El ambiente en la plaza era electrizante, una auténtica mezcla de nerviosismo y euforia, cocinándose a fuego lento mientras nos preparábamos para la ronda final de la competencia. Con cada instante que pasaba, el público se acumulaba más, ansioso por presenciar quién saldría triunfante en este juego lleno de pasión, rivalidades y, sobre todo, café.
Cuando el presentador se dirigió a la multitud una vez más, vi a los competidores rodeados de un aura de determinación y expectativa. El gorra oscura estaba allí, con una expresión de desafío en su rostro, esperando su turno. Su mirada de peligro establecía que no se detendría ante nada para ganar, y eso hizo que una corriente fría recorriera mi columna vertebral. Pero, en el centro de esa tormenta, encontré el calor que Diego estaba proyectando.
“Este es el reto final, amigos”, anunció el presentador, “donde la creatividad y la pasión se unirán para crear una bebida que represente su viaje en el mundo del café. Cada uno de ustedes deberá presentar su creación a nuestro panel de jueces. ¡Que comience la magia!”
Mientras el público estallaba en aplausos, sentí que la adrenalina aumentaba. Era como si el aire estuviera cargado de posibilidades infinitas, y mis pensamientos se centraron en lo que realmente significaba para mí el café. No solo era una bebida, sino un símbolo de comunidad, de historia, y de la manera en que conecta las almas de los que lo comparten.
Decidida a mostrar eso, me dirigí hacia mi estación, en la que ya había comenzado a preparar mi mente para el esfuerzo que se avecinaba. A mi lado, Diego se movía con una destreza elegante, y su energía recíproca actuaba como un baluarte mientras el desafío se intensificaba.
“¿Qué piensas hacer, Ana?” preguntó, sus ojos reflejando curiosidad y complicidad. “¿Cómo vas a mostrar quién eres en tu café?”
Respiré profundamente, deseando que las palabras fluyeran fácilmente mientras respondía: “Quiero que mi creación capture los momentos más preciados de mi vida. ¿Recuerdas esas historias que solía contar mi abuelo? Estoy pensando en incorporar un toque de especias que evoquen la calidez del hogar, el abrazo de los recuerdos. Algo que hable de amor, de risas y de alegría.”
Diego sonrió, y su apoyo me llenaba de confianza. “Eso suena maravilloso, Ana. Esa esencia será un caramelo para el jurado. Vamos a deslumbrarlos”.
Así que, con una renovada determinación, comencé a seleccionar mis ingredientes. Escogí granos de café de tueste oscuro, mezclando aromas cálidos de canela y un toque de clavo. Añadí un poco de vainilla, un guiño a los postres que mi abuela solía preparar mientras el café se preparaba a fuego lento. Quería que cada sabor evocara un recuerdo, algo que los jueces no solo pudieran saborear, sino sentir.
La plaza vibraba a mi alrededor, y cada vez que miraba hacia la audiencia, podía ver caras conocidas. Entre ellas, la brillante sonrisa de Carlos, la mirada alentadora de Doña Marta, e incluso la presencia inquebrantable de Diego, todos ellos esperándome.
El gorra oscura, sin embargo, no se contuvo. Podía sentir su mirada afilada posándose sobre mí mientras él preparaba su propia creación. No podía evitar preguntarme si sus intenciones eran más oscuras que el café que intentaba preparar. Su presencia era como un eco de su ambición desmedida, una advertencia de que la competencia realmente iba más allá de la bebida; cada movimiento de un competidor era como un paso de baile en un escenario de rivalidad.
Mientras preparaba mi café, la presión aumentaba. La competencia no solo se trataba de habilidades técnicas; era un baile entre sabores y emociones que combinaba todo lo que había aprendido a lo largo de los años. Todo lo que representaba llegaba a su clímax.
Al tiempo que revolvía los ingredientes, sentía la energía de mis recuerdos fluyendo a través de mis manos, casi como una conexión mágica con la historia de mis antepasados. La taza que estaba por crear no solo se convertiría en un producto; en sí, sería un puente entre el pasado y el futuro.
Finalmente, cuando llegué al momento culminante, vertí mi mezcla en la taza. El aroma se elevó, una mezcla de recuerdos y amor, mientras la vista de mi creación se hacía cada vez más nítida. ¡Era un pequeño espectáculo de colores! La canela se mezclaba con la crema en un remolino de amor, como un abrazo cálido.
Sostuve la taza con firmeza, sintiendo el calor en mi palmo como una promesa de lo que estaba a punto de compartir. Mientras miraba hacia los jueces, la luz del sol iluminó el momento en que el sabor sobrepasaría cualquier expectativa.
Cuando presenté mi creación, expuse con mi voz el significado detrás de cada ingrediente, de cada nota histórica, de la alegría que había encontrado en el café. Pero antes de que pudiera terminar, escuché una risa burlona que impactó como un trueno: el gorra oscura había comenzado con su presentación, optando por una actuación a lo grande. Quizás porque sabía del enfoque que llevaba mi bebida, creó un espectáculo distractor que intentaba eclipsar mi momento.
Mientras él gesticulaba y elaboraba su arte, podía ver que su café no era más que un intento de desviar la atención. Era una mezcla de colores vibrantes visiblemente caóticas. Un truco lleno de showmanship y sin emoción real. A pesar de su actuación, no dejé que eso me afectara. Perfectamente bien.
Mientras los jueces probaban mi bebida después de la presentación de ambos, sentí que un silencio se formaba en la plaza. El jurado los observó, y una sonrisa iluminó sus rostros con cada sorbo que tomaban, cada pequeño gesto transmitía un mensaje: “Esto es calidad, esto es vida”. Era la confirmación que había estado esperando.
El resultado fue un estallido de aplausos que resonaron en mi pecho; cada aplauso era como una confirmación de que había hecho bien. Pero parecía que el gorra oscura no se detendría. Con mirada implacable, lanzó una advertencia en forma de sonrisa. “Me temo que esta carrera no ha terminado, Ana. Siempre hay un giro en la historia”.
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Editado: 17.12.2025