicho no me he equivocado.—me muestra los dientes y ruedo los ojos.
—Bueno, a mi ya no me necesitáis por aquí.—interrumpe mi padre dirigiéndose a la puerta.—¡Divertíos! ¡Pero no mucho!—añade antes de salir por la puerta y dejarme sola con la loca de Isabel.
—Así que...—empiezo sin saber que va a pasar, pero me interrumpe sin dejarme terminar la frase.
—No, no. Primero me lo tienes que contar todo.—recalca la última palabra y me arrastra hasta tenerme sentada en el sofá.
—En serio Isabel, ayer ya lloré todo lo que tenía que llorar. No me apetece repetirlo.—confieso en voz baja.
—Está bien, no hace falta que me cuentes detalles ni nada.—habla cariñosamente.—Pero al menos dime que fue lo que hizo ese idiota para que tu padre haya tenido que llamarme desesperado para que viniera a hacerte compañía.—pongo los ojos en blanco, pensando en lo dramático que es mi padre.
—Básicamente, lo encontré dándose el lote con otra mujer y cuando me quería ir me gritó que me quería.—susurro mirándome las manos en el regazo.