Un Café Con Amor

Capítulo 2: La Competencia de los Sueños

La madrugada llegó sin invitación, como esa tía lejana que aparece de repente. Sin embargo, en lugar de desear que se fuera, yo estaba deliciosa y nerviosamente emocionada. El gran día de la competencia de baristas había llegado, y tenía que estar lista, pero primero, el ritual matutino: café. No cualquier café, necesitaba un espresso que hiciera que mis nervios dieran vueltas en una clase de salsa.

Después de una ducha rápida, me vestí con mi mejor energía positiva y un delantal que había customizado con una frase que me hacía reír cada vez que la leía: “Café: el mejor amigo del hombre... y de la mujer”. Con eso, pensé que podría enfrentar cualquier cosa, incluido un eventual encuentro con Diego.

La plaza estaba viva. Olas de gente paseaban, mercados alimenticios repletos de aromas exóticos, y una mezcla de risas y música flotaba en el aire. Era una celebración, y no podía evitar sentir que mis mariposas estaban organizando un baile sincronizado en mi estómago. Al llegar, la vibra era contagiosa, con baristas de todas partes preparando sus mejores creaciones. Cada uno con su propio estilo y chispa.

Al ver los puestos montados y las máquinas de café brillantes, sentí una especie de adrenalina mezclada con nerviosismo. El lugar estaba cuidado hasta en el último detalle: desde las decoraciones de café hasta los banners que invitaban a los transeúntes a aprovechar la oferta del día: “¡Café gratis si lo pides con una sonrisa!” Esa idea surgió gracias a Carlos, quien pensaba que en este evento podríamos ofrecer algo diferente.

Mientras el sol empezaba a elevarse, me dirigí a mi estación, la cual estaba perfectamente equipada con mi máquina favorita, una antigua que había heredado de mi abuelo. Mientras me sumía en la preparación de mi primer espresso, la escena me parecía una película en la que yo era la protagonista: la música de fondo intensificaba mi determinación y el aroma del café se mezclaba con la emoción que flotaba en el aire.

De repente, la voz del presentador resonó en el micrófono: “¡Bienvenidos a la Competencia Anual de Baristas! ¡Ahora tenemos a nuestros participantes listos para demostrar que el café es más que una bebida; es un arte!”

No podía creer que estaba realmente allí, rodeada de otros chefs cafeteros y con Diego observando entre la multitud. Yo iba por el primer café de la jornada y la adrenalina se sentía casi palpable. Tenía que brillar.

Los primeros competidores comenzaron a presentar sus especialidades, mientras yo los observaba, absorbida por su destreza. Un competidor, un tipo rubio de barba perfectamente recortada, sorprendió a todos con un latte art que representaba a un dragón en vuelo. Un aplauso estalló y el público se volvió aún más animado. Los murmullos se sucedían, y una oleada de incertidumbre invadió mi mente. ¿Podría yo realmente competir contra eso?

Cuando llegó mi turno, sentí como si una bomba de adrenalina se activara en mis venas. Miré hacia la audiencia y, como si el mundo se detuviera, mis ojos se encontraron con los de Diego. La intensidad de su mirada me dio ese empujón que necesitaba. Era como si su aliento me envolviera, dándome confianza.

“¡Ana, hora de brillar!”, me dije.

Empecé a preparar mis ingredientes, la rutina fluyó como un baile coordinado. Molí los granos, inyecté el agua caliente, y mientras el café goteaba, vertí la leche espumosa con movimientos rápidos y precisos. El aroma me envolvió, y en cuestión de segundos se tradujo en un espresso que había soñado crear.

La audacia llegó y, en un último giro dramático, terminé con un arte que representaba un corazón y una café de aroma exquisito. Me detuve por un instante, disfrutando del aplauso del público. Pero al girar y encarar a la audiencia, el corazón me dio un vuelco. Allí estaba él, con una sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor.

Pero en ese instante, el caos volvió a reinar. Un competidor competitivo y poco amigable, un tipo de gorra oscura que parecía más un lobo que un barista, decidió que era un buen momento para demostrar que él no era sólo una cara bonita. En su afán por superar la estética de mi café, derribó su propia máquina. En medio del estruendo, un chorro de café salió disparado y me salpicó de pies a cabeza. Todo se volvió un mar de risas, carcajadas y comentarios.

La risa del público se encendió, mientras yo, empapada en café pero sin dejar de sonreír, aceptaba la locura del momento. El barroco de la situación me hizo reír junto con todos ellos, y aunque me sentía una completa desgraciada, esa incomodidad se experimentaba con diferente textura; era parte del espectáculo.

Diego se acercó a mí entre las risas y, sin poder contener su diversión, me extendió una servilleta. “Te ves... ¿café-tástica?”, bromeó, y la miré mientras mis mejillas se encendían de vergüenza.

“¡Gracias! Siempre quise que mi café tuviera un efecto... ¡explosivo!”, respondí, intentando mantener la compostura a pesar de lo ridícula que me sentía.

La competencia continuó, pero la conexión con él era drama y comedia al mismo tiempo. Cada vez que el presentador anunciaba a un competidor, sentía que el tiempo pasaba demasiado rápido; Diego parecía estar cada vez más cerca, y cada risa compartida se sentía como un lazo que se iba entrelazando.

Cuando llegó el momento de la votación, un aire nervioso recorrió la plaza. Mi corazón latía rápidamente, y al mirar a las otras estaciones, vi que el rubio del dragón y el gorra oscura estaban completamente concentrados en su arte. Sin embargo, entre risas, miradas y café, sabía que había algo más profundo en juego. Lo que había comenzado como una búsqueda por el mejor espresso se transformaba en la búsqueda del amor, la amistad y las conexiones inesperadas que transforman la vida.

¿Podría esto ser solo el principio de un viaje lleno de café, risa y romance? O tal vez, la competencia apenas había comenzado... Mientras los aplausos resonaban y la tensión del momento se espesaba, el futuro vibraba intensamente frente a mí como el espresso en mi taza, y estaba decidida a saborear cada segundo.




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