¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 13

—En serio que no es necesario que te quedes, Isabel.—he tratado de disuadirla por todos los modos posibles para que no se quede, pero la chica es terca y no me escucha.

—Suerte que no me importa.—y tras dedicarme una sonrisa donde me muestra los dientes se tumba en el sofá y se pone a pasar los canales como si fuera su casa.

—Si lo haces para que no me quede sola y empiece a llorar, no te preocupes, no va a suceder.—insisto seria.

Puede que sea una pequeña mentirijilla porque aún me duele, pero eso no tiene por que saberlo.

—Lo hago porque quiero pasar la noche contigo, Clau.—responde mirándome cansada.—Y además, dicen que el mejor remedio para este tipo de casos es la compañía de tus seres queridos,—afirma convencida.—y a parte de tu padre, yo también formo parte del círculo.

—¿Alguien estaba hablado de mí?—nos sorprende el aludido entrando a salón con una gran sonrisa.

—Hablando del rey de Roma...—susurra Isabel.

–Ese soy yo,—contesta orgulloso.—¿y tú no deberías estar en casa ya?—inquiere mirándola elevando una ceja.

—Eso mismo le he dicho yo.—coincido cruzándome de brazos. Isabel, en cambio, e limita a rodar los ojos.

—¿Por qué todo el mundo se empeña en que me vaya a casa?—protesta tirándose al sofá haciéndose la dramática.—¿Es que a caso estáis elaborando algún tipo de plan contra el innombrable? Porque me uno sin dudarlo.—sonríe haciéndose la inocente.

—No y aunque fuera así, no te puedes quedar a dormir aquí porque mañana trabajas.—empiezo tirando de ella para levantarla del sofá.

—Que bien que te preocupes tanto por mi...

—¿Esto es lo que creo que es?—pregunta mi padre detrás de mi.—¿Isabel se quiere quedar a dormir?—por su voz, noto como se le está empezando ha formar una sonrisa y enseguida me pongo alerta.

—No.

—Si.—decimos al unísono.    

—¡Que fantástica noticia!—exclama aplaudiendo feliz.—¡Claro que se va a quedar ha dormir, hija!—no se quién de los dos está más feliz de que su amiga se quede, yo o mi padre.—Vamos Isa, dejemos a la amargada de mi hija con sus dramas. ¡Quién quiere pastel de chocolate!

¿Es en serio? ¿No podría ser como un padre normal y odiar a mis amigos?

Por si no se ha notado, Isabel y mi padre se llevan demasiado bien, tanto que ha veces hacen complots contra mi. 
Creo que su estrecha relación ya viene de lejos, pero se hizo más fuerte después de la muerte de mamá ya que ella fue otro gran pilar para mantenerme a flote.

No puedo estar más agradecida por ello, pero a veces creo que mi padre la quiere más a ella que a mi.

—¡Claudia!—oigo la voz divertida de mi padre.—¿Vas a venir a ayudarnos o no?

—¡Voy!—tomo repetidas profundas respiraciones hasta que me veo capaz de afrontar la noche.

Cuando entro en la cocina lo primero que me llama la atención es el intenso olor a quemado. Tanto que me tengo que tapar la nariz.

—¿Se puede saber que narices habéis hecho para que huela tan mal?—protesto tosiendo.

—No ha sido culpa mía.—se defiende de inmediato mi padre levantando las manos.—Ha sido Isabel cuando intentaba meter unas galletas en el horno y se le han pasado.

—¡Oye!—protesta la culpable dándole un golpe en el brazo.—¡Era tu responsabilidad controlarlas, ya sabes que yo no sé cocinar!—lo mira acusadoramente acusadoramente.

Es entonces cuando empieza una discusión de la que me pierdo desde el comienzo. Parecen verdaderos niños de cinco años y no puedo hacer otra cosa que quedarme admirando el espectáculo y riendo sin poder contenerme. 

Estoy a punto de poner paz por el medio cuando el sonido del móvil me frena.
Es un mensaje. De Sergio. Instintivamente me pongo a la defensiva y mis manos empiezan a temblar.
¿Qué hago? ¿Lo miro? ¿Lo ignoro? Debería, pero mi parte masoquista me gana la batalla.

SERGIO: Claudia, sé que no quieres cogerme las llamadas y me estás ignorando deliberadamente. Pero te echo muchísimo de menos, no sabía que tu ida podría afectarme tanto. No hay momento del día que no me esté lamentando por lo estúpido que fui y necesito que me perdones. Necesito que dejes explicarme, te lo suplico. 

Veo como una gota moja la pantalla de mi móvil e instantáneamente me limpio la cara y guardo el teléfono, pero ya es demasiado tarde para disimular. Isabel y mi padre ya han dejado de discutir y ahora me miran preocupados.

—Claudia...—empieza mi amiga.

—No, por favor. No digas nada.—susurro sin levantar la cabeza. 

Oigo movimiento a lo lejos y al cabo de unos segundos noto los brazos de mi mejor amiga rodeándome los hombros fuertemente.

—Ese imbécil ya te ha arruinado el día de pre fiestas navideñas, no permitas que nos arruine nuestra noche especial.—me anima ofreciéndome una cálida sonrisa.




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