¡un bombón para Navidad!

CAPÍTULO 4

Puede que esté físicamente en la tienda, pero mi mente se encuentra a quilómetros de los postres que tengo delante de mis narices y esto mi padre lo nota.

—Claudia, desde que viniste de estar con ese hombre y su hija te encuentro rara.—susurra apoyando su mano ligeramente en mi brazo.

—Si, tranquilo, no te preocupes.—respondo rápidamente, saliendo de mis pensamientos y dedicándole una leve sonrisa.

—¿Acaso ese desgraciado te ha hecho algo?—empieza elevando su tono de voz.—Porque como me entere yo...

—¡Papá!—lo corto sin dejarlo terminar.—No es nada de eso, solo estoy un poco distraída. Nada más, en serio.—entrecierra los ojos y, tras negar con la cabeza, dándose por vencido, desaparece entre los clientes.

La verdad es que sí estoy diferente. Lo que cada día me supone un motivo de alegría, hoy lo veo con indiferencia. No puedo centrarme ni en los clientes ni en los postres que tengo que hacer, mi cabeza se me va al momento en que formulé la condenada pregunta que arruinó el día.

¿Por qué se puso de esa manera? Aún recuerdo a la perfección la expresión de Sergio al nombrar a su esposa, todo rígido y tenso, con la mirada más fría que la nieve misma.

¿Hice mal preguntando por su esposa? ¿Le habrá pasado algo que no quiere que se sepa? ¿Estarán divorciados? Miles de preguntas se acumulan en mi mente y no seré capaz de deshacerme de ellas sin respuesta.

—¿Hoy también irás recoger a Isabel?—pregunta mi padre cuando me ve entrar en la cocina?

—Seguramente, el otro día quedamos en que la pasaría a buscar para llevarla a casa de sus padres.—lo que me da una idea magnífica.

—Deberías invitarla un día para que venga a casa, hace tiempo que no la veo.—mi padre siempre le ha tenido mucho cariño a Isabel, incluso a veces me he preguntado si la quiere más a ella que ha mi.

Abro el refrigerador con la intención de llevarme otra cajita de bombones para dárselos a Charlotte, así tengo una buena excusa para ver a Sergio y así aclarar las cosas y sacarme esa espinita que no me ha dejado tranquila en toda la mañana.

—Si sigues regalando bombones la gente va a empezar a preguntar si lo que estamos manejando es un negocio o una ONG.—bromea mi padre al verme meter la caja en el bolso.

Me río por su ocurrencia y le explico mi intención, a lo que veo, inmediatamente, como hace una mueca en señal de disconformidad.
—Tranquilo, papá. Prometo traerte muchas ganancias cuando los saquemos a la venta.—lo consuelo dándole un beso en la mejilla en forma de despedida.

—¡Eso espero, niña! O vas a tener que hacerte cargo de las pérdidas.—lo oigo desde fuera.

***

Gracias al dios del cielo, hoy el tráfico es el justo y mi culo no queda cuadrado por el asiento del coche. Una pena que el temporal no acompañe, la nieve no es lo mío a la jora de conducir.

Cuando llego al hospital lo primero que hago es quitarme todas las capas de abrigo mojadas que me hacen parecer una cebolla remojada y busco a Isabel con la mirada.

Al no encontrarla me dirijo a recepción y al preguntar por ella, la mujer morena me indica que su turno ya ha terminado y que se encuentra en la cafetería.

—Muchas gracias.—le agradezco y sigo las indicaciones hasta dicha cafetería.

«Vaya, al parecer esta es la hora punta para los enfermeros. Creo que nunca he visto tantos en el mismo sitio.»

La cafetería es grande y luminosa, demasiado diría yo y el olor que me llega a las fosas nasales es una mezcla entre comida y productos desinfectantes. Nunca me ha gustado el olor de los hospitales, parece que hayas esnifando agua oxigenada y lo detesto.

—¡Claudia!—me saluda Isabel, sentada en una de las mesas de la esquina acompañada por un hombre pelirrojo de su misma edad.

Me acerco a ellos deprisa por abandonar mi posición inicial de desconcierto total en medio del recinto. Odio no saber dónde ir o qué hacer.

—Hola, Isa. ¿Lista para irnos?—le digo justo cuando los alcanzo. Quiero ver si puedo encontrarme con Sergio.

Es cuando me fijo en su acompañante, cuando lo veo fruncir el ceño mirándome a mí y luego a mi amiga.

—Ay, dios se me había olvidado decirte.—se lamenta dándose un golpecito en la frente.

—¿Decirme qué?—inquiero desconcertada.

—Había quedado con Max para ir con él a casa de sus padres.—me explica con cara de arrepentimiento.

Levanto la vista hacia el chico y veo lo incómodo que se encuentra ante la situación, así que intentando aparentar normalidad le resto importancia.

—Oh, ¡Oh!—repito sin saber muy bien cómo continuar.—¡Claro, si, si! Cierto, no hay problema, tranquila.—apenas estoy diciendo algo coherente, pero la situación me ha pillado desprevenida.
—¿No estás molesta?—pregunta dudosa.—En serio, lo siento Claudia, se me había olvidado decírtelo.

—No, tranquila. Es solo que no me lo esperaba.—la convenzo dándole una de mis mejores sonrisas.—Y un placer conocerte, Max. Ya nos veremos.—el aludido asiente con la cabeza y muy amablemente se despiden.




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