En clase de español hacía garabatos sobre mi cuaderno. Mi asiento está justo al lado de la ventana en donde me distraigo fácilmente viendo como los pájaros vuelan libremente y las mariposas igual. Envidio tanto a esos animales, todos los días saben orgánicamente que hacer, pueden volar por cualquier lugar y luego, regresan a descansar. Algo así como los humanos, solo que ellos no tienen dramas familiares ni complejos.
Yo ya hablo español por lo que poner atención a esta clase es un poco aburrido. No necesito que me enseñen como decir "Me gustan las berenjenas" en realidad, a mí no me gustan.
Mi familia es mitad latinoamericana. Mi mamá nos habló en español a mi hermano y a mí desde siempre, entonces evidentemente no necesito estas clases pero no hay nada que pueda hacer.
Desvío mi mirada hacia el campo de soccer. Ahí, Matt Brown entrena con su equipo. Todos se ven sudorosos y aunque no puedo oler nada (gracias al cielo) estoy segura que el olor que sale de ellos no es necesariamente como una fragancia francesa
Matt es el capitán del equipo de soccer y básicamente de todo. Siempre se lleva los premios, los aplausos, a todas las chicas heterosexuales de la escuela y el cariño de todos los profesores.
Es de esos niños modelo y lo ha sido toda su vida. Es patéticamente perfecto, aunque si supieran lo que yo sé, sabrían que no es perfecto ni bueno ni nada de lo que creen.
Matt siempre era el primero en todas las clases y se mantuvo así hasta que llegué yo.
El profesor López nos pide que saquemos nuestro libro de ejercicios y le obedezco. Él comienza a explicar sobre los verbos en pasado imperfecto o algo así pero no le presto mucha atención, me volteo de nuevo a la ventana.
Ahora los chicos del equipo de soccer están pateando las pelotas en parejas, como un tipo de entrenamiento.
Matt y yo nos conocemos desde siempre, pero nos hemos llevado mal desde hace unos años. Antes yo no estudiaba en esta escuela, pero la mamá de Matt le sugirió a mi mamá que estudiáramos juntos. Eso fue antes que ella "falleciera" y lo digo entre comillas porque hay muchos rumores.
Rumores que la gente de por aquí no sabe, pero sí la gente que conoce al "perfecto Matthew Brown" desde hace años.
El tiempo pasa demasiado lento pero finalmente la clase de español termina. Recojo mis cosas mientras que el profesor se despide de nosotros en español.
Ya es hora de almuerzo.
Veo hacia mí alrededor y todos mis compañeros se agrupan con sus amigos automáticamente que salen del salón. Las chicas van siempre en grupos de tres o cuatro, los chicos son grupos más grandes. Algunos tienen pareja así que rápidamente se toman la mano y caminan hasta donde se supone que todos tenemos que estar.
Todos menos yo.
Mientras que la mayoría se dirige al fondo de la escuela, yo doy la vuelta y me conduzco hacia el otro extremo de la escuela. Subo hacia el tercer nivel sin antes pasar por la máquina expendedora de bebidas. Compro dos Coca Colas y las sostengo en ambas manos a pesar que el frio comienza a molestarme.
Charlie, uno de los guardias me hace una seña para saludarme. Levanto mi mano izquierda y le muestro la coca cola. Charlie sonríe. —Gracias Amalia.
Toma las llaves que guarda en un bolsillo de su chaqueta y abre la puerta de la azotea dejándome entrar y cerrando la puerta detrás de él. No es como si fuera ilegal comer aquí pero supongo que a los profesores no les gusta la idea que los alumnos se escabullan durante la hora de almuerzo.
Antes, yo misma me adentraba a la azotea sin necesidad de una llave, cuando la puerta no cerraba completamente, sin embargo, Charlie me descubrió un día e hicimos un trato. Yo le compraba Coca Cola y él me dejaba comer aquí.
Charlie es un hombre que tiene unos sesenta años. Es demasiado serio, tiene el ceño fruncido todo el tiempo pero su corazón es enorme.
—Te traje un sándwich de jamón—dice mientras toma una mochila que estaba al lado de la puerta, saca una bolsa plástica y me lo entrega—. Marlene te envía una mandarina, es de nuestro jardín.
Marlene es su esposa. —Gracias, dile que me gustó mucho.
Charlie toma asiento en un banco alto de madera que está al lado de la puerta, dentro del área de la azotea. —Ni siquiera la has probado, ¿Cómo puedes saber que te gustara?
Me encojo de hombros. —La mandarina es mi fruta favorita.
— ¿Cómo van las cosas en casa? —Charlie comienza a desenvolver su sándwich.
Bajo la mirada. —Todo es igual —afirmo–. No sé si eso es bueno o malo.
Destapa su Coca Cola y le da un sorbo antes de decirme: —Ten paciencia, veras que todo mejorará.
Asiento, solo para agradecerle. Realmente no lo creo.
Charlie suspira y observa el cielo, hay un par de nubes, el sol está más fuerte que los últimos días, el aire no está pesado y parece que el verano se acerca.
—Es un día hermoso. —Charlie menciona, con una sonrisa llena de paz.
Por algún motivo, ver a Charlie así me da ganas de llorar.
Conozco a Charlie desde que era niña, él era el guardia de seguridad en la empresa donde antes trabajaba mi mamá. Yo solía pasearme por el lugar y a pesar que mi mamá estaba en el mismo edificio, yo terminaba siendo cuidada por las secretarias, los conserjes, los guardias y las señoras de la cafetería. Fue un milagro que nunca nadie me haya hecho algo malo. Bueno, un adulto me refiero.
Charlie se ve cansado y quizás es porque, lo está. Marlene tiene cáncer y es probable que muera pronto. Marlene ya no quiere recibir tratamientos, y aunque los doctores dicen que le queda menos de un año, ella hace lo posible para seguir con su vida.
Veo la mandarina y luego a Charlie.
Marlene seguramente se sintió satisfecha empacando esa mandarina. Charlie seguramente la regañó por andar en el jardín.
—Lo es —respondo, dándole un trago a mi Coca Cola.