Un Café con Amor

Capítulo 4: Espresso a Contrarreloj

La mañana siguiente a la competencia había amanecido más brillante que nunca, prometiendo un nuevo capítulo en mi vida barista. Pero mientras el sol se filtraba a través de las ventanas de “El Rincón de los Sueños”, la adrenalina que sentí aún palpitaba en mis venas. La victoria me había empoderado, claro, pero el eco de aquel gorra oscura seguía resonando en mi mente como un recordatorio inquietante de que el camino estaba lleno de desafíos inesperados.

Era un día típico de trabajo, pero la anticipación se sentía diferente. Había un aire de electricidad en el ambiente mientras comenzábamos a preparar la cafetería para la jornada. Carlos y yo nos movíamos por la cocina como una coreografía bien ensayada, cada paso fluido y lleno de energía. “Hoy, deberíamos hacer algo especial”, le propuse, sintiendo que la creatividad me arrollaba.

“¿Qué tienes en mente? ¿Un nuevo café para impresionar a los clientes?”, respondió, inclinándose conspiradoramente hacia mí.

“Oh, algo más que eso. Quiero que vuelva a ser un día de aprendizaje. Podríamos ofrecer una degustación de cafés de distintas partes del mundo, cada uno con una historia diferente que contar”, argumenté, empujando la idea hacia él, como si lo estuviera ungiendo con la chispa de la creación.

Carlos sonrió. “Eso suena increíble. Podríamos preparar una selección de café etíope, un brasileño robusto y, por supuesto, un colombiano suave. Cada uno cuenta una historia diferente y yo creo que podríamos incluir una pequeña historia sobre su origen”.

La idea me emocionó al instante. Sabía que el café era más que una bebida; era un viaje a través de distintas culturas y tradiciones. Comenzamos a elaborar un plan de acción, apurándonos para organizar las degustaciones del día, mientras los clientes empezaban a llegar.

La ventana daba vida al lugar con risas y un espíritu vibrante. Se sentía que el ambiente iba a estallar de alegría. Pero en el fondo, una sombra seguía acechando, la incertidumbre sobre lo que el gorra oscura podría hacer a continuación. Ya había resonado en mis pensamientos, me encontraba atrapada en un juego de miradas y rivalidades.

Mientras servía un espresso a un cliente habitual, un grupo de baristas entró con un animado bullicio. Entre ellos estaba Diego. Su energía era contagiosa; se acercó rápidamente a la barra y me dio un codazo amistoso. “¿Qué tal? Preparados para otra competencia?”, preguntó, su tono ligero y divertido.

“Hoy estamos intentando algo diferente. ¡Una degustación de cafés del mundo!”, le respondí, mientras su sonrisa iluminaba el lugar. Pero detrás de esa alegría, había otro desafío que acechaba el horizonte. “Últimamente he estado pensando en el gorra oscura, su actitud se siente como una tormenta en el aire”.

“Déjalo ir, Ana. Él siempre irá tras la iluminada”, dijo Diego, tratando de disipar las nubes de preocupación que me envolvían. “Lo que importa es que sigas haciendo lo que amas y que el café sea tu voz”.

“Lo intentaré”, admití, sintiendo el eco de sus palabras. Había un propósito en el café que solo unos pocos podían percibir; era una conexión que estaba destinada a crecer.

La asistencia diaria continuaba, y a medida que la tarde se deslizaba hacia la noche, la cafetería empezó a llenarse. La degustación fue un éxito, y todos estaban muy entusiasmados por probar las diferentes variedades de café. Los clientes aplaudían y celebraban cada sabor, convirtiendo la tarde en fiesta. ¡Era un torbellino de sonidos y aromas que resonaban en mis venas!

Mientras el evento progresaba, noté un cambio en la atmósfera. El gorra oscura había llegado, enredado en un halo de arrogancia. Se colocó en una esquina, observando cada movimiento que hacíamos, como un depredador a la espera de su presa. Mi incertidumbre regresó con más fervor.

“¿Sabes qué es lo peor de esto?” murmuré a Carlos, que servía en la barra. “Siento que todavía tiene algo guardado bajo la manga. Solo debo estar lista para cualquier cosa”. El desafío que se cernía sobre mí era como un espresso fuerte, lleno de sabor, pero extremadamente conmovedor.

Un rato después, mientras la multitud continuaba disfrutando, Diego se acercó para servirse un café de la degustación. “¿Todo bien? Me da la sensación de que algo te molesta”, me preguntó con una mirada de preocupación.

“Solo un presentimiento. Tenemos que estar preparados. Él no se detendrá hasta que me vea caer”, le confesé. Su expresión se endureció, y su mirada se convirtió en un destello de determinación.

“Entonces vamos a demostrarle que no nos detendremos. Aprendamos algo nuevo y demostremos que el café es más que competencias y rivalidades, es arte”.

Su respaldo me llenó de energía. Decidí que, sin importar lo que el gorra oscura hiciera, iba a seguir mi propio camino y aprender lo que necesitaba. Hicimos una ceremonia de espresso, explorando las diferencias y creando conexiones. Con cada taza, la alegría y la confianza florecían, y el verdadero espíritu del café comenzó a brillar.

Hasta que, en medio de la euforia, ocurrió algo inesperado. Un cliente que había estado probando una de las variedades chorreó café en la camisa de un barista local que estaba muy cerca del gorra oscura. Su mirada se volvió peligrosa y furiosa. “¡Mira lo que tu cliente ha hecho!”, exclamó, girándose hacia la multitud.

La situación rápidamente se tornó tensa. El ruido del público se detuvo y, como un susurro en una tormenta, todos miraban la escena. La rabia del gorra oscura era palpable, y cuando su mirada se posó en mí, sentí que una chispa había encendido una guerra silenciosa.

“Esto no ha terminado, Ana. No permitiré que te deshagas de lo que te he enseñado”, lanzó su desafío, y su desdén me dejó paralizada.

“Relájate”, le grité de vuelta, atrapada entre la competencia y la necesidad de defender mi espacio. “Esto es sobre el café, no sobre tácticas malignas”. Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera frenarlas, pero había una valentía en la acción, algo que debía expresar.




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