Desperté en mi pequeña cocina, donde el aroma del café recién hecho se entrelazaba con el sonido de la ciudad despertando. Era un día cualquiera en mi vida como barista en "El Rincón de los Sueños", una cafetería de esquina que, a primera vista, podría pasar desapercibida, pero que en realidad era el epicentro de la vida social de mi barrio.
Mi nombre es Ana, y soy una amante obsesiva del café, una romántica incurable y—en mi modesta opinión—una comediante en potencia. Al menos, eso es lo que intento ser cada vez que un cliente entra buscando un espresso. Sin embargo, mi humor es más ácido que el café más fuerte que sirvo, y mi vida amorosa es un desastre total.
Mientras preparaba mi primer cappuccino del día, mis pensamientos vagaban hacia la competencia de baristas que se celebrará en la plaza principal. Esa competición no era solo una oportunidad para demostrar mis habilidades; era una de las últimas ocasiones para intentar llamar la atención de Diego, el legendario campeón de barismo que había robado más de un suspiro, y mi paciencia también. Con su mirada penetrante y una sonrisa capaz de derretir el chocolate más duro, era el tipo de hombre que podía convertir un simple café en una experiencia inolvidable. Pero, por desgracia, Diego parecía estar más interesado en sus propios retos que en los de mi corazón.
El día avanzó entre risas, pedidos y clientes habituales con historias estrafalarias. Entre ellos estaba Doña Marta, una anciana que siempre pedía su café "más fuerte que un dragón" y se pasaba las tardes hablando de sus aventuras en el pueblo. O Carlos, el músico frustrado que solía tocar en las mesas y robar más que solo sonrisas con su guitarra desgastada. Mi vida era un soporífero espectáculo de café y charlas, y aunque me encantaba, sabía que necesitaba un cambio.
De repente, el timbre de la puerta sonó, y entró una ráfaga de aire fresco. Era Diego, con su cabello ligeramente despeinado y una camiseta que abrazaba cada músculo. En ese instante, el tiempo se congeló. La gente seguía hablando, los olores danzaban por el aire, pero todo se volvió un ruido de fondo mientras me perdía en sus ojos.
"Hola, Ana", dijo con esa voz profunda que me hacía temblar las piernas. "¿Tienes algo nuevo que probar?"
"Sí, un nuevo espresso que he estado perfeccionando", contesté, tratando de sonar segura, aunque en mi interior una tormenta de preguntas me asaltaba. ¿Por qué siempre tenía que balbucear cuando estaba cerca de él? ¡Era solo un chico, por el amor del café!
Mientras preparaba la bebida, sentí el sudor acumulándose en mi frente. Las manos temblorosas no ayudaban, y de repente, la leche espumada decidió tomar un desvío inesperado, salpicando mis mejillas. Un clásico. En lugar de reírme, me limité a poner una expresión seria, como si estuviera en un concurso de estatuas.
"¿Todo bien por ahí?" preguntó Diego, con una risita que podría haber sido mi perdición.
"Perfecto. ¡Nada que un poco de estrés no pueda arreglar!", respondí, en un tono que intentaba ser despreocupado pero sonó más como un grito de ayuda. Me entregó una propina generosa junto con su deslumbrante sonrisa y se alejó, dejándome en un estado de confusión absoluta.
El resto del día pasó volando, pero mi mente estaba atrapada en una espiral sin fin de dudas y fantasías. ¿Me estaría mirando realmente? ¿Había alguna posibilidad de que él también sintiera algo? La competencia se acercaba, y al día siguiente habría un evento previo, con varios baristas listos para mostrar sus mejores trucos. Era mi oportunidad de deslumbrarlo, de mostrarle que había más en mí que solo mis habilidades con la máquina de espresso.
Al cerrar la cafetería esa noche, decidí que iba a darlo todo. Me entrenaría en casa, como si estuviera en un bootcamp de café, buscando no solo la perfección en cada trago, sino la valentía suficiente para atravesar los temores y salir de mi zona de confort germinada en espressos y capuchinos. Así que, con una determinación renovada, cerré la puerta de "El Rincón de los Sueños", sintiendo que el caos estaba a punto de desatarse y con él, mi vida podría finalmente encaminarse hacia un camino lleno de aventuras, risas y, con suerte, un poco de amor.
Con el aroma del café aún flotando en mi mente, di un paso firme hacia lo desconocido, lista para enfrentar todo lo que la competición—y Diego—tenían por ofrecerme. ¡Que comenzara la aventura!
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Editado: 17.12.2025