—No, no y mil veces no.—recalca mi padre al contrale lo del torneo de trineos en casa de los padres de Sergio.
—¡Por favor! Necesito a una persona que me brinde su apoyo.—suplico poniendo morritos para a ver si así lo consigo ablandar. ¿Desde cuando de ha vuelto tan difícil?
—No. Y no me hagas decirlo otra vez.—sentencia mirándome con determinación en sus ojos.
—Pero, ¿por qué?—pregunto desesperada.—La última vez no te lo pasaste mal—hago un último intento.
—Sí y todos sabemos como acabó la noche.—su frase me deja perpleja y por un momento me quedo sin saber como reaccionar.—Lo siento, pero alguien tenía que decírtelo, Claudia. No te voy a prohibir que vayas a ese maldito torneo porque ya eres mayorcita, pero luego no me vengas llorando como la última vez.
—Gracias por recordármelo.—le contesto mordaz con los brazos cruzados.
—Solo quiero que tengas presente que si te vuelves a meter en la boca del lobo, las posibilidades de volver a salir lastimada son altas.—adopta un tono cansado y se sienta en el taburete de la cocina.—No me apetece volver a verte así, por lo que prefiero ahorrarme el mal trago y no ir.—finaliza dando por zanjada de conversación.
—¡Bien!—me quejo molesta.
¡Es mi padre! ¡Tendría que estar de mi lado!
Cariño, está de tu lado, pero tú pareces idiota volviendo a ponerte ante ese riesgo.
Mi subconsciente me está jugando una mala pasada e intento alejar esas voces de mi mente.
Entro en la habitación y empiezo a cambiarme para ir a su casa, hemos quedado en que me va a pasar a buscar y aunque intente aparentar serenidad frente a él, estoy temblando como una hoja.
*Flash back*
—Lo siento, no he podido evitarlo.—cada sílaba pronunciada por sus labios, estos rozan los míos provocándome un cosquilleo.
Yo intento decir algo, pero mi mente se ha quedado en blanco y abro la boca para volver a cerrarla sin saber qué hacer.
—Debería...debería irme.—no reconozco mi propia voz. Suena ronca y distorsionada por la respiración agitada.
—Espera.—me vuelve a retener contra él para que quedemos en la misma postura que hace unos segundos.—¿Con quién has venido?
—¿A que viene la pregunta?—inquiero empezándome a recuperar mis cinco sentidos y sin entender a que viene eso ahora.
—Por Dios, Claudia. Solo contéstame.—me mira fijamente.—¿Has venido con otro hombre?—su mirada es intensa y...¿estoy viendo celos en ella?
Pese a la situación en la que nos encontramos, no puedo evitar soltar una carcajada y provocarle más el mosqueo.
—Claudia...
—¡He venido con Isabel, tonto!—exclamo intentando controlar mis carcajadas.—¿Estabas celos acaso?—pregunto levantando una ceja en su dirección y viendo como empieza a removerse, nervioso.
—¿Yo? Pss...para nada.—hace un gesto raro con la mano y mira a todos lados.
—Si que lo estabas.—lo pincho un poco más disfrutando de su estado. Se lo merece por haberme puesto es esta situación.
—No lo estoy y punto.—su mirada nerviosa desaparece al instante y es substituida por una totalmente seria y penetrante.—Mañana te paso a recoger a las cinco, y no acepto un no por respuesta.—sin dejar hablar me vuelve a acercar a su cuerpo para darme un casto y duro beso.
Me quedo como mareada viéndolo marchar a paso apresurado.
*Fin flash back*
Cuando le conté ha Isabel lo ocurrido lo primero que hizo fue quedarse callada y a los pocos segundos empezar a chillar y ha decir que va a matarlo. Todavía no está del todo de acuerdo con que asista a esa fiesta sola, pues ella no puede acompañarme porque tiene una comida familiar con su novio.
Sinceramente, yo tampoco me creo que vaya a ser capaz de presentarme sola, pero me digo a mi misma que solo es para ver a Charlotte e irme justo después. No pinto nada ahí.
Como no me apetece demasiado arreglarme para salir y quedarme como un cubito, me decanto por unos pantalones de licra blancos con una chaqueta de puto roja y unas botas de cuero negras. Como si voy en pijama, Sergio dijo que es un pequeño torneo familiar así que no creo que nadie se arregle.
A la hora acordada recibo un mensaje de Sergio diciéndome que está esperándome a bajo y yo, más nerviosa que una niña pequeña en su primer día de escuela, me pongo el gorro negro y me despido de mi padre antes de salir corriendo por la puerta.
—Buenas tardes para ti también.—me saluda mirándome con su estúpida sonrisa en la cara.
—¿Por qué me miras de ese modo?—pregunto mirándolo frunciendo el ceño sin saber el por que me mira como si le causara gracia.
—Por nada, por nada.—murmura para si mismo negando divertido con la cabeza y arrancando el coche.
Quiero decir algo, pero no se me ocurre nada de lo que hablar. El ambiente no está especialmente tenso, pero tampoco es mucho más ligero. Se nota a leguas que queremos y tenemos cosas que decirnos, pero ninguno se atreve a dar el primer paso.