—Mi esposa murió el día antes de navidad.—empieza cautelosamente mirando al vacío.
—No hace falta que me lo cuentes si no quieres.—lo interrumpo sabiendo que esto va a ser doloroso.
Me devuelve la mirada y me dedica una sonrisa triste antes de seguir, como si no me hubiera escuchado.
—¿Sabes? Dicen que los árboles de Navidad se ponen para indicar a Santa Claus donde encontrarnos, pero nosotros lo hacemos para acordarnos de ella.—se levanta del sillón en el que nos encontramos y camina poco a poco hasta llegar a la base del gran árbol.—Cada uno de los adornos que ves en realidad son recuerdos que nos transportan a un lugar y momento concreto.
Como hipnotizada por sus palabras, imito su acción y me acerco hasta el árbol, de modo que los dos nos quedamos uno al lado del otro. Yo observando y apreciando cada uno de les decorados pensando qué recuerdo debe haber encerrado en cada uno, y él deteniéndose en uno en particular y llevándoselo consigo.
Es una réplica de una pulsera que se le pone a los recién nacidos con su nombre. Pero en este caso solo hay uno, el nombre de su mujer. Ana.
—Teóricamente iba a ser el día más feliz del año. Sería la primera vez después del año de casados que toda la familia se iba a reunir para celebrar nochebuena.—su voz a adoptado un matiz de nostalgia y tristeza que me rompe el alma.—Yo ese día me fui temprano al trabajo, tan temprano que ni siquiera pude despedirme de ella. Ojalá lo hubiese hecho.—se lamenta haciendo una pausa para tomar aire.—Todo iba bien, íbamos a ir a trabajar para luego recoger del colegio a Charlotte y llevarla a casa de sus padres, pero el destino no lo quiso así. Minutos antes de que la catástrofe ocurriera estuvimos hablando por teléfono, me decía que como tenía tiempo iría a comprarnos unos regalos para mi y para Charlotte. Y resultó que el único regalo que me llegó vino en una ambulancia y cubierto de sangre.—solloza y se tapa la cara con las manos.
Yo no soporto verlo más así.
—Sergio...––no sé que decir en estos casos. Nunca he sido bueno en eso, así que me limito a abrazarlo con fuerza para transmitirle fuerza.—Shh, tranquilo...tranquilo.—le susurro mientras la acaricio el pelo suavemente.
Al menos eso me funcionó a mí cuando mi madre murió y me quedé sola con mi padre.
—Yo...—su voz ahogada entre las lágrimas y mi hombro se oye distorsionada.—¿Por qué? ¿Por qué a ella? ¿Por qué tuvo que abandonarme?—se lamenta aferrándose a mi cintura muy fuerte. Me parte el alma verlo así.
—Desgraciadamente no tengo una respuesta para esto.—hablo sin alzar la voz.—Durante un tiempo yo también me hice la misma pregunta.
—¿Y a que conclusión llegaste? Porque yo llevo meses buscándola y no la encuentro.—desentierra la cabeza y me mira con los ojos rojos e hinchados de llorar, con restos de lágrimas empapando sus mejillas.
—Llegué a la conclusión cada persona tiene su momento en la Tierra y solo Dios sabe su cometido.—veo como su mirada se ensombrece y enseguida lamento haber abierto la boca.—Eso y que la vida es una verdadera hija de puta.
Eso último lo hace sonreír un poco y ya es suficiente para conseguir el mismo efecto en mi.
—Sé que nuestras pérdidas han sido diferentes, pero todo se reduce a lo mismo. Es normal que sientas que el mundo se te va a caer encima, pero son estos los retos que nos pone la vida para superarnos. Para ser mejores.—Sus ojos no se apartan en ningún momento de los míos y aprovecho para poner mis manos en sus mejillas y secarle los restos de lágrimas secas.
—¿Y como se hace esto? Quiero superarlo, pero no quiero olvidarlo.—lo miro con infinita ternura y comprensión, pues hace las mismas preguntas que yo tuve años atrás.
—Nadie te está diciendo que la olvides, eso no debes hacerlo. Pero va a llegar un día en el cual puedas mirar atrás y recordarla con una sonrisa en la cara, no con dolor.
—¿Cómo es que tienes una respuesta para todo?—inquiere haciendo una mueca, parecida a una sonrisa.
—Ay, cariño, si me hubieras visto las semanas después del funeral de mi madre lo comprenderías.—bromeo pasándole las manos por los hombros hasta entrelazarlas alrededor de su cuello.—Creo que en ese entonces mi padre se planteó hacerme entrar en la carrera de política.—río al recordarlo y Sergio se une a mi. Es el sonido más maravilloso que he escuchado.
—Eres una mujer peculiar, Claudia.—reflexiona él en voz alta.
—Estoy de acuerdo.—coincido.—Ahora ya nadie puede llamarme gorda inútil.—sigo haciendo broma esperando que Sergio haga lo mismo, pero en cambio lo veo con el semblante serio de repente y me preocupo.—¿Estás bien?
—Nunca vuelvas a decir algo parecido sobre ti.—su voz está cargada de tanta emoción e intensidad que tengo que sostenerme más fuerte de el para no perder el equilibrio.—Eres una de las mejores persones que he conocido con un corazón más grande del que muchos desearían tener. Eres preciosa, inteligente, comprensiva, alegre, todas las cualidades que se necesitan para ser maravillosa. Y si, no tienes el cuerpo de una modelo hiper delgada que se tiene que comer las uñas cuando tiene hambre pero, ¿y que? ¡al diablo con eso! Yo prefiero a una mujer real.