¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 3

Sorprendentemente hoy la tienda está bastante llena para ser un miércoles. Los clientes no paran de probar pequeñas muestras de las nuevas recetas que tenemos pensadas estrenarlas por Navidad y decir lo encantados que están.

Este bullicio de gente me recuerda al verano que Isabel y yo fuimos a Nueva York y no se nos ocurrió mejor idea que ir a hacer turismo por la quinta avenida a las doce del medio día. Recuerdo casi ser atropellada por un taxi que iba tarde.

Pues esta es una sensación parecida pero, a diferencia de Nueva York, me encuentro en mi casa y este barullo se debe a mis dulces. Es cien veces mejor.

—¡Claudia!—oigo a mi padre gritar desde el otro lado del mostrador.—Ve preparando otra ronda de tus pasteles bomba, ¡han sido todo un éxito!—exclama feliz.
 

Siguiendo las órdenes del chef, me meto de lleno en la cocina y vuelvo a repetir los pasos que seguí para inventarme el postre.

Siempre he tenido el sueño de hacer feliz a la gente, pero no sabía cómo. No fue hasta hace dos años que descubrí que realmente valía para esto y me metí de lleno.

 

Si soy sincera, al principio tenía mis dudas. Tenía miedo que a la gente no le gustaran mis postres, pero, sobretodo, tenía miedo a exponerme al mundo y a las críticas que eso conlleva. No solo por mi trabajo, sino por mi físico. Afortunadamente he tenido un padre y una amiga maravillosa que me impidieron renunciar a mi sueño. Literalmente, me encerraron el la cocina de casa y me prohibieron salir hasta que tuviera un postre nuevo hecho.

 

Cuando estoy poniendo en la nevera la masa ya bien mezclada entre mi padre acariciándose las sienes y apoyándose en una de las mesas, a la vez que deja ir un largo suspiro.

—¿Te encuentras bien?—le pregunto un tanto preocupada.

 

—Si, si. No te preocupes.—contesta restándole importancia.—Es solo que ya estoy viejo para tanto movimiento.—le sonrío cariñosamente y lo animo.

 

—Al menos tienes excusa para quedarte en la cocina y no salir.—le pincho sabiendo lo mucho que le desagrada tener que despachar él mismo.
 

—Ventajas de hacerse viejo, niña.—rebate incorporándose.—Por cierto, tienes visitas. Te están esperando impacientes.—me guiña el ojo y empieza a hacer lo suyo.

 

¿Quien puede estar preguntando por mi? ¿Isabel quizás? Puede que me haya dejado algo en su casa la noche pasada.

 

—¡Gracias, gracias, gracias!—me sobresalta un cuerpo saltando contra el mío.

 

Al principio me quedo demasiado sorprendida como para responder, pero tras reaccionar al abrazo de Charlotte le sonrío y le devuelvo el beso.
 

—¿Y por que se supone que debes darme las gracias?—pregunto haciéndome la tonta sin perder la sonrisa.

 

—¡Por hacerme los mejores bombones del mundo!—exclama pasándome sus pequeños brazos por el cuello.—Papi quería probar, pero le dije que no porque si hubieras querido se los hubieras dado a él y ni a mi.—me cuenta poniendo ojitos.
 

Me la quedo mirando con la boca abierta hasta que oigo la risa divertida de Sergio al otro lado de la tienda cuando intento recomponerme y mirarlo.
 

—Es cierto, dijo que no se le deben quitar los regalos a una niña, que es de mala educación.—niega con la cabeza mirando con ternura a su hija y yo río bajando al suelo a la niña.

 

—Y no es equivoca, ¿a caso nunca te enseñaron modales?—le sigo el juego mientras lo veo acercándose a grandes pasos.

 

—Al parecer hoy habéis decidido hacer un complot contra mí.—sin esperar respuesta me abraza, pillándome del todo por sorpresa.

 

Le devuelvo el abrazo de la forma más torpe que puedo hasta que se aleja, pero quedándose a una corta distancia sin perder su preciosa sonrisa de medio lado.

 

—Eso parece...—digo intentando disimular mis nervios ante su atenta mirada.—¿Y que os trae por aquí?

 

«Vaya, eso si que es una apasionante conversación, Claudia. Tú si que sabes hacer amigos

 

—Charlotte se ha empeñado en venir a verte y no he podido contenerla.—se encoge de hombros.—Además, yo también quiero probar alguno de esos famosos bombones tuyos.—sonríe pícaro.
 

—Ah, no!—niego rotundamente.—Vas a tener que esperar como todos los demás para ello.

 

—¡No es justo! A mi hija se los has regalado.—se queja poniendo morritos como un niño pequeño.

 

«Tiene buenos labios...»
 

«Shht»

 

—¡Tiene seis años!—río sin creer que estemos teniendo este tipo de conversación.
 

—Sigue siendo injusto...—se enfurruña cruzándose de brazos.
 

—¿Si te invito a un chocolate caliente vas a quitar esta cara de pez muerto?—pregunto levantando una ceja en su dirección.




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