¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 2

Hoy es una mañana especialmente tranquila en la tienda, tenemos a nuestros clientes habituales y unos pocos más que entran presos por la curiosidad, pero puedo permitirme el lujo de abandonar mi puesto de trabajo detrás del mostrador y entrar en la cocina para ver en qué exquisiteces está trabajando mi padre.

El instante en el que pongo un pie dentro la cocina, una intensa olor a chocolate invade mis fosas nasales y me hace deleitarme por el placer.

—Si preparas tantos pasteles vamos a terminar comiéndonoslos nosotros.—bromeo acercándome a la mesa donde se encuentra mezclando diferentes tipos de chocolate.

—Ya te lo aseguro que estos pasteles se van a vender como panes.—asegura firme dedicándome una sonrisa confiada.

Niego con la cabeza sonriendo y alargo la mano para meter el dedo en el bol, pero antes de que la punta de mi dedo llegue a tocar siquiera la cuchara, me llevo un manotazo por parte de mi progenitor.

—¡Ay!—me quejo acariciándome la mano adolorida.

—¿Que te he dicho sobre tocar mi comida?—advierte apuntándome con la cuchara.—¡y ni se te ocurra buscar más chocolate porque este es el único que he hecho!—exclama al ver que me dirijo a la nevera.

—Tranquilo, que esa no era mi intención.—saco un recipiente negro del refrigerador.—Tampoco me gusta tanto tu chocolate.—miento intentando disimular.

—Si, claro...y a mi no me gusta cocinar.—ironiza.—¿y esta cajita negra? ¿No debería estar en el mostrador de a fuera?

—Es el regalo que te dije ayer, al final no se lo pude dar. Se lo daré cuando la vuelva a ver.—ayer se me olvidó darle los bombones a Charlotte.

—El otro día me pareció escuchar una discusión con un cliente.—empieza con cautela.—¿Está todo bien?

Su mención me hace acordarme del hombre que, ahora que lo pienso, no me dijo su nombre, y me vienen escalofríos de solo pensar que es el padre de una niña tan preciosa. No me cabe en la cabeza.

—Está todo perfecto, papá. No tienes que preocuparte por nada.—le aseguro sacando ese pensamiento de mi mente.

La llamada entrante en mi móvil interrumpe, afortunadamente, el siguiente comentario y me apresuro a contestar.

—¿Diga?

—¡Claudia!—exclama la voz chillona de mi mejor amiga.

—¡Isabel! ¿Que tal va todo?—me sorprende que me llame.

—Agotador, pero luego ya te contaré.—contesta restándole importancia.—¿Puedes hacerme un grandísimo favor?—ya me la puedo imaginar sonriendo inocentemente.

—Depende...—a veces tiene ideas de bombero, así que mejor no me arriesgo a terminar en comisaría.

—¿Podrías pasar a recogerme del trabajo?—suplica poniendo voz de niña pequeña.—Mi madre ha tendido que salir a una reunión de trabajo y yo me he quedado sin coche.

—Está bien...—acepto soltando un profundo suspiro.

—¡Gracias, gracias!—chilla.—¡Te amo, chao!—y cuelga.

Sonrío rodando los ojos y me dirijo al mostrador.

 Isabel y yo nos conocimos hace muchos años cuando teníamos 17 años en el instituto y desde el minuto cero nos hicimos íntimas. Ella era justo lo que necesitaba para aquel entonces, alguien quien me hiciera sentirme bien conmigo misma y con mi peso. Alguien que no me juzgara y me animara a hacer cosas que, probablemente, no hubiese hecho si no me hubieran dado ese empujoncito. 

La vida nos llevó por caminos distintos, Isabel estudió enfermería y yo repostería. Pero eso no nos impidió vernos de vez en cuando y volver a retomar esa hermosa amistad. 

—¡Papá, voy a buscar a Isabel al hospital!—grito desde fuera la cocina.—Volveré más tarde.—tras oír su afirmación, cojo el bolso, las llaves del coche y salgo de la tienda.

Debido a que son las vísperas de Navidad, la carretera es un caos y el tráfico es horrible. Nunca me ha gustado conducir con tanto coche suelto y menos con nieve. Llamadme rara, pero no quiero comerme un camión o algo por el estilo.

Al llegar por fin al hospital después de lo parecen dos horas de retenciones, pregunto por Isabel y me dicen que espere por ella en la sala de espera.

«Genial, encima que me trago toda la movida hasta aquí aún me tengo que esperar...»

En defensa de mi amiga, diré que nunca ha sido la persona más puntual del mundo.
Resignándome, me dirijo a la sala de espera con la intención de aburrirme un rato cuando me golpeo con algo, o mejor dicho, con alguien.

—¡Ay, perdona!—me disculpo inmediatamente.—No lo había visto, iba muy despistada.—soy un manojo de nervios intentando recoger todos los papeles que he tirado por mi estupidez.

—Eso está claro.—la voz del hombre me hace quedarme estática en el sitio.—Pero no te preocupes, puedo hacerlo yo.—Sigo sin moverme y tras oír su risa, que por cierto es preciosa, tengo el valor para levantar la visa y encontrarme con el responsable de que ayer no le pudiera dar el regalo a Charlotte.

—Eh...yo...eh...lo siento.—balbuceo entregándole el revoltijo de hojas que he conseguido ordenar del suelo.




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