¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 15

Lo que queda de día Isabel se queda conmigo y me anima un poco para que le ayude a decorar la casa. Como si eso fuera a levantarme los ánimos...

Después de la escena que Sergio y yo hemos montado en el recibidor de la casa, ninguna de las dos ha vuelto a sacar el tema y mejor que siga siendo así. No quiero ni pensar en ello, pero claro que mi mente no puede parar de reproducir ese mismo instante.

Recuerdo los ojos llenos de esperanza con los que apareció Sergio y cómo estaban llenos de lágrimas cuando se marchó. Hay gente que dice que no es posible tener una conexión profunda con alguien que conoces de hace poco, pero los días que he estado con él me ha hecho disfrutar tanto que no sentí que no lo conocía casi. Graso error. 

Y por mucho que me haya dolido decirle adiós, sé que es lo mejor para él y para mi. Aunque no lo reconozco de inmediato, sé que aún no está del todo preparado para cerrar el capítulo de su esposa y empezar uno nuevo. Yo estaré encantada de formar parte de él, pero no hasta que le haya hecho las paces con su pasado.

Cuando vino mi padre decidimos no contrale lo ocurrido, por dos motivos: primero, no quiero más sermones ni consuelos de nadie. Y segundo, no me apetece volver a hablar de ello.
Así que por la mañana, tomándome el tiempo necesario, me visto, me maquillo y salgo para ir a trabajar. Si me quedo un día más encerrada en casa me voy a volver loca e Isabel tenía que irse a ver a su nuevo novio.

—Hija, ¿qué haces aquí?—pregunta mi padre al segundo que me ve entrar por la puerta.—Te dije que podías quedarte en casa.

—Si me quedo un segundo más encerrada en esas cuatro paredes voy a cometer una locura.—replico.—Además, me irá bien trabajar para despejar la mente.

Mi último comentario parece hacerlo pensar porque se me queda mirando, como analizando si miento o no.

—De acuerdo, pero no quiero excusas para irte antes ni nada por el estilo.—me advierte apuntándome con el dedo acusador.—Y como te vea andar despistada por ahí o romper algo te despido.—me quedo boquiabierta.

—¡Pero si este también es mi tienda!—exclamo aún sin salir de mi asombro.

—Estás advertida, niña—me ignora por completo y se dirige a la cocina.—¡Y no te quedes ahí parada, hay mucho trabajo que hacer!—grita desde la cocina.

—Y después me dice que no hago falta en la tienda...—murmuro para mí misma.

Empiezo a ordenar y colocar los escaparates a punto y me aseguro de mostrar nuestro nuevo producto al público para llamar su atención.

Me he pasado dos semanas trabajando intensamente en la última creación de bombones. Aparentemente son como cualquier otro chocolate; se venden en cajas, el decorado externo es parecido, pero lo que les da un toque particular y los diferencia del resto es su interior.

En cada caja hay bombones rellenos por diferentes sabores. Unos de fresa, de menta, de chocolate negro, blanco, de naranja, de manzana...infinidad de sabores, cada uno con su historia detrás. 

El de fresa simboliza el amor, la ternura. Su historia es simplemente el encuentro de dos alamas gemelas.
El de naranja simboliza la dulzura, la confianza y la etapa de nuestra inocencia...
Y así sucesivamente, cada uno con su simbolismo e historia que yo misma les he atribuido teniendo en cuenta la fruta correspondiente en cada caso.

La clientela hoy es especialmente abundante. Al parecer el nuevo anuncio y la pronta llegada de las fiestas navideñas ha impulsado a los compradores ha hacer sus últimas paradas y entretenerse a probar unos nuevos dulces.

–¿Cuántos vienen en cada caja de estas?—me pregunta una señora ya con canas.

—Unos 20.—respondo ofreciéndole mi mejor sonrisa.

—¿No son muy pocos para una caja?—replica mirándosela con el ceño fruncido.

—Es cierto que hay menos que en las cajas que normalmente vendemos, pero se trata de una colección especial, exclusiva de navidad y queremos que cada uno de ellos esté cuidadosamente elaborado.—continuo sin quitar mi mejor sonrisa del rostro. 

La mujer aún se lo sigue pensando y yo me quedo enseñando los dientes con los mofletes adoloridos. 

—Mm...de acuerdo, me llevo dos cajas.—se decide señalando las dos más grandes del escaparate. 

Todo va viento en popa, no paran de entrar clientes en el establecimiento. Todos esperando a ser atendidos y poder probar eso de lo que todo el mundo habla. 
Casi no doy abasto con tanto pedido, pero me alegra estar ocupada en todo momento, me libra de pensar demasiado.

Si seguimos a este paso, se nos van a agotar antes de que acabe la jornada. Ya sé donde voy a pasarme la noche...

—¡Claudia!—el sonido de mi nombre en una voz demasiado familiar me hace congelar en el sitio y rezo para que se refiera a otra persona con el mismo nombre.—¡Claudia!—repite la pequeña Charlotte esta vez más cerca y sé que no tengo escapatoria.

—Hola, Char.—la saludo haciendo el esfuerzo por sonreír levemente, de forma tensa.—¿Cómo te encuentras?—me agacho a su altura y le hablo bajito.

—¡Muy mal!—exclama poniendo morritos y cruzándose de brazos.—Mi papá leva raro dos días y cuando le he dicho de venir a verte ha dicho que no.—se queja enfurruñada.




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